El nuevo mundo
Julián Muñoz y la Pantoja, la guerra en Siria, Urdangarín, la infanta, Bárcenas y el Coco; las preferentes…
La sociedad, entendida como sistema, está sujeta a fuerzas que la dirigen por terrenos intempestivos. Están las fuerzas del Lado Oscuro -muy poderosas- y las del Lado Luminoso -más poderosas aún, o eso queremos-, en perpetua batalla.
España lava la ropa
Durante años, por lo que se ve, aquí ha robado todo el mundo, las cosas se han hecho de mala manera y todos hemos mirado hacia otro lado. Ahora nos percatamos de que olía tan mal -nuestra ropa- que lo raro es que alguien se acercara a nosotros.
Pero queremos estar limpios y perfumados -o al menos el Lado Luminoso así lo quiere- de manera que algunos de nosotros (con una mención especial para los jueces) hemos sacado nuestro arsenal y nos hemos encomendado a la tarea de dejar la nación sin mácula.
A qué precio
Porque los sirvientes del Lado Oscuro no van a permitir que arrojemos Luz sobre sus turbios asuntos. Tendremos que sacrificar buenas dosis de esperanza, fe, entusiasmo -¡ánimo!- para conseguir nuestros objetivos. Ésas son nuestras armas, las que nacen de lo más luminoso, las que nos permiten levantar el vuelo después de la catástrofe.
Y el equilibrio
O la homeostasis, es el proceso por el cual podemos anunciar que la época que viene será luminosa. Es tanta la oscuridad que ha inundado -que inunda- el mundo, que el orden natural dicta necesariamente una reacción contraria. Y en ello estamos.
El SEPE y los seis millones
Seis millones de parados, ahí es nada. El 26 por ciento de la población activa. Y subiendo. Es momento de aceptar que hay algo que no estamos haciendo bien.
Y si alguien, por encima de todos, debería aceptar la derrota -asumir su propia incompetencia-, es el Servicio de Empleo Público Estatal (SEPE), antiguo INEM. Porque su misión principal es «garantizar la información sobre el mercado de trabajo para conseguir la inserción y permanencia en el mercado laboral de la ciudadanía».
¿Habéis acudido alguna vez al SEPE (léase INEM) para solicitar un empleo? Es una experiencia kafkiana, un ejercicio cuya inutilidad se asume de antemano. La asume el funcionario que -con mayor o menor desgana, con mayor o menor acierto- cubre nuestra ficha en la base de datos. Y la asume el aspirante, al ver que aquello no es más que un mero trámite y que resulta altamente improbable que algunos de los allí presentes vayan a resolver en algo su crítica situación.
«Necesito trabajar de lo que sea, urgentemente». Es una frase terrible, que da cuenta de una precaria realidad económica y por ende, existencial. No deseamos que ninguno de vosotros tenga que pronunciarla nunca. Y lo que sí deseamos es que -de verdad- esa institución -el SEPE-, que cuenta con cientos de oficinas diseminadas por la geografía española, con miles de trabajadores únicamente dedicados a eso, y que se sostiene con los impuestos que todos pagamos, reaccione frente a esa súplica de manera efectiva e inmediata.
Bolsa de empleo temporal
Así que lo primero que podría hacerse, desde el SEPE, sería clasificar a los demandantes por grado de urgencia y los puestos de trabajo por cualificación y grado de permanencia, de tal modo que un ‘parado’ que necesite trabajar hoy, «de lo que sea», pueda hacerlo. ¿Que no será el empleo de su vida? Evidentemente. Pero tendrá un modo de ganar su sustento durante un día, una semana, o un mes. Y mientras tanto, se busca -y se encuentra- algo, no tan eventual, adecuado a su perfil.
A este respecto, el SEPE podría aprender mucho de las famosas empresas de trabajo temporal (ETTs), que no sólo cruzan oferta y demanda urgentes, sino que además hacen negocio con ello.
Red de contactos
Con la urgencia resuelta, el demandante de empleo debería ser recolocado en un puesto no tan temporal y más acorde con su formación y experiencia. Para ello, la red de contactos es esencial. Y es que resulta inaceptable que el Servicio Público de Empleo desconozca que cierta empresa busca licenciados en Derecho, o que aquella fábrica necesita torneros fresadores. El SEPE debe procesar todas y cada una de las ofertas laborales que se emiten en España, por una u otra vía, con independencia del sector. No es admisible que en Trabajastur (SEPE) haya -en este momento- 84 ofertas de trabajo en Asturias y que en Infojobs haya 310.
Más. Como decía la elfa de aquella película, el mundo ha cambiado… Ahora la información y las personas circulan de manera bien distinta a como lo hicieran hace un siglo, de manera que una oferta de trabajo en Portugal, Perú, o Groenlandia, puede resultar más que apetecible para un desempleado español. ¿Por qué el SEPE no ofrece este tipo de información? Por incompetencia.
Linked In es la prueba de ello. Una rápida búsqueda en esta red profesional y encontramos 1.800 ofertas de empleo en España, 2.300 en Francia, 13.600 en el Reino Unido, y así podríamos seguir hasta alcanzar cientos de miles de ofertas laborales en todo el mundo. ¿De verdad el SEPE no puede hacer nada al respecto? ¿O es que, sencillamente, esta poderosa red de oficinas y expertos en materia laboral no sirve para nada?
Inutilidad
Desgraciadamente, ésta es la conclusión a la que uno llega. Parece que el dinero que destinamos los contribuyentes a mantener esta costosa infraestructura está siendo desperdiciado, porque lo único que en esas oficinas se hace es sellar el famoso cartoncito. Y pruebas más evidentes que las citadas no las hay.
Bueno, en honor a la verdad, el SEPE también organiza cursos para desempleados, igualmente inútiles en la mayoría de los casos, en primer lugar porque el nivel que alcanzan es ínfimo en comparación con la formación reglada; en segundo lugar porque para eso -para formar a la población- ya existen otras estructuras específicas (institutos, universidades…); y en tercer lugar, porque en general esos cursos gozan de nulo interés para el asistente, en tanto en cuanto se ve forzado a asistir (para no perder el subsidio), suelen estar mal encuadrados y suponen una enorme pérdida de tiempo en un momento en que el tiempo -para el desempleado- es oro.
Por todo lo anterior, creemos que la sociedad española, tan castigada, tan herida hoy, debería exigir, con la justicia por bandera, que se realizaran en este Servicio reformas estructurales, reformas que garantizaran su efectividad. O que se cerrara el chiringuito.
Archienemigos
Con todos los esfuerzos que estamos haciendo por levantar el país, bien podría el pueblo agradecer nuestros desvelos. Nosotros, que estamos enteramente entregados a la causa pública, a la Constitución, a los Derechos Humanos, ¡a la libertad!; que apenas cobramos y que no anhelamos ni poder ni gloria. Nosotros, que mantenemos a raya a los verdaderos enemigos, que procuramos la bonanza económica, que velamos por los necesitados, deberíamos ser, si no alabados, sí al menos reverenciados.
Archienemigos
Y mientras tanto, mientras que nosotros levantamos el país, otros se lucran en la sombra. Trapaceros que hinchan sus bolsillos gracias a nuestra impecable gestión, vagos que fingen investigar y que encima piden becas, huraños ávidos de negocio, vendedores de cualquier cosa a cualquier precio… Archienemigos de la Patria, eso son, avariciosos miserables venidos a más. Los conocemos como «trabajadores autónomos», pero deberíamos llamarlos «demonios», «diablos», «Belcebú en persona», porque no existe mal mayor.
Afortunadamente, hemos encontrado el modo de frenar sus ansias expansivas. En el Reino Unido aún no se han dado cuenta, pero el mejor modo de deshacernos de esta panda de emprendedores es fijar unas tasas que impidan su actividad. Luego también podemos complicar los trámites, despojarles de su derecho a un subsidio de desempleo, negarles el crédito, y cosas así.
Y de este modo, abatiendo a nuestros archienemigos, conseguiremos por fin implantar un nuevo régimen en el que nosotros, los elegidos, ocupemos el lugar que nos corresponde.
Telemadrid se revuelve
Sucede con los periodistas que a veces levantan la voz. Y la voz de los periodistas, todo el mundo lo sabe, puede llegar muy lejos: es su trabajo. Cuando a la labor de los periodistas se une la de editores, grafistas, actores de doblaje, entonces la potencia de sus mensajes se multiplica.
Ayer se publicaba el vídeo que abre la página. Es una animación realizada sin duda por trabajadores de Telemadrid que, indignados, han decidido denunciar lo que a sus ojos es una tropelía, esto es, la gestión que durante los últimos años se ha efectuado de la cadena pública. Censura, nepotismo, despilfarro y- en definitiva- corrupción son los males que aquejan, según el vídeo, al Ente.
Autonómicas
El modelo de televisión pública regional está en crisis. Con las arcas vacías, la esfera política cuestiona la importancia de este servicio público frente a otros como la Sanidad o la Educación, cruda y duramente recortados en sus presupuestos. Y es que ver la tele no es tan importante como ser convenientemente operado de apendicitis.
Los recientes cambios en la Ley General de la Comunicación Audiovisual permiten además que las televisiones autonómicas externalicen toda su producción (la Ley dice textualmente que «las Comunidades Autónomas podrán acordar transformar la gestión directa del servicio en gestión indirecta, mediante la enajenación de la titularidad de la entidad prestadora del servicio»).
No se han hecho esperar, los cambios en la gestión. De hecho, desde la publicación de la nueva Ley en agosto de este año, ya tres televisiones autonómicas han decidido recurrir a este modelo de televisión pública íntegramente producida por empresas privadas. En concreto, son la televisión extremeña, la aragonesa y también (en esta misma semana se anunciaba) la balear. Y curiosamente, en los tres casos citados, la empresa adjudicataria ha sido Vértice 360º.
Modelo público-privado
En nuestro editorial titulado «De la televisión» citábamos algunos puntos que nos parecen esenciales a la hora de replantearse el estatuto de las televisiones públicas. Ahora, a la luz de este vídeo, conviene que incidamos un poco más en el modelo de producción.
Los indignados realizadores del vídeo proponen que la programación de Telemadrid sea íntegramente producida por los trabajadores de la cadena. Obviamente, si una televisión tiene recursos propios disponibles, carece de sentido que los desaproveche. Externalizar tareas que podrían ser realizadas por trabajadores internos es pagar dos veces por el mismo producto. Y hasta ahí tienen razón.
Sin embargo, lo que el vídeo parece no tener en cuenta es el hecho de que muchas televisiones autonómicas están sobredimensionadas, es decir, son mayores de lo necesario. El caso claro es el de la valenciana Canal 9, donde acaban de deshacerse de 1200 empleados. Para que os hagáis una idea de lo desproporcionado de esta cifra, diremos que la plantilla completa de TPA -la autonómica asturiana- ronda el centenar de empleados. Claro que la Comunidad Valenciana y Asturias son dos regiones bien distintas en cuanto a tamaño: el Principado cuenta con un millón de habitantes y la Comunidad Valenciana, con cinco. Pero las cifras siguen sin cuadrar.
¿Y por qué han crecido tanto algunas televisiones autonómicas? Pues la respuesta no es sencilla y no se debe a un único motivo, pero hay que tener en cuenta la componente sociohistórica: Canal 9, como Telemadrid, o la vasca, o la catalana, o la gallega, nacen en una situación bien distinta a la actual; Internet no existía (o al menos en España nadie lo usaba), la TDT tampoco, ni los operadores de cable. Y por esa razón, crecieron mucho -al igual que Telecinco o Antena 3- para cubrir una demanda que con el tiempo ha desaparecido o, mejor dicho, se ha diseminado entre la múltiple oferta televisiva. Así que ahora, ante la nueva situación -del mismo modo que ya hicieran Telecinco o Antena 3- están obligadas a redimensionarse, si quieren sobrevivir.
Las privadas, por su parte, han aunado fuerzas, han adquirido más canales -que sirven para reciclar contenidos ya emitidos-, han apostado decisivamente por Internet como vía de difusión y, en definitiva, han cambiado su modelo de negocio hasta adecuarlo a los nuevos tiempos. Porque así son las empresas, quizás despiadadas, quizás salvajemente capitalistas, pero indudablemente más flexibles (y rápidas en sus reacciones) que el Estado. Y al Estado (con sus múltiples comunidades autónomas) ahora le toca decidir cuál ha de ser el tamaño de sus televisiones públicas y qué posición deben ocupar en el tablero de juego.
Designar a una única empresa privada para que gestione íntegramente una televisión pública, a nuestro entender, es una salvajada. Sobre todo si los trabajadores que ganaron su oposición van a ser despedidos, o recontratados por la empresa adjudicataria. Pero también porque una televisión autonómica surge, entre otras cosas, para contribuir a desarrollar el tejido industrial de una región, es decir, para crear empresas, empleo, riqueza. Si solo hay una empresa beneficiada, ¿qué clase de crecimiento es aquél?
El modelo ha de ser, entendemos, diferente. Partiendo de una gestión pública de los recursos públicos, la empresa privada no puede convertirse en un convidado de piedra: tiene mucho que aportar. Y desde este modelo público-privado, las reformas estructurales de las televisiones autonómicas deberían pasar por una adecuación de la programación a las necesidades reales (no pasa nada por no emitir las 24 horas), una mayor colaboración entre distintos agentes (FORTA, FORTA), un (re-)aprovechamiento de los recursos disponibles y una ambición de excelencia como guía última de sus acciones (publicidad de las contrataciones, calidad de los contenidos, rigor de las informaciones, independencia de los periodistas…).
Pero como esto, que se sepa, no ha sucedido más que en la BBC, podemos esperar sentados.
No hay bien que por mal no venga
¿O era al revés? Bueno, el caso es que el bien y el mal parecen estar estrechamente unidos, de modo que lo que a mí me perjudica bien puede beneficiar a otro y viceversa.
Grant Thornton es una organización multinacional que surge en Chicago allá por el año 1924 y que, tras sucesivas fusiones, establece su sede principal en Londres. Según su página web, tiene presencia en 113 países, con un total de 521 oficinas (diez en España) que dan trabajo a más de 30.000 personas. Su negocio es, básicamente, la auditoría, el asesoramiento y el apoyo [financiero] a empresas emergentes.
Grant Thornton publicaba recientemente el vídeo que abre la página. Se trata de una animación «stop motion» -muy entrañable por tanto- en la que, por boca de un teórico español -perfecto angloparlante por cierto- se enumeran algunas de las magníficas oportunidades de negocio que hoy hay en España, a pesar de la crisis y también -esto no se dice, pero se indica- gracias a ella. Telefónica, Indra, Repsol, encarnan en este vídeo el saber hacer español, el poder de nuestra patria, nuestra grandeza. Ellas (estas grandes empresas) son los héroes de nuestro tiempo, los que demuestran que se puede crecer y medrar hasta en las condiciones más adversas.
Frivolidad
El mensaje es por eso de una frivolidad que asusta. Decirle a un pensionista, el cual vive con 500 euros al mes y tiene que pagar parte de sus medicamentos, o a un parado, o a un desahuciado, o a un estafado por las preferentes, que la crisis trae magníficas ventajas y oportunidades y que sólo es cuestión de ver el vaso medio lleno, en lugar de verlo medio vacío, es la definición de la desfachatez. Del mismo modo, encumbrar a empresas multinacionales que evidentemente se están lucrando gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos, a la reforma laboral, a los expedientes de regulación de empleo, es una falacia de tomo y lomo. Y sin entrar en muchos detalles -porque igual que no se debe encumbrarlas, tampoco se debe demonizarlas-, diremos que Repsol, por ejemplo, no es tan española como se dice, ni contribuye a las arcas españolas como debiera, y que Indra obtiene buena parte de sus beneficios de la venta de armamento a países del Medio Oriente.
Correr delante de los toros
Pero como, según el vídeo, los españoles corremos delante de los toros por diversión y tenemos lo que hay que tener, no debemos quejarnos o lamentarnos, sino aprender a mirar las cosas desde otro punto de vista, imitar a esos héroes que triunfan en el extranjero y dejarnos de manifestaciones o huelgas -o lloriqueos-, como la de ayer. Porque si nos manifestamos o nos quejamos seremos los culpables de nuestra propia miseria, por no haber sabido mirar la brillante realidad y el esperanzador futuro que ante nosotros se cierne.
Optimismo e ingenuidad
Y así, un vídeo que parece inocente, ingenuo, que aparentemente pretende insuflar en la población española una buena dosis de optimismo, se convierte en el mal en estado puro.
No es que no seamos optimistas, no, es que no nos harán comulgar con ruedas de molino.
#sisepuede
Ganado
No mugimos. No balamos. No cacareamos. Y sin embargo, se nos trata como si fuéramos ganado. ¿O no tenéis esa sensación?
El sistema y el ‘antisistema’
Con frecuencia se habla del «antisistema» para referirse a un tipo de individuo que protesta por todo. Se le caricaturiza como a alguien desaseado, encapuchado, a menudo violento y siempre corto de entendederas. Se dice de él que quiere la revolución por la revolución, sin haberse planteado qué cosas es posible o es necesario cambiar, sin saber en realidad cómo o cuál es el sistema al que se opone.
Esta visión, estereotípica, es exagerada, como siempre ocurre con los estereotipos. Pero esta visión -desde la exageración y por tanto desde la caricatura- hace referencia a verdades, a realidades concretas, a individuos, que desgraciadamente actúan sin criterio, sin principios (más allá de manidas consignas) y sin propuesta de mejora.
Conviene, no obstante, que reflexionemos un poco acerca de eso a lo que llamamos «sistema». En primer lugar, porque existe. Y en segundo lugar, porque nos afecta a todos. Así, después de la reflexión, estaremos en condiciones de juzgar lo correcto o incorrecto -adecuado o inadecuado- de las diversas conductas «antisistema».
Bertalanffy
Fue un filósofo austriaco que vivió entre 1901 y 1972. Él fue quien formuló esa brillante «Teoría General de Sistemas». En ella decía (a muy grandes rasgos) que todo podía ser analizado como «sistema». Y que todos los sistemas, por muy alejados que nos parezcan entre sí, tienen cosas en común, por el mero hecho de ser sistemas. Por ejemplo, los organismos vivos y los sistemas informáticos. Entropía, entalpía, o negentropía son algunas de las categorías que se barajan en el enfoque sistémico.
Pero no nos liemos con metateorías. Lo importante de todo esto es que reconozcamos que podemos descomponer la realidad en sistemas y subsistemas y que por tanto, hablar del «sistema» cuando nos referimos a la economía internacional, o a las culturas de un país, no es ninguna tontería. De hecho, es algo bastante inteligente y acertado.
Lo que no es acertado es considerarse «antisistema». Porque inevitablemente estamos incluidos en múltiples sistemas. Podemos intentar modificar el sistema, hacerlo evolucionar, reformarlo, mejorarlo. Pero ser anti-sistema es ridículo. Es como si un pulmón se declarara «anti-sistema respiratorio»: una necedad. Lo que sí puede hacer el pulmón es enfermar, con lo que pondría en peligro no sólo al sistema respiratorio del que forma parte, sino también al organismo al que alimenta (y del que depende).
Sistemas económicos
Y llegamos a la parte más polémica del asunto: los agentes. Porque ¿quién controla los sistemas? La respuesta no es sencilla, ya que todos los componentes de un sistema intervienen en su funcionamiento, en mayor o menor medida, de una manera o de otra. Y las relaciones entre estos «agentes» no siempre son solidarias, sino que en ellas se da con frecuencia el conflicto.
Además, resulta que, como en los rebaños, los agentes mayoritarios a menudo no son los más poderosos. Es el ganadero quien alimenta -o no- a las reses, quien las guarda cuando llueve, quien las sacrifica a conveniencia. Las vacas no deciden, por muchas que sean. Y cambiar este orden, esta relación de poder es, si no imposible, sí muy difícil. Para las vacas. Porque el ganadero tiene una posición preponderante en el sistema. Y su trabajo es mantener esa posición.
En los sistemas económicos sucede lo mismo. Ciertos agentes -minoritarios- dominan su funcionamiento (no absoluta, pero sí relativamente) y están ocupados en seguir dominándolo: harán todo lo posible por que así sea. Y los agentes mayoritarios, menos poderosos, podrán dialogar, revolverse, escalar, pero el ganadero seguirá controlando el sistema; tiene los medios para ello.
Sistemas axiológicos
Y luego están los axiomas o principios. La moral. Las culturas. Son realidades intangibles, pero realidades; y como tales, también pueden ser analizadas en tanto que sistemas. Por ejemplo, las leyes, los sistemas legales. Son una serie de principios y normas basados en la moral -e intereses- de cierto grupo de individuos. Son sistemas de significación.
Pero ¿quién controla los sistemas de valores? ¿Qué agentes son más poderosos en ellos? Otra pregunta delicada.
Dirán que los valores de un individuo, su moral, es cosa suya. Que nadie puede modificarla. Hay incluso quien asegura que la moral es algo innato. O que proviene de Dios. Pues bien, responderemos, a la luz de los hechos, que se equivocan.
¿Alguien puede modificar mi noción de belleza? Sí. Y se hace.
Ingeniería social
Porque el ganadero ha evolucionado. Sus herramientas ya no son una cerca y una vara. Ni siquiera una valla electrificada, o un pesebre. Ahora los ganaderos crean campañas de Marketing social para modificar el parecer de sus reses en lo que a ellos les conviene. No se trata tanto de tenerlas encadenadas. No es cuestión de obligarnos a actuar de un modo determinado. Lo que se busca es cambiar nuestra percepción del mundo, para que no haya necesidad de forzarnos a nada, sino que seamos nosotros mismos quienes motu proprio actuemos en ese sentido.
Los denominados mass media (medios de comunicación de masas) han jugado un papel determinante en este punto. Han demostrado ser tremendamente efectivos para sentar las bases de aquello que es bello, de aquello que es importante y de aquello que es bueno. Sus contenidos marcan los intereses de las poblaciones, sus gustos y sus preferencias. Los medios, en fin, determinan aquello que existe y aquello que no.
E Internet ha explotado, poniendo al alcance de las mayorías un canal de expresión sin precedentes, tan poderoso que amenaza con modificar el conjunto del sistema (social, económico, axiológico…), al dar voz a quien no la tenía. Pero el ganadero no es precisamente tonto y no va a ceder su control sobre el rebaño. Insistimos: tiene los medios para ello.
Así que las reses podemos revolvernos y mugir y de ese modo, quizás obtengamos algún emolumento que nos cierre la boca, pero poco más. El sistema es el sistema.
#mis120euros
Si habéis seguido nuestra actividad en Twitter en los últimos días, habréis visto que desde el 27 al 29 de octubre hemos emprendido una campaña de desprestigio contra una potente operadora de telefonía. Nuestra intención no era la de dañar gratuitamente al poderoso, ni calumniarle, primero porque la calumnia atenta contra nuestra ética (la cual proviene, por cierto, de los códigos deontológicos del Periodismo: sistema axiológico), y segundo, porque es una estrategia fullera y poco elegante, alejada de nuestro estilo.
No obstante, lo hemos hecho (no calumniarle, sino desprestigiarle), en primer lugar, porque lo que reclamábamos (#mis120euros) era justo. En segundo lugar, porque habíamos agotado todas las alternativas anteriores, salvo la de la denuncia formal. Y en tercer lugar, porque dicha teleoperadora nos había tratado descaradamente como a las reses que somos. Da igual cuánto mujas, cuando no hay nadie que te escuche.
Tras la campaña, el ganadero ha reaccionado: no en vano hemos utilizado sus armas. Nos ha prometido reparar el daño causado (más le vale cumplir con su palabra, muuuuu) y nosotros hemos cejado en el desprestigio. No hemos dejado de ser reses y nos consta que el ganadero no modificará en nada su conducta sucesiva (el trato a las otras reses). Quizás incluso, analizado de cierto modo, hayamos perdido la batalla, porque hemos comprometido nuestro prestigio, nuestra templanza, nuestra imagen, por dinero. Pero sabiendo que en el fondo no era el dinero lo que nos movía y teniendo la certeza de haber sido justos en la lucha (al menos, según la noción de Justicia que últimamente manejamos en la granja), ahora mugimos con los cuernos bien altos.
El quinto (y único) poder
Lo vemos todos los días, el dinero manda. Allá por la época de la Ilustración (mil setecientos y pico), vivió en Francia un tal Montesquieu, cronista, filósofo, pensador, que se hizo un hueco en la Historia, sobre todo, por su idea de la «división de poderes». Montesquieu proponía una alternativa al poder absoluto de los reyes, quienes tradicionalmente habían aglutinado en su persona todas las decisiones de Estado. Él decía que juzgar, legislar y gobernar eran tres cosas muy distintas y que estos poderes no debían recaer en la misma persona.
Al final, se le hizo caso, a Montesquieu. Las sociedades vieron que lo mejor era no poner todos los huevos en el mismo cesto, así que decidieron que, a partir de ese momento, los jueces juzgarían, pero no podrían legislar ni gobernar, los legisladores harían lo suyo y los gobernantes lo propio, sin mezclar churras con merinas.
La idea parece buena y de hecho, por aquel tiempo fue revolucionaria. Tan revolucionaria, que a finales de ese mismo siglo se desató la Revolución Francesa, ahí es nada. Pero claro, de eso hace ya un par de siglos.
El cuarto poder
Y pasó el tiempo. Y nos fuimos acostumbrando a eso de que hubiera tres poderes -el ejecutivo, el legislativo y el judicial-, así que tuvimos que inventarnos otro, «el cuarto poder». Bueno, no fue exactamente así, en realidad lo que pasó fue que vimos claramente que los medios de comunicación tenían una relación muy estrecha con los otros poderes (quizás demasiado estrecha) y que eran (o parecían) el único estamento capaz de hacer temblar a jueces, legisladores y gobernantes; tenían tanto poder como ellos. Y de ahí lo de la etiqueta.
Sin embargo, en este caso no se estableció un sistema de incompatibilidades: un juez podía perfectamente escribir en un medio de comunicación, y un diputado, y un ministro; no estaba prohibido, aunque sí mal visto, ya que resultaba evidente que, según el tema a tratar, tarde o temprano surgirían conflictos de intereses.
El quinto (y único) poder
Y así llegamos al quinto poder, que había pasado desapercibido a la hora de repartir la tarta. Un poder en el que Montesquieu no reparó. Un poder, forjado en las llamas del abismo, que se utilizó para dominarlos a todos. El omnímodo poder económico.
Porque, en un sistema capitalista, el dinero es necesario para todo. Los propios gobiernos lo necesitan para gobernar, es decir, no están por encima de ese quinto poder, sino sometidos a él. Es el dinero el que limita sus acciones, el que motiva sus decisiones, el que les alumbra en las frías noches de invierno. El Congreso tiene que pagar la factura de la luz. Y los sueldos de sus empleados.
Algunos escépticos dirán que esto no es así, porque claro, el Gobierno puede tomar la decisión de imprimir más dinero. Pues responderemos que en España, ni eso. Imprimir más dinero depende, hoy, del Banco Central Europeo. O repondrá que los jueces son imparciales y no están influidos en sus decisiones por cuestiones económicas. A eso responderemos, primero, que un juez cobra, y si no cobrara, no trabajaría. Segundo, que todo el sistema judicial se sostiene con dinero (en concreto, en 2012, con 1.440 millones de euros, según los presupuestos generales del Estado). Y tercero, que si la Justicia es tan lenta, es por culpa del dinero, porque no se ha invertido, por ejemplo, en informatizarla, o en crear más juzgados.
Pero es que, además, el quinto (y único) poder es tan fuerte y está tan mal repartido, que puede modificar las leyes de un país, las políticas de sus gobernantes y las sentencias de sus jueces. Los ejemplos abundan, pero uno reciente sería el de Eurovegas en Madrid.
Incompatibilidades
Y claro, uno piensa que debería ponérsele algún freno al quinto (y único) poder, establecer algún sistema de incompatibilidades, controlarlo de algún modo. Pero de esto nadie habla.
La Familia Real española, con muy buen criterio, estableció la regla tácita de no intervenir en empresas, de no buscar el lucro personal, porque se entiende que su posición es de algún modo incompatible con la actividad empresarial. Los Príncipes de Asturias, por ejemplo, desde su papel de «embajadores», promocionan la «marca» España, apoyan con su presencia a ciertos sectores de la población, a instituciones de relevancia, pero -en teoría- no tienen participación en ninguna empresa. Urdangarin se saltó esa regla y ahora es la oveja negra. Y puede hasta que vaya a la cárcel.
En un mundo en el que el dueño de una empresa tiene más capacidad de acción que varios países juntos, no pensar en ponerle freno al quinto (y único) poder, es no querer ver el problema.
¿Qué freno? Pues habrá que estudiarlo, pero alguno habrá. ¿Verdad, Montesquieu?
Vergüenza
Y como veníamos anunciando, la cosa se calienta. ¿Habéis visto el vídeo que abre la página? Mejor vedlo ahora, que nada de lo que podamos escribir nosotros igualará lo ahí recogido.
25-S
Esta semana ha sido la del 25-S. Por mucho órdago a la grande que lancen los catalanes, por mucho que se quiera tapar la creciente conflictividad en la sociedad española, el acontecimiento más importante de la semana ha sido éste. No entraremos a discutir si han sido cientos, miles, decenas o centenares de miles de manifestantes. Tampoco vamos a valorar los objetivos de la protesta (que con ese gesto simbólico de rodear el Congreso pretendía, en definitiva, deponer el Gobierno y reunir una Asamblea Constituyente: otro órdago). Lo que haremos será analizar -someramente- el escenario de juego.
Periodismo ciudadano
Tenemos móviles. Todos. Nuestros móviles -muchos- graban vídeo. Y nuestros móviles -muchos también- se conectan a Internet.
Internet, por si alguien aún lo duda, ha cambiado el mundo irreversiblemente: la forma de relacionarse (ahora se liga en Badoo, olvídate del bar de copas), la forma de trabajar (tenemos las posaderas como los ojos: rojas), y también la forma de aprender. El aprendizaje es un intercambio de información, esto se sabe, y dependiendo de quién proporcione esa información, ésta será más o menos fiable, más o menos relevante, más o menos plural y -por tanto- el aprendizaje, más o menos profundo.
Pero dejémonos de teorías. Poder emitir en directo, a nivel internacional, lo que yo estoy grabando ahora con mi móvil es la mayor revolución que se ha producido en toda la Historia del Periodismo. Mayor que la invención de la imprenta, sí. Mayor. Los periodistas no sabemos por dónde nos llueven los palos, y esto hay que reconocerlo. Antiguamente, nuestras palabras -las de los periodistas- tenían valor, no porque fueran mejores que las de otro: tenían valor por los medios que usábamos para difundirlas. Ahí, en el medio, estaba nuestra fuerza. Pero ahora ya no y ya nunca más.
Claro que lo de procesar la información es un arte (con minúscula). Las facultades de Periodismo nos enseñan, por encima de cualquier otra cosa, a discriminar -a seleccionar- información (y sea esto dicho sin ninguna acritud, sino más bien con orgullo). No todo es igual de relevante, no todo merece ser contado. Seleccionar aquella información relevante -y descartar la irrelevante- es una cuestión de perspectiva. Y por eso es tan importante que la mirada del periodista sea limpia, pero cargada de criterio: culta. El trabajo periodístico es una tarea eminentemente moral.
Dicho esto, tiraremos otra piedra contra ciertos aburguesados compañeros que han hecho del refrito su especialidad. Uno no puede pretender informar sin informarse. Recordemos aquello que decía el fotógrafo Robert Capa: «si tu fotografía no es buena, es porque no te has acercado lo suficiente».
Bien cerca de los palos y las piedras estuvo nuestro reportero ciudadano. De hecho, alguno se llevó.
Disturbios y antidisturbios
Pues le rompen la cámara, al reportero. Y no por accidente. A la policía le molesta mucho que se publiquen sus tropelías y por eso reacciona atacando a la prensa. Porque sí, nuestro ciudadano reportero es -y a todos los efectos así debe ser considerado- prensa. Y sí, los golpes de la policía -por ejemplo- a inocentes viajeros de cercanías son abusos de poder, tropelías. Como también lo son [tropelías, abusos de poder, mezquindades] los golpes que propinan cuando el agredido yace en el suelo. Una persona abatida, herida, que no ofrece resistencia, no debería recibir ni un solo golpe de la policía. Y ¿cuántas patadas, porrazos y demás vejaciones de ese estilo hemos visto? Pues bien, este periodista, éste que escribe, este profesional moral, en este editorial -en este espacio natural para la opinión- declara que ni una sola de esas tropelías es aceptable.
Son vergonzosos, los golpes. Y en buena medida, innecesarios. La policía confunde su función en el teatro. Ellos no son jueces ni verdugos. No depende de ellos castigar a la población manifestada. Las porras no son armas de castigo, sino de intimidación y de defensa. No. Los manifestantes no son sus enemigos y ellos, los policías, por mucho que vayan en formación, no son un ejército. Y además, esto, aún no es la guerra.
La violencia engendrará más violencia. Sobre todo cuando los policías, esos violentos funcionarios, cambien de frente. Porque no van a estar indefinidamente descargando su frustración -justificada, sin duda- en las cabezas equivocadas.
El arte de controlar la vejiga
Si nos ponemos a ello, seguro que algo se nos ocurre. Por ejemplo… comer más huevos fritos que nadie. Ah, no, que ese récord ya existe. Pues dar más golpes a una campana que nunca. Podría ser, aunque ése va a ser difícil de batir (teniendo en cuenta la afición por el tolón tolón que hay en España). En fin, que algo se nos ocurrirá.
A los comisarios y directores del Centro de Arte de la Laboral sí que se les ha ocurrido: tocar el solo de guitarra más largo de la Historia.
De niños nos decían que «el que vale, vale, y el que no, a los Guinness». Pero claro, eran otros tiempos. Por aquel entonces no estaban al mismo nivel Miguel Ángel (el pintor-escultor aquél) y Lee Redmond (la mujer con las uñas más largas del mundo).
A los niños nos encantaba la Redmond: daba un asco espantoso. Pero nuestros profesores insistían en que aquello no era Arte, sino un esperpento, y nos obligaban a admirar la belleza en las esculturas y pinturas del tal Michelangelo -quien por cierto tenía nombre de tortuga ninja-. Acabaron por convencernos.
Calidad y cantidad
Paco de Lucía -un guitarrista bastante reconocido- decía en una entrevista que, para él, lo difícil no era tocar una de esas escalas vertiginosas: lo difícil era retenerse, tocar un silencio. Ahí debe de estar la belleza.
Pero claro, Paco de Lucía es un artista. Compone, da conciertos (miles). Ha reinventado el flamenco, acercándolo a músicas de distintas partes del mundo, bebiendo de gente como Albéniz, Manuel de Falla, el Maestro Rodrigo… Paco de Lucía, podemos asegurarlo, es un artista. Español.
El Centro de Arte de la Laboral, español, no le va a dedicar a Paco de Lucía -ni a Albéniz, ni al Maestro Rodrigo, ni a nadie que remotamente tenga nada que ver con ellos- ni un minuto. LABoral quiere, en cambio, el solo de guitarra, no más bello, no mejor interpretado, sino el solo de guitarra más largo del mundo.
El récord está en quince horas y pico, así que va a ser duro. Los participantes tendrán que tocar, al menos, una nota cada diez segundos (no se especifica cuál) y no podrán abandonar la sala en ningún momento. Así que, al final, la vejiga será la que marque la diferencia.
Aceptar la derrota
Y uno piensa que, en definitiva, así es como se aceptan las derrotas. Cuando no se está a la altura de los que sí están a la altura y -no obstante- se quiere llamar la atención, pues se hace alguna tontería. El niño que patalea, furioso, cuando ve que sus mayores alaban a otro niño. El boxeador que, de un mordisco, arranca una oreja a su contrincante. Soberbia, envidia, mediocridad.
Pero ¿es que acaso ya no quedan michelangelos? ¿No hay entre los cuarenta y tantos millones de españoles un artista que merezca tal apelativo? Seguro que sí. Pero las tribunas que esos artistas deberían ocupar -en centros de Arte- están demasiado solicitadas, por individuos que pretenden que adoremos su churro.
Y la culpa es de los gestores. Tanto desean dar el campanazo, que al final se olvidan de que el ser humano lleva unos 50.000 años pintando, cantando, creando. ¿Es éste el máximo exponente del Arte contemporáneo? ¿Es esto lo que podemos agregar al legado de Leonardo, Ortega, Shakespeare y Händel?
Demoliciones kármicas
Grupos de ayuda mutua, terapias teosóficas, Yoga, Chi Kung, Ayurvedha y hasta mil disciplinas están de acuerdo. Existe algo, a lo que comúnmente se denomina «Karma», que hace las veces de balanza, una ley universal de retribución por las obras hechas en vida. Creamos o no en la reencarnación, los humanos tenemos algo así como una noción primigenia -instintiva- de lo que está bien o mal. Estaremos de acuerdo en que aquello que construye, aquello que beneficia a los demás tanto como a uno mismo, es positivo, es bueno. En cambio, lo que destruye, lo que perjudica a los demás (aunque con ello se beneficie uno mismo) es negativo, es malo.
La burbuja
Pensaba uno, iluso, hace años, que la famosa burbuja inmobiliaria, al final, traería algo bueno, al menos para el pueblo. Si los constructores, ávidos de riqueza, se ponían a edificar como locos, por lo menos, cuando acabaran, habría pisos para todos. Esto podría incluso redundar en su karma: llevados por la avaricia, sí, pero construyendo. Ay, amigo.
La burbuja estalló y esto fue un «sálvese quien pueda». Los bancos se vieron con suficientes pisos como para desterrar la famosa batería de cocina y cambiarla por apartamentos en Benidorm (eso sí que sería «fresh banking»), pero ningún publicista consiguió convencerlos de ello. Ni siquiera bajaron los precios, qué va. Chulos ellos, potentes y potentados, dijeron «¿no compráis los pisos? Pues no los compréis». Ea.
Y siguen igual. Con miles de pisos inhabitados, vacíos. Algunos nuevos. Algunos sin terminar, expropiados a constructores que quisieron ordeñar la vaca un poco más, a última hora («que sí, que aquí yo hago dos mil pisos y me los quitan de las manos»). El caso es que no los venden ni a tiros, los bancos, porque se niegan a bajarlos de precio. Y como se niegan a bajarlos de precio -y no los venden- están al borde de la bancarrota. Y como los bancos no pueden quebrar -debido no sé a qué ley kármica-, pues los españoles hemos pedido a Europa un crédito de unos cien mil milloncejos para que estos bancos puedan seguir sin bajar el precio de sus pisos. Bien, ¿eh? Fácil.
¿¿Karma??
Y llegamos a la noticia esa. Sí, la de los irlandeses, la que dice que han decidido derruir los pisos que no se venden. Como lo oyen. La Ministra de Vivienda dice que, claro, «como nadie quiere vivir en ellos, lo más práctico es demolerlos». Qué bien pensado. Qué argumento. Demoledor.
Pasaba con la fruta. Si un año venía mucha fresa, y se veía que el precio iba a bajar, pues la tirábamos al mar. Lo importante era mantener el precio. No dar de comer al hambriento. No dar cobijo al indigente, no. Lo importante es mantener el precio.
A ojos de un niño -párvulo, casi inmaculado-, aquellos agricultores que tiraban la comida eran monstruos. De hecho, ver en el mismo informativo a una negra y raquítica mujer, muriendo de hambre bajo el inclemente sol africano, y a un grupo de blancos y orondos agricultores, tirando toneladas de fresas al mar, era motivo suficiente como para despreciar al conjunto de la especie humana (¿al conjunto?). Pero eso era años atrás, sí, cuando éramos niños. Ahora, de adultos, comprendemos que lo importante es mantener el precio, hombre no, faltaría más. Y si no tienes dinero para comprar un piso, pues a la (p***) calle.
Monstruos, por lo menos.
Pero nos queda el Chi Kung, hombre. Tenemos el karma (menos mal que somos budistas). Y si no, que se lo digan a Jorge Cordero, que lleva más de dos meses en huelga de hambre en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, asceta él. O a ese 21 por ciento de la población española -y creciendo- que vive en riesgo de pobreza, con un techo de uralita que cualquier día miras y no está. Si no fuera por nuestra confianza en un Orden superior que -antes o después- pone a cada cual en su sitio, estaríamos tentados de demoler -esta vez sí, con razón- la casa de la propia ministra irlandesa.
¿Cómo se puede tener la desvergüenza de decir que la gente «no quiere» los pisos? ¿Que si los regalan los rechazamos acaso? ¿Cómo un Estado -«la Verde Erín», por cierto- que proclama el Derecho Universal a una vivienda digna, puede permitirse siquiera tontear con esa idea?
España es la próxima, eso está claro: el karma nos la trae al pairo. Aunque el Censo de 2011 aún no está acabado, un avance de los datos dice que tenemos entre cinco y seis millones de viviendas vacías. Y recordemos que no cuentan las «segundas viviendas». Cinco millones de casas sin habitar: va a hacer falta una fuerte inversión para derruirlas. Y se pregunta uno, ya no tan niño, ya no tan iluso, nada inmaculado… ¿convocarán ayudas europeas para la demolición? ¿Las sacarán a concurso?