El derecho a sanar

«Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar» (Refranero popular)

Hoy hablamos de un documental estrenado en 2007, titulado «Sicko» y dirigido por el polémico cineasta Michael Moore. «Sicko» aborda el tema de los servicios sociales en Estados Unidos, especialmente el servicio sanitario, desde una perspectiva transcultural, esto es, comparando el sistema americano con sistemas implantados por otros países como Canadá, Gran Bretaña, Francia, o Cuba.

El servicio sanitario en Estados Unidos, como ya sabrán, no es ni universal ni gratuito, sino que depende de la afiliación -o no- del paciente a un seguro médico. Moore, a través de testimonios de afectados, dibuja un panorama desolador, en el que la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses quedarían -por una razón o por otra, de un modo u otro- excluidos de la cobertura sanitaria.

Para su sorpresa, los sistemas sanitarios europeos, así como el canadiense y el cubano, prestan un servicio gratuito e indiscriminado del más alto nivel, sin que por eso los ciudadanos se vean hipotecados para sufragarlo. En contraste con ellos, Estados Unidos emerge, no ya como un país despiadado, sino como el epicentro mismo del Mal.

Pero el Mal es contagioso, y ni los buenos médicos son capaces de erradicarlo, de tal modo que el panorama que describió Moore en 2007 quizás ya no sea aplicable hoy. En estos cinco años, muchas cosas han cambiado en Europa y aunque la situación de Estados Unidos siga siendo peor que la europea en cuanto a servicios sociales, los recortes que se vienen realizando aquí en los últimos tiempos amenazan con hacer tambalearse a este envidiable estado del bienestar.

Moore indaga en los orígenes de ese «estado del malestar» estadounidense y apunta a una única motivación: la económica. La codicia de los gobernantes, unida a un individualismo extremo -«egoísmo», podría decirse-, característico de la cultura «made in USA», han despojado en pocas generaciones a todo un pueblo de su derecho a sanar. En pocas generaciones, repetimos.

Es muy especial, este Moore. Sin perder el sentido del humor, critica con máxima dureza a su propio país, a su propia cultura, y lo hace por amor. Sí, porque para decir una verdad de este calibre, a la cara, es necesario no sólo ser valiente, sino sobre todo anteponer el bien ajeno al bien propio. ¿Qué es el amor, sino ese ejercicio de altruismo? Michael Moore puede costear sus propios tratamientos, no nos engañemos, tiene dinero y fama mundial, podría vivir en cualquier lugar del mundo, no necesita un sistema sanitario gratuito y universal en Estados Unidos. Pero, del mismo modo que un hijo se enfrenta a su padre alcohólico y le pide que pare de beber, Moore sigue haciendo documentales. Quizás el padre alcohólico no atienda a las razones del hijo, pero el hijo no puede hacer otra cosa… Al fin y al cabo, es su padre.

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Bicicleta, cuchara, etc

«La gente no muere de Alzheimer. La gente muere con Alzheimer».

La magia de Internet y los impuestos desembolsados han hecho posible que el documental que ganó el Goya en 2011 esté ahora disponible -¡GRATIS!- en la web de Televisión Española. «Bicicleta, cuchara, manzana» es su título y Carles Bosch -«Balseros», entre otras-, su director.

«Bicicleta…» es un documental profundo pero sencillo. Su grabación se prolonga varios años (2007-2009), durante los cuales Bosch se adentra en la vida (privada) del antiguo Presidente de Cataluña, Pasqual Maragall, diagnosticado de -y aquejado por- esa incurable enfermedad degenerativa que es el Alzheimer. La evolución de la película es paralela a la evolución de la enfermedad, con lo que el documental se convierte así en testimonio de una pérdida irrecuperable.

Maragall es una persona culta, amante de la buena música, de la lectura, de la vida en familia y de su profesión. Muy activo, con carácter afable, este bromista constante resulta un tipo simpático, un excelente protagonista, cuando se dejan a un lado los posibles prejuicios ideológicos y se le conoce un poco.

Una persona, Maragall en este caso, es -sobre todo- su memoria: perder la memoria supone perder la identidad; de eso habla la película, pero no sólo. Como decimos, es un documental profundo, que apunta en muchas direcciones, la familia, la cultura, la lucha, la política, el cine… Una de esas direcciones hacia las que apunta -en la que nosotros nos centraremos- resulta especialmente interesante, ya que es políticamente incorrecta y por ello ha sido escasamente comentada por la crítica, que se ha centrado más en los aspectos trágicos de la enfermedad, en la valentía del paciente, en la solidaridad…

Resulta que, una vez diagnosticado de Alzheimer y retirado de la política, Pasqual Maragall, quien tanto poder administrativo tuvo durante sus tiempos de President, se embarca en una cruzada personal contra la enfermedad. Valiéndose de contactos y prebendas obtenidos durante los años de ejercicio, crea una fundación que lleva su nombre y se destina exclusivamente a la investigación de tratamientos y curas para el Alzheimer. Se trata de una acción aparentemente filantrópica: Maragall, hombre poderoso, quiere ayudar a otros que se encuentran en su situación.

Sin embargo, en la película de Bosch, varias veces se le oye decir, con resignación, «yo no llegaré» [a beneficiarme de la cura]. Y esto transforma la historia.

Socialmente es algo bueno, de esto no cabe duda, que se investiguen tratamientos contra el Alzheimer. Y en este sentido, si la Fundación Maragall halla la cura, el ex-President le habrá hecho un gran bien a la humanidad. Pero, siendo estrictos, no es pura filantropía lo que le mueve. La compasión hacia este preeminente enfermo no nos debe tapar los ojos, ni aún la boca. Maragall, como otros agentes en la economía de Mercado, busca, en primer lugar, su propio beneficio y después, el bien común. Así, una empresa que recicle plásticos, por ejemplo, buscará, primero, obtener ingresos y -segundo- hacerle un favor al planeta. Y es que Maragall no ha creado una fundación contra el SIDA.

Esta lectura está incluida en la película. Bosch lanza la crítica de un modo sutil, elegante, poco ofensivo; es una reflexión, más que una denuncia. Pero la crítica está ahí, para quien sepa verla y tenga el valor de hacerlo.

Por este motivo, la película es para descubrirse. El tratamiento respetuoso hacia el enfermo no obsta para que la cámara se adentre en reuniones familiares, en pruebas médicas, en la pérdida progresiva de facultades. Es una mirada cariñosa, íntima, pero rigurosa, que no sacrifica la integridad en pro del proselitismo. No paga con silencios respuestas incómodas a dudas legítimas. Una lección de profesionalidad que, afortunadamente, ha encontrado suficiente apoyo social.

Animamos a ver la película. Al fin y al cabo, aunque Bosch se haya lucrado al hacerla, aunque se haga publicidad a ciertas instituciones, aunque los beneficiados sean, primero, ellos, y luego, la sociedad en general, nuestro beneficio como ciudadanos no es menos beneficio por ello. Y esa es la razón por la que, entre todos, pagando su precio, la hemos hecho posible. La película es nuestra.

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Alegría

La alegría se reconoce. No hace falta más que ver a alguien alegre para identificar esta sana emoción.

Si se quisiera documentar la alegría, podría hacerse un estudio neurológico, un análisis psicológico, sociológico, etológico, podría contextualizarse históricamente, o filosóficamente, y obtener, en cualquiera de estos casos, resultados valiosos e interesantes. Pero sucede con la alegría algo que no sucede con otras emociones, y es que basta con atisbarla para contagiarse de ella. Y no hay mejor modo de entender algo que sentirlo en carne propia.

Si se quisiera documentar la alegría, decimos, podríamos analizarla, someterla a los esquemas de la razón, desmenuzarla. Pero también podríamos, simplemente, retratarla. Eso hace Matt Harding. Nosotros os invitamos a contagiaros. ¡Sed felices!

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1980

El director vasco Iñaki Arteta se ha embarcado en un nuevo proyecto de documental, que se titulará «1980» y versará sobre el año más sangriento de la banda terrorista ETA. Según Arteta, en el presente, tras  la disolución oficial de la banda, España corre el riesgo de «pasar página» sobre las cuatro décadas de terrorismo y resulta especialmente trascendente repasar episodios como estos, con 100 asesinatos, cientos de explosiones, decenas de secuestros, y todo en un solo año.

El proyecto de documental surgió tiempo atrás pero, según el director, hasta ahora ha sido imposible conseguir la financiación suficiente, por lo que recientemente su productora ha puesto en marcha el sistema conocido como «crowdfunding» o «financiación colectiva», es decir, ha habilitado una cuenta bancaria en la que cualquier persona comprometida con el proyecto puede realizar su aportación. A cambio, el director se compromete a incluir su nombre en los títulos de crédito y -para aportaciones mayores- incluso obtener una parte de los beneficios derivados de su comercialización.

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Cosechar o morir

Hoy hablamos de un documental, ya clásico, que merece ser rescatado: «Los espigadores y la espigadora», dirigido por Agnès Varda.

En la aldea global que habitamos, se desperdicia de todo, especialmente, alimentos. Y no siempre por encontrarse en malas condiciones. De hecho, casi nunca por encontrarse en malas condiciones.

Agnès Varda busca, cámara en mano, de manera casi ingenua, la esencia de la supervivencia. Hombre, hambre y comida. Se busca a sí misma -su función- en los vertederos, en los desechos de una sociedad que no solo malgasta alimentos, sino que tampoco quiere a los ancianos, a los impedidos y -en general- a quienes no pueden producir. Varda nos critica a todos por derrochar, por despreciarnos, pero empieza por sí misma, en un ejercicio de recolección de imágenes, palabras y hechos, que no es sino una re-escritura del mundo despojado de artificio.

Un biólogo que rescata lo sobrante de los mercadillos. Un alcohólico. Un juez que cosecha en campo ajeno. Un misántropo. Una familia de inmigrantes españoles, un artista… Los perfiles de sus entrevistados son tan variados que parecen reflejar la inmensa complejidad del mundo. Pero el entrevistado de honor, para Varda, es ella misma: ella y su lucha por conseguir respuestas sobre su posición en el mundo, sobre su actitud frente a él, sobre su miedo a la muerte, sobre la libertad, sobre el juego… Un interrogatorio en tercer grado, del que no sale completamente ilesa.

«Los espigadores y la espigadora» reúne todos los ingredientes que hacen de un documental una pieza sabrosa: novedad, documentación, originalidad, pluralidad, libertad, sencillez y cordura. Se estrenó allá por el año 2000 y sigue con la misma vigencia -o mayor- que entonces. Hoy está disponible en Youtube. Afortunadamente.

Ficha técnica

La mirada de los dioses

«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»

Desde Babel, la Arquitectura es un Arte sublime y por tanto peligroso. Dios, en su infinita sabiduría, condenó entonces a los hombres a hablar cientos de lenguas distintas y por ende, a no entenderse, como castigo a su soberbia. Y es que los hombres quisieron construir una torre que les llevara al Cielo, un atajo; quisieron probar qué se sentía al mirar el mundo desde allá arriba, al ser un dios. Y la liaron.

El señor Foster sabe bien cuánto pesa su edificio. Conoce cada uno de los materiales con los que está construido, prevé y prescribe usos para las distintas zonas, programa la incidencia de la luz en unas u otras horas del día, determina las sensaciones que experimentarán quienes lo perciban. No se limita a llegar hasta el cielo; su conocimiento, sus aspiraciones, van mucho más allá. Y por eso se puede decir, sin temor a equivocarse, que el señor Foster es -aunque él declare lo contrario- un dios.

La pregunta no es baladí… «¿Cuánto pesa su edificio?». Tratándose de la Arquitectura de Norman Foster, uno está tentado de responder: «¡Nada, no pesa nada, menos que eso!». Porque lo que más pesa en su obra -cualquiera que la contemple coincidirá con nosotros- es la poesía -esto sí lo reconoce-; y la poesía, como todo el mundo sabe, no sólo no pesa, sino que permite levitar, elevarse, sin moverse del asiento.

El documental así titulado -«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»- intenta plasmar su mirada, la de Foster, y casi lo consigue. Cuando uno lo ve, se siente tan pequeño como un microbio en el Himalaya, nanopartícula en un mundo que jamás comprenderá y que otros construirán para él.

La mirada de los dioses, no obstante, es benévola. Con su amor característico, Dios sufre por los diminutos habitantes de este cruel mundo material y su condena es vernos perecer uno tras otro, sin haber entendido nada, o prácticamente. Es la soledad del genio, la preocupación del padre y la añoranza del viudo.

Debemos ver la película. Es el modo de acercarnos a la problemática de los que, impedidos por nuestra materialidad, intentan investirnos de Gracia.

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¿Quién dijo Arte?

¿Todos somos artistas? Ésta es quizás la gran pregunta que arroja el documental «Exit through the gift shop», del popular autor británico Banksy.

Se puede decir, y todo el mundo coincidirá con nosotros, que Banksy es, indudablemente, un artista. Sus pinturas han sido expuestas en los mejores muros del planeta. Baste, a modo de ejemplo, la siguiente fotografía, tomada en la barrera que separa a Israel de Palestina:

Además de ser mundialmente conocido por sus graffiti, Banksy también es famoso por haber colado obras suyas en el Museo Británico, en la galería Tate, o en el MOMA de Nueva York, aprovechando descuidos de los vigilantes. Y es que en eso consiste precisamente el Arte de este enigmático personaje, en recontextualizar un mundo que damos por sentado, en cambiar el manual de instrucciones de la percepción humana.

«Exit through the gift shop» es su primer documental. Narra la historia de Thierry Guetta, un aficionado a la grabación en vídeo que accidentalmente se introduce en el mundo del «Street Art» («Arte callejero»), estableciendo contactos con los mayores exponentes de este Arte a nivel mundial -entre los que Banksy se incluye- y consiguiendo quizás el mayor archivo documental existente en este ámbito.

La película parte de las grabaciones de Guetta para ilustrar el nacimiento y desarrollo de una tendencia artística que reivindica la ciudad como soporte para sus obras, que la integra dentro de ellas. La obra no se entiende sin la ciudad a la que hace referencia, sin el muro que la sostiene. Y no se trata ya de ensuciar las paredes con firmas más o menos feas, sino de transmitir una idea, un sentimiento, un mensaje. Con belleza. Conforme avanza el documental, en el espectador surgen preguntas como «¿en qué consiste ser artista?, ¿se es más artista por exponer en una galería que por decorar una fachada?, ¿cuáles son los límites del Arte?, ¿cuál es su esencia?». Y por supuesto, la pregunta que iniciaba este texto, «¿somos todos artistas?».

El documental de Banksy es una llamada al sentido común, en todos los aspectos. Observa la sociedad que le rodea y la critica sin aspavientos, sin violencia, igual que en el resto de su obra. Pero con una efectividad decisiva.

«Exit through…» ha sido nominada al Oscar a mejor película documental en 2011. Las obras de Banksy se venden en subastas, se exponen en galerías, personajes como Brad Pitt o Angelina Jolie las coleccionan; el autor tiene amigos y enemigos tanto en los círculos de críticos de Arte como entre los graffiteros. Es un personaje polémico, siempre enmascarado y siempre requerido. Y su película -reflejo de todo esto- maravilla, desconcierta, entretiene y apasiona.

Web oficial Banksy

El astillero

Dicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.

Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.

¿Quién no vendería?

Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.

¿Qué haríamos?

La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.

En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».

«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.

El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas (ver páginas 114 y ss.). Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.

En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.

Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.

Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».

La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.

Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.

Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.

Ficha técnicaDicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.

Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.

¿Quién no vendería?

Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.

¿Qué haríamos?

La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.

En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».

«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.

El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas. Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.

En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.

Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.

Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».

La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.

Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.

Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.

Ficha técnica

Enhorabuena, Birmania

Ayer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.

Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.

«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.

Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.

El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…

Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.

Ver documental

Ficha técnicaAyer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.

Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.

«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.

Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.

El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…

Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.

Ficha técnica

Ser un ser humano

Acaba de estrenarse la serie documental «Ser un ser humano», una coproducción de siete escuelas de Cine de distintas partes del mundo: La Universidad de Magdalena (Colombia), el Instituto de Cine de Madrid, el City College de la Universidad de Nueva York, el Instituto de Cine y Televisión de India, el Red Sea Institute of Cinematic Arts, de Jordania, y la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, con el liderazgo de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba).

La serie aborda seis temas que consideran esenciales para comprender las diferencias y las similitudes entre los seres humanos: el amor, la cultura, el sustento, la fe, el miedo y la esperanza. Cada uno de estos temas se trata en uno de los capítulos de sesenta minutos de duración que componen la serie.

La factura es profesional (HD 16:9) y el proyecto ha sido íntegramente desarrollado por alumnos o graduados de estas escuelas, con la tutoría de sus profesores.

El estreno ha tenido lugar en la Casa de América de Madrid y la serie itinerará por distintos festivales de todo el mundo, antes de su difusión en canales de televisión. La UNESCO ha participado en la iniciativa y su sede de París ya ha ofrecido un pase.

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