Francamente
Hablan de memoria histórica… Pero ¿qué es?
Se disputan la iconografía de calles y plazuelas, derriban monumentos para luego reconstruirlos porque Patrimonio dice que de qué van, que no se puede ir así por la vida; prohíben hacer mofa de los símbolos nacionales, manifestarse frente al Congreso, fotografiar a la policía en plena carga ciudadana. Prometen gobernar para todos pero luego resulta que solo para los suyos y que aquí aún falta la revolución obrera y la dictadura del proletariado y que sin sangre nunca se consiguió nada y ya veremos si en las siguientes elecciones el pueblo ignorante se da cuenta de quiénes son los buenos. Roban hasta quebrar un país, se pasan a la torera las leyes de financiación de partidos, las leyes fiscales y las leyes en general. Detienen a dos pobres diablos por hacer un espectáculo de marionetas y los dejan ahí, en prisión, como si fueran terroristas de los que matan a gente en aeropuertos. Cambian la lengua a su antojo y donde antes había «imputados», ahora «investigados» y lo que era crisis y ruina y deuda con Europa, ahora es salida de la recesión, oportunidades de emprendimiento y vínculos transnacionales.
Nos toman por tontos y es ofensivo.
La memoria histórica es precisamente eso: saber que tonto, precisamente, no eres. Que pueden pintarlo de naranja o de verde, pero el latrocinio es latrocinio, la dictadura es dictadura (aunque sea del proletariado) y la discriminación positiva no existe.
Franco tiene el culo blanco
Y pueden detenernos y meternos miedo. Pueden asfixiarnos. Pero no nos van a engañar.
Hoy os traemos memoria histórica en estado puro. No está subvencionada por la Unión Europea, ni por sus estados miembros (y «miembras»), ni por ninguna Comunidad Autónoma, región, país, nación, ni fundación de ayuda a personas con déficit de atención cruzada. Está hecha por el pueblo llano, que no se deja engañar. Que es pobre, pero también honrado. Y que se ríe de toda esta panda. Por no llorar.
Con todos vosotros, «Francamente».
La plaza de Margaret Thatcher (Carmen Cereña)
He leído en la prensa que en Madrid, nada más y nada menos que en la confluencia de la calle Goya con el arranque del Paseo de la Castellana, se ha dado a una plaza, bajo el mandato de Ana Botella, el nombre de Margaret Thatcher.
Cabe preguntarse en qué benefició Thatcher a Madrid o cuál es su vínculo con la ciudad, que justifiquen tal honor. Como no hay respuesta a ello porque no puede haberla, la pregunta debe encaminarse entonces a saber en qué la británica fue benefactora de la Humanidad.
No entra dentro de nuestro propósito valorar o enjuiciar la labor en el interior y en el exterior de la Thatcher, pero cómo olvidar que cuando Pinochet quedó retenido en Londres por un mandato judicial internacional, la llamada Dama de Hierro fue a visitarlo en repetidas ocasiones al hospital en que había sido intervenido para brindarle su apoyo moral y mostrar ostensiblemente al mundo sus simpatías para con él.
De la Thatcher se ha dicho que gobernó como un hombre. Otro tanto se dice actualmente de la Merkel. Una tal afirmación presupone que hay diferencias en los modos de gobernar entre los dos sexos. Sin embargo, dado que el mundo tal y como lo conocemos ha sido hecho por los hombres y para los hombres, que a las mujeres se nos ha constreñido a decir a todo amén (ese célebre «Sí de las niñas» permanente), si no es como ellos, ¿cómo, de qué otra manera podríamos gobernar las mujeres? Distinto sería, eso no lo niego, si la política fuera creación femenina o si se alcanzara en la sociedad una paridad real, y no impuesta, en todos los ámbitos y que la tal paridad se consolidara, perdurara y se convirtiera en uso y costumbre. ¿Lo veremos algún día en Occidente, que es el único lugar donde nos es permitido soñar con ello?
«En la uña del dedo meñique de una mujer, Isabel la Católica, había más energía política, más potencia gobernadora que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX», escribe Galdós en «El Grande Oriente». Isabel gobernó como un rey de fuste y brío; ¿de qué otra forma podía gobernar? Y otro tanto podría decirse de cuantas soberanas con poder efectivo salpican la Historia de Occidente: Bloody Mary, su hermanastra Elizabeth, Catalina de Rusia…
En nuestras circunstancias, en nuestro contexto, en nuestras tradiciones, en un mundo cada vez más globalmente peligroso, suena a falsa música celestial eso de que la mujer gobernaría de manera más juiciosa, más íntegra y más humana. En cuanto a ese sedicente sexto sentido que nosotras al parecer poseemos frente al parecer su ausencia manifiesta en el varón… ¡dengues de señoritas románticas! Es cuanto expresa Genara, en «La segunda casaca», también de don Benito: «Las mujeres son más leales que los hombres, sirven con más ardor y más honradez a una causa cualquiera, son menos accesibles a la corrupción, poseen instinto más fino y mayor agudeza de ingenio, mayor penetración. Ustedes (los hombres) piensan; pero nosotras adivinamos». Amén de su falsedad intrínseca, duele de esta declaración eso de que el pensamiento se lo cedamos a los varones, ¿no es cierto?
Antonio Machado. Manuel Machado. Son hermanos. Escriben juntos seis obras de teatro, entre ellas la celebérrima «La Lola se va a los puertos». Hay una célebre y bellísima foto de ambos, en un solemne despacho, con Antonio sentado y Manuel de pie. Ambos esbozan una muy leve sonrisa de zumba. Antonio se nos aparece más antiguo, con su cuello de pajarita, y más reflexivo e introvertido también («Yo voy soñando caminos de la tarde»); Manuel resulta más activo, más bullidor, más «social», apoyado con una cierta nonchalance blasée en un cofre y sosteniendo un cigarrillo entre los dedos («Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…») . Antonio parece presidir un Ateneo, mientras que Manuel parece asistir a un cóctel. «¡Qué bonito es que las hermanas estéis siempre unidas!», nos ha dicho siempre mi madre. Con nostalgia, siempre que veo la foto y siempre que pienso en los Machado, considero lo bello de su unión primera. Mas ha de llegar la maldita guerra… Política y guerra rompen la hermandad de sangre y la amistad fraternal de los hermanos. Manuel apoya a Franco, mientras que Antonio escribe aquel lamentable despropósito en forma de soneto dedicado a Enrique Líster, donde concluye con aquello de «Si mi pluma valiera tu pistola…»
¡Qué triste es ver cómo se rasga la foto con zigzag de rayo y estrepitoso crujido! y los hermanos, ¡ambos tan grandes y españoles ambos!, quedan por siempre exiliados el uno del otro. Me viene a la mente el recuerdo vicario, a través de la memoria de mi madre, del tío Pepe (tío-abuelo mío), a quien nunca conocí. Murió exiliado en Venezuela tras la guerra nuestra. Duró muy poco en aquella tierra hermana porque lo mató la añoranza de España y la inmensa pena de haber visto a su patria desangrarse en el odio y la crueldad. Mi madre me enseñó fotos suyas de antes de 1936 y otras de 1940 (murió en 1942 en Caracas a la edad de 61 años): jovial en las primeras y desolado en las segundas, con la muerte en una mirada vencida y sin brillo. ¿Por qué la política ha de desgarrar las familias españolas y así desde la Guerra de la Independencia? ¡Maldita sea! «Mucha sangre de Caín / tiene la gente labriega / y en el hogar campesino / armó la envidia pelea».
Volviendo al inicio de este escrito, me pregunto si no hubiera podido llamarse la plaza dedicada a Margaret Thatcher (¿pero quién le dio vela en este entierro?), plaza de los Hermanos Machado. Que el Ayuntamiento, trocándose en lañador político, restañe la preciosa porcelana española que la triste Historia patria rompió. Que vuelvan Manuel y Antonio a ser hermanos y a quererse. Que Caín deponga las armas y las entierre para siempre. Que sean de nuevo Abel y Abel. Señores alcaldes de España, liguénle ustedes las llagas a nuestra patria. Regálenles ustedes a nuestras calles, a nuestras plazas, a los centros de enseñanza, a las bibliotecas, a los centros culturales y teatros, el nombre junto de los hermanos. Que vuelvan a abrazarse, como Francisco y Domingo, distintos ambos, pero remando en la misma dirección. Antonio y Manuel, «que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza!»
¿Y la Thatcher entonces? Que se dé su nombre a una calle de la localidad inglesa en que naciera. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, también en Ulan-Bator, digo yo, alguna plaza habrá con el nombre de Gengis Khan. Y en alguna aldea de los Campos Cataláunicos, por puro prurito de folklorismo, alguna calle que se llame de «Atila, azote de Dios», una calle, que nunca un parque pues a ver si no cómo hacerle crecer la hierba, por mucho que la climatología de la Champaña le sea favorable.
La plaza de Margaret Thatcher (Hydra de Lerna)
Ana Botella (en adelante AB), ama de casa metida en política por ser la mujer de un ya ex-presidente de España, llegó a la alcaldía de Madrid para jugar a ser decoradora y demostrar cómo de bien sabe gastar el dinero del contribuyente, construyéndose dentro del Ayuntamiento un pequeño apartamento, y lo bien que se le da jugar al monopoli con el plano de la capital del Estado sobre la mesa. Por eso, y por razones que luego expondré, no me ha sorprendido -pero sí indignado- la noticia que he leído en la prensa sobre el nombre que le han puesto a una plaza situada en pleno distrito de Salamanca, concretamente en la confluencia entre la calle Goya con el Paseo de la Castellana, junto a la plaza de Colón.
¿Quién era Margaret Thatcher (en adelante MT)? Pues una señora inglesa que gobernó su país desde 1979 a 1999. Querida por unos y odiada por muchos, se ganó a pulso el sobrenombre de «La Dama de Hierro».
Frases célebres de MT:
«En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él»
– En esta frase, y a mi modo de ver, se encierra el peor de los machismos: el despotismo disfrazado de feminismo.
No quisiera que pensarais que no soy consciente de la lucha que, durante muchos años, han tenido que mantener muchas mujeres por la igualdad. Pero en esa lucha parece que lo femenino está reñido con la reivindicación. Que las mujeres (y no me incluyo) por querer ser como los hombres, han copiado hasta los defectos. Son las llamadas «mujeres de hierro». ¿Es esto necesario? En esa carrera, hemos criticado tanto al género masculino que nos tienen miedo. Que una mujer con poder es mucho más peligrosa que un hombre.
«Cualquier mujer que sepa llevar los problemas de una casa está muy cerca de entender los de llevar un país»
– Leyendo esta frase puedo entender la razón por la que AB «redecoró» el Ayuntamiento de Madrid. Y también puedo entender por qué a muchos hombres les cuesta aceptar la capacidad de muchas mujeres para llegar a las más altas esferas de poder.
«Nadie recordaría al buen samaritano si, además de buenas intenciones, no hubiera tenido dinero»
– Frase lapidaria donde las haya. Convierte una bella historia de generosidad y compasión en algo sucio al igualar los valores morales con el dinero.
Tal vez por esta visión sobre la «generosidad» , le propuso al primer ministro australiano la compra conjunta de una isla para enviar allí a los vietnamitas que huían de los comunistas. De esta forma, acallaba su conciencia y alejaba el problema de su «Gran País».
Nadie le va a negar a MT su brillante inteligencia, que usó para manejar y manipular a todos los que estaban a su alrededor. A MT le perdían las adulaciones y por eso se rodeaba de «hombres» a los que no les importaba hacerlo, con tal de que su cabeza no fuera defenestrada (somos conocedores de la «inclinación» de los ingleses a cortar cabezas).
Hay una anécdota que demuestra -y pone en tela de juicio su inteligencia y evidencia su machismo- el escaso sentido del humor que tenía esta señora. En cierta ocasión, MT se rompió una pierna que la mantuvo -y retuvo- recluida en el hospital durante un par de semanas. Paralelamente, un ministro de no sé qué país, idolatrando la figura de la dama, le puso «Thatcher» a su adorado perro. El pobre animal murió. No se sabe muy bien si por el nombre o por alguna enfermedad sobrevenida. El caso es que este señor, compungido por la tragedia de su mascota, envió misivas a sus amistades diciendo «Thatcher ha muerto». Claro que se refería al can, no a «la de hierro», que aún permanecía en el hospital. El incidente a punto estuvo de desencadenar un grave problema diplomático. Con lo fácil que hubiera sido llamar por teléfono y aclarar la situación, reírse del malentendido. Tendría que haber considerado un honor que este señor llamara a su querida mascota por su apellido.
MT nunca quiso que su condición de mujer tuviera relevancia política. Sin embargo, no se cansó de utilizarla para reivindicar la igualdad entre ambos sexos.
MT introdujo la sección 28 en la que se prohibía la enseñanza o la promoción de la homosexualidad.
Claramente, AB es fan de MT. AB quería ser como ella, la gran dama de hierro, pero se le olvidó que no sabía hablar la lengua de Shakespeare. Ni gobernar su casa, de ahí que no supiera solucionar problemas políticos. Ni ser una buena samaritana porque se gastaba el dinero -de todos- haciendo ostentación no sólo de poder, también de desprecio por el sufrido contribuyente. Tampoco a nadie se le ocurre utilizar el apellido de AB llamar a su mascota, porque la pregunta sería: «Botella, ¿de qué?»
Lo que sí han demostrado ambas mujeres en extremos distintos -y es lo único que las aproxima-, es que cuando una mujer de ese calado socio/cultural/mental accede a un puesto de poder, no es que se comporte como un hombre, es que, en su afán por emular a los grandes estadistas, se convierte en tirana la una y en manirrota la otra. Que el poder emborracha y la resaca es tremenda porque la sufrimos todos. Que a algunas mujeres, una vez han accedido al poder, se les olvida que para gobernar hay una condición «sine qua non»: la humildad.
Pero no pierdo la esperanza (y no me refiero a la otra «dama» madrileña).
¿Por qué ponerle Margaret Thatcher a una plaza en nuestro país teniendo nosotros tantas deudas con héroes nacionales?
Lo que ha hecho AB, ha sido instrumentalizar la historia. Veamos:
-Antonio Escobar Huerta, el general olvidado. Guardia Civil, hombre de honor, honrado, íntegro, defensor de la República Española y la Constitución de 1931, a la que había jurado lealtad. Aunque siendo católico, mantener su juramente era una osadía o una condena a muerte. Mantuvo su fe intacta durante los años de la guerra. Luchó en el mismo bando que los anarquistas de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que despreciaba y perseguía sus creencias. A pesar de ello, ni las ocultó ni renegó de ellas. Escondió monjas en su casa y, tras curarse de las heridas que sufrió en la Batalla de Madrid, le pidió a Azaña poder viajar a Lourdes para rezarle a la Virgen.
Fue fusilado el 8 de febrero de 1940 en los fosos del Castillo de Montjuic.
– Juan Marrero Pérez, «Hilario», jugador del Real Madrid. Intercedió por prisioneros republicanos en La Coruña, ante piquetes encargados de darles el «paseíllo».
La animosidad que sigue despertando la tragedia de nuestra guerra, condena al olvido a personajes como éste.
Durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, además de las conocidas, están las grandes olvidadas:
– María de la Consolación de Azlor y Villavicencio, durante los asedios de los franceses, puso su casa, su trabajo y su hacienda a disposición de los defensores civiles y militares de Zaragoza. Amunicionaba las baterías artilleras con víveres y pólvora. Durante la jornada del cuatro de agosto, armada como un combatiente, formó baterías en su calle con pelotones femeninos. En 1809, y a instancias del mismísimo Palafox, reclutó gente para defender el Coso. Además organizó partidas en el pueblo Bureta. Murió a los 39 años.
– María Francisca de Sales Portocarrero, quiso participar en las asociaciones patrióticas, pero se encontró con la dura oposición de los hombres que las componían, ya que estos consideraban que si entraba una mujer en alguna de las asociaciones estas se convertirían en algo frívolo. Finalmente lo consiguió junto con otras trece mujeres. Desde allí, trabajó de una forma enérgica y brillante por la educación de la mujer y para mejorar las condiciones de las que estaban presas. Lo que ella hizo hoy se denomina «programa de inserción social».
He dejado para el final a un personaje que me subyuga: el Almirante Blas de Lezo. Un personaje poco conocido para mayor vergüenza de AB y MT. El Almirante perdió un ojo durante la guerra de sucesión por el trono de España, defendiendo el castillo de Santa Catalina. Con 15 años perdió una pierna en la batalla que mantuvieron la armada española y francesa contra ingleses y holandeses. En 1713, perdió un brazo en el segundo sitio de Barcelona. Pero lo que nunca perdió fueron los cojones, a pesar de ser apodado «medio hombre» o «patapalo».
Los ingleses no sólo ocultan sus derrotas ante los españoles, les gusta atribuirse victorias que nunca existieron.
Del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, tuvo lugar la Batalla de Cartagena de Indias, entre la armada inglesa y la española. La nueva Armada Invencible, comandada por el almirante Edgard Vernon, con 39.000 soldados, 3.000 piezas de artillería y 195 navíos, trató de invadir Cartagena de Indias, defendida por el Almirante Blas de Lezo, con 3.600 soldados y 6 navíos. El rey inglés estaba tan seguro de su victoria que mandó acuñar monedas para celebrarlo. En ellas se leía: «La arrogancia española humillada por el Almirante Vernon…» En realidad, el humillado fue el rey inglés y el almirante Vernon, que tuvo que huir para salvar su vida a costa de perder su dignidad.
Y nosotros, bueno, nosotros no, Ana Botella, le pone a una plaza española el nombre de una inglesa cuyo mérito fue ser apodada «la dama de hierro» por su inflexibilidad y por ocultar divinamente su condición machista haciendo creer a casi todos que luchaba por los derechos de la mujer. De este modo, sigue condenando al olvido a tantos y tantos héroes patrios, negándoles el reconocimiento que merecen.
Espero que los ingleses le devuelvan el halago que tanto desea AB, dándole su nombre a cualquier cosa que no sea una calle, una plaza o algo que esté relacionado con la cultura.
Estas son algunas de mis razones para renegar de quién reniega de la historia de mi país.
Ya lo dijo Antonio Machado:
El enemigo -los traidores de dentro y los invasores de fuera- se iba poco a poco / aproximando a Madrid.
«Debemos» y la buena casta
Debemos. Y debemos porque podemos y porque nos toca.
Debemos hablar de esa nueva generación que gobernará España dentro de poco. Se trata de personas que hablan muy claramente y que saben lo que dicen. Personas muy bien preparadas -muy versadas, mucho más que nuestros gobernantes actuales- que intentan aplicar lo que nos enseñaron sobre la Democracia en la escuela. Todo eso de los Derechos Humanos, del Estado Social y de la libertad bien entendida. Debemos hablar de ellos y debemos hablar bien, porque son muchas las voces que claman en su contra, sin razón.
Más allá de lo realizable o no de sus políticas, la perspectiva que arrojan el partido «Podemos» y su dirigente Pablo Iglesias, son ciertamente esperanzadoras, en tanto en cuanto marcan el camino de la moral justa y del sentido común. Y su relación con los medios es buen ejemplo de esto. Un político, en la era de Internet, no puede actuar como si estuviéramos bajo Franco. Bajo Franco, la información, los medios de información, eran pocos y estaban muy controlados; las voces contrarias eran silenciadas, nadie podía opinar públicamente, a no ser que transmitiera los mensajes del Régimen y los periodistas éramos correveidiles que apenas pintábamos nada. Pero esto ha cambiado.
Ahora, con mayor o menor eco, cualquier voz puede alzarse para opinar. El ciudadano tiene a su alcance más información de la que puede procesar y el conocimiento de la Humanidad avanza de manera exponencial. Sirva el siguiente gráfico desarrollado por «Tall & Cute» para hacernos una idea de dónde estamos.
Y es que esto avanza muy rápido, señores. Los tiempos nuevos son para personas nuevas, dicho esto con todo el respeto hacia nuestros mayores. Los esquemas mentales de la generación que ahora a regañadientes se jubila, ya no son válidos para el mundo actual. Es preciso, no sólo para gobernar, sino también para desenvolverse en el entorno laboral, incorporar la tecnología, entender las sociedades desde el punto de vista que arroja la Ciencia moderna, darse cuenta de que la actitud del cacique tradicional ya no se sustenta y actuar como verdaderos ciudadanos, no como súbditos.
Pablo Iglesias no será un santo, pero tampoco lo pretende. Es cierto que su figura taciturna, su faz barbilampiña, su manía de chascar la lengua cuando habla y la contundencia de su mensaje generan antipatía. Pero al menos no es una comadreja que se ande ocultando de la ciudadanía. Pablo Iglesias es ese tipo que no tiene miedo a decir lo que piensa, a exponerse, porque de verdad, honestamente, cree en ello.
Y por eso, conduce un programa de entrevistas que se llama «Otra vuelta de tuerka», cuyas bases se ven representadas en una bella y oportuna paradoja que hoy os traemos: Iñaki Gabilondo, periodista de «buena casta», entrevistado por dicho candidato a la Presidencia. Es decir, que estamos asistiendo a un fenómeno sin precedentes en nuestro país: un político entrevistando a un periodista.
Debemos pronunciarnos. Debemos porque es urgente que los cargos públicos sean personas con espíritu de servicio público. Porque el mapa de la corrupción en España es inaceptable (ver mapa en elmundo.es). Y porque es hora de que apliquemos todo lo bueno que aprendimos de nuestros mayores, todo lo que heredamos de la buena casta, al gobierno de nuestras propias vidas.
Madres
Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero país. Como mujer, mi país es el mundo entero.
Virginia Woolf «Tres guineas» (1938)
Mucho miedo da lo que está sucediendo en el mundo de los hombres. Últimamente, hemos creado el término «Estado Islámico» para referirnos no se sabe bien a qué, pero a algo que da mucho miedo. Y da miedo porque -sea lo que sea- es tiránico, es violento y es invasivo.
Los cinco bloques
Si nos fijamos en el siglo XX, veremos que la primera mitad estuvo marcada por las dos grandes guerras (la Primera Guerra Mundial, del 14 al 18, y la Segunda, del 36 al 45 -nótese que incluimos la Civil española-) y que las consecuencias de esas guerras marcaron a su vez la segunda mitad del siglo (con esa «Guerra Fría» entre la URSS y el bloque capitalista, con los conflictos en Palestina/Israel, etc.)
La guerra, aunque nos parezca algo lejano y ajeno, es una realidad que, cuando se produce -y ya lo creo que se produce- nos afecta a todos, especialmente a los pacíficos. Somos los pacíficos los primeros en morir, los peor castigados y los más indefensos. Somos nosotros quienes debemos evitarla y contrarrestarla y bloquear su resurgir y lo único que tenemos para ello es nuestra palabra, ahogada y débil, pero llena de verdad, de bondad y de Historia.
El bloque capitalista -Estados Unidos, Europa del Oeste…- se impuso al final sobre el otro gran bloque -soviético-socialista- y durante varias décadas, hemos asistido al auge de un imperio, con Washington-Hollywood a su cabeza y el consumismo por bandera. Pero esto tiene todos los visos de acabar. Las demás «potencias» han ido configurando su propia visión del mundo, uniéndose a éstas, separándose de aquéllas, definiéndose en suma, hasta formar otros cuatro bloques que no son -ni quieren ser- el capitalista. Nos referimos a Rusia, por una parte, China-India, por otra, el Magreb (recién bautizado como «Estado Islámico»), y el bloque hispano. El quinto bloque, por supuesto, sería el imperante anglo-germánico-helvético-capitalista. ¿Y África? Más adelante hablaremos de ella.
Caben muchas objeciones a esta división por bloques. No obstante, pedimos al lector que sea transigente, ya que este mapa, aunque simplista, resulta muy útil para explicar lo que está sucediendo en nuestras tristes vidas y lo que podría suceder en un futuro inmediato.
Cosmovisiones
Pero ¿qué distingue a unos bloques de otros? ¿Es una cuestión de territorio? La respuesta es no, no sólo. ¿De recursos, de dinero? Sí y no, es mucho más. ¿Se trata entonces de un choque de religiones? No, tampoco exclusivamente: Lo que se está poniendo en juego, en realidad, son distintas cosmovisiones, que es un concepto que va más allá del meramente religioso, económico o político. Los bloques encarnan distintas maneras de hacer las cosas, de tratar a las personas, de afrontar los retos, de conducirse. Y desde este punto de vista, la fortaleza de los bloques no está en sus fronteras políticas, en sus recursos económicos y ni siquiera en su arsenal armamentístico. Su fortaleza está en el número de personas afiliadas a esa cosmovisión. Ésa es la partida que se está jugando en el tablero global.
Tengamos en cuenta que cada uno de estos cinco grandes bloques aglutina en su seno a cientos de millones de personas: no es algo baladí. No podemos pensar que el bloque magrebí es totalmente uniforme y malo en términos absolutos. Ni que el bloque anglosajón sea totalmente bueno, ni mucho menos. Los individuos y los grupos tienen sus razones para adscribirse a uno u otro bloque y debemos pensar que son personas como nosotros, que tienen argumentos que les sirven, que les convencen o apremian, y que nuestra tarea -la de los hombres pacíficos- es la de armonizar unas visiones con otras, para impedir la guerra que se está gestando.
¿Pero qué cosmovisión encarna cada bloque? Esta pregunta sería objeto de un largo y profundo estudio que no emprenderemos, pero podemos dar algunas pinceladas que, si bien no conseguirán retratarlos, al menos sí los caricaturizarán.
El bloque magrebí, el «Estado Islámico», quedaría representado por el público asesinato -la decapitación- de un periodista. Este gesto simboliza lo que sus miembros están dispuestos a hacer -su falta de respeto por la vida-, lo que opinan de la libertad de expresión y quién es para ellos su gran enemigo -el bloque anglosajón-.
El bloque anglosajón, por su parte, podríamos representarlo por un «drone» (avión no tripulado) bombardeando una escuela en Pakistán y por los grandes -y libres- medios de comunicación a nivel global diciendo que se trata de «daños colaterales». Esta acción habla de cómo concibe Estados Unidos las relaciones internacionales (bombardeos por control remoto a 11.500 km. de distancia) y la libertad de información.
El bloque ruso se caricaturiza a sí mismo en una ley (aprobada casi por unanimidad) que prohíbe hablar de la homosexualidad, o publicar nada al respecto. Estamos ante el control férreo del pensamiento a través de la información.
El bloque chino podríamos ilustrarlo, también en esta línea, mediante la imagen de 30.000 censores de Internet organizados para controlar el acceso de la población a la gran red. Es lo que popularmente se conoce como «un trabajo de chinos».
Y el bloque hispano, tristemente, se reconoce por la pereza y la corrupción, vestidas de caciquismo. Aquí, mientras no cueste trabajo, estamos dispuestos a casi todo.
La tolerancia
De modo que cada uno de estos bloques significan distintos modelos socioeconómicos y morales, por lo que nos es lícito revisarlos y decidir cuál defendemos, por cuál apostamos. No todas las opciones morales son tolerables -y de hecho, muchas son censurables, a la luz al menos de los Derechos Humanos-, pero un verdadero estado de bienestar, un modelo sostenible, debería tener en cuenta las particularidades de los individuos y respetarlas: ser tolerante. La caricatura anterior es eso, una caricatura, pero nos indica en qué se convertiría el mundo si triunfara en solitario alguno de estos bloques.
Otro indicador de la sostenibilidad de esos modelos es la posición de las mujeres en cada uno. ¿Qué es la mujer en la sociedad que propone el Estado Islámico? Es menos que nada, es algo que se oculta tras un «burka» y que no tiene ni voz ni voto ni derecho a existir. Ablación y lapidación por adulterio son algunos ejemplos.
Para los anglosajones, en cambio -si nos guiamos por la imagen de ellas que proyecta el cine y la publicidad-, la mujer es un objeto de deseo, un ansiógeno, que se exhibe y se idolatra en carteles y grandes pantallas y que, cuando al final se obtiene, se veja, se mancilla, se abusa de él. Muestra de ello es la prolífica pornografía estadounidense que inunda la Red y que ejemplifica a la perfección el tratamiento que las princesas reciben en la alcoba. ¿Que la mujer anglosajona trabaja y puede votar? Sí, afortunadamente, pero no es oro todo lo que reluce.
La soviética, la china, son abnegadas trabajadoras, en un régimen de abnegados trabajadores. Ahí, al menos, hay igualdad, aunque sea por lo bajo.
¿Y la hispana? La hispana es como la africana: la gran madre sobre la que todo se sustenta.
Madres
«Reza para que el diablo regrese al infierno» es el título de un documental dirigido por Gini Reticker en 2008 que narra cómo un movimiento de mujeres fue capaz de acabar con el régimen del terror de Charles Taylor en Liberia. Estaban hartas de ver cómo sus familias eran masacradas en nombre de una revolución que no era tal. Sus armas: canciones, sentadas pacíficas, huelgas sexuales y la amenaza de mostrar sus propios cuerpos desnudos (ver el cuerpo desnudo de la madre se considera una maldición en África).
«La historia no contada de los Estados Unidos» es una serie documental dirigida por Oliver Stone en 2012 que habla del desmadre de este Imperio decadente. Líderes en la sombra, grandes manipulaciones y una decidida apuesta por la preponderancia bélica -tan fálica- basada en la tecnología, son algunas de las incontestables conclusiones que arroja.
Así que ahora que el Estado Islámico reivindica un «califato» que llega hasta Finisterre, ahora que el bloque anglosajón está desempolvando su arsenal nuclear -Rota, prepárate-, ahora que los rusos cierran el grifo del petróleo y los chinos amenazan con vender los bonos estadounidenses, nosotros, los hispanos -que por mucho que se quiera, ni somos germánicos, ni ganas que tenemos-, deberíamos consultar a nuestras madres. Primero, para que nos cuenten quiénes somos -madres de Cataluña, os necesitamos-; segundo, para que pongan orden en la casa -dejad de romper farolas y cortar cabezas-; y tercero, para que nos muestren lo verdaderamente esencial, lo que debemos defender: un vaso de vino, esa buena paella y la familia. Y el demonio, que tiene hambre, que quiere entrar, se dejará vencer.
Ver documental «Reza para que el diablo regrese al infierno»*
Ver capítulo 10 de «La historia no contada de los Estados Unidos»*
*Mientras que estén disponibles en la web de RTVE (y después, seguro que los podéis encontrar en Youtube)
La(s) tercera república(s) ¿española(s)? El nuevo apocalipsis
… ya está liadita la guerra
Alegrías, popularTodas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado, y hay guerras y disturbios en cada rincón.
Carta de Felipe IV a su confidente Sor María de Ágreda en junio de 1645Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada.
Apocalipsis 6, 4
1) españa
Así, con minúscula, para ir haciéndonos a la idea de su desaparición. La desposeemos de la inicial en mayúscula y luego, poco a poco, le vamos arrancando letritas: spaña, spañ, pañ, añ, ñ… ¡Y se acabó!
Con motivo de la abdicación del Rey y la posterior coronación de su hijo, Felipe VI, más de una voz se ha alzado exigiendo un referéndum que nos permita escoger entre monarquía o república, proclamando la necesidad moral de esta última y ensalzando sus virtudes.
Imaginemos que, por las circunstancias que fueran, se proclamara la Tercera República Española… Cuanto sigue es un relato de política-ficción. Que el lector se pregunte, si llega hasta el final, si cuanto en él se expone resulta tan descabellado como podría pensarse. Para ello habrá de hacer acopio de valentía y deslindar bien el deseo de la realidad, que aquél, con su buena voluntad o con su pensamiento mágico, no contamine a ésta.
Acaba de proclamarse la Tercera República. Esta república nace medio muerta ya y por mucho que se la traslade a la incubadora, tiene los días, cuando no las horas, contados. Y no por la amenaza de un golpe de Estado Militar, que es ya algo imposible en nuestro país, sino por otra forma de Golpe de Estado, civil éste, y desde luego mucho más eficaz. Hablamos, claro está, de los golpes de Estado nacionalistas.
2) Cataluña
Ésta sí, con letra inicial mayúscula e incluso, por qué no, con mayúsculas toda ella:
CATALUÑA.
Cataluña, en efecto, llevará a cabo su declaración unilateral de independencia, proclamando -como ya lo hiciera Companys durante la Segunda República Española- la República Soberana Catalana. Inmediatamente después, pues no puede ser menos, el País Vasco hará otro tanto. ¿Galicia? Quizá a esta región, convertida ahora en nación, le cueste un poquito más, pero como nadie quiere irles a la zaga a las otras y, además, Galicia posee lengua propia y fue Reino independiente, si bien fuera por muy poco tiempo, durante el siglo XI del Medioevo hispano. Así pues lo tiene todo a su favor.
Vemos pues que, de esta guisa, no podrá hablarse con propiedad de la República Española, sino de repúblicas ex-españolas. ¿Cuántas? Formulemos la pregunta bajo una nueva luz. ¿Cuántas autonomías componen nuestro Estado de las Autonomías? Diecisiete, más las plazas africanas de Ceuta y Melilla. ¿Se darán entonces diecisiete repúblicas ex-españolas y, además, anti-españolas? Sí, tras las repúblicas de las» nacionalidades históricas», surgirán muchas más, que es cuanto se irá viendo en el transcurso del relato.
Antes de proseguir, cabe preguntarse qué hará el Ejército en estas circunstancias. La respuesta no puede ser más fácil ni sencilla. No hará nada. Temeroso de que lo acusen de genocida, permanecerá en sus cuarteles (de invierno, claro está); por otra parte, a ver qué ejército puede luchar en diecisiete frentes a la vez. Pero sobre todo, y ésta es la cuestión fundamental, ¿el ejército de qué país o región o república? Como España habrá dejado de existir, el ejército nacional también. Cada república habrá de intentar, lo mejor que pueda, recomponer su propio ejército nacional con lo que encuentre.
3) La hora de Marruecos
Así las cosas, mutilado y desmembrado el Estado y en pleno desconcierto ex-nacional, Marruecos -como ya procediera en el pasado con el Sáhara Español- aprovechará el estado general de debilidad y confusión políticas para ocupar Ceuta y Melilla. El ejército recibirá la orden de no oponer resistencia y de entregar las armas. Como ya se ha dicho, lo que no se sabrá exactamente es de quién recibirá esa orden pues no estará claro quién (qué persona)manda, pero sobre todo desde dónde se manda, esto es desde cuál de las repúblicas. En cualquier caso, a ningún militar de estas dos plazas se le ocurrirá hacer uso de la fuerza u oponer una resistencia numantina, abocada de antemano al fracaso y que produciría luego una auténtica escabechina entre los ex-españoles. A la población civil de estas dos ciudades africanas se le planteará el siguiente dilema: permanecer como comunidad extranjera en el Reino de Marruecos e intentar convivir con una morisma muy crecida y hostil (con el riesgo de que se reproduzcan, pero a la inversa, claro, los hechos que acontecieron a los árabes del Reino de Granada una vez conquistado por los Reyes Católicos, o a los moriscos bajo Felipe III), o bien emigrar a la Península. A las Canarias, no, por aquello de que por saltar de la sartén, se da en caer en las brasas, por cuanto ahora se referirá.
Si nuestros ceutíes y melillenses optasen por abandonar sus hogares, sus trabajos, sus negocios, sus hábitos y querencias, su tierra, para reencauzar sus vidas en la Península, plantearían un problema similar, cualitativa y moralmente, si bien menor cuantitativamente, al que tuvo que afrontar Francia con sus pieds-noirs tras la independencia de Argelia, con el agravante de que, como España como tal no existirá ya, no se sabrá quién, cuál de las repúblicas, asumirá la responsabilidad de realojarlos. Posiblemente ninguna quiera cargar con ese muerto (ya las antiguas comunidades autónomas ofrecieron soberbios ejemplos del egoísmo más mezquino) y así ex-ceutíes y ex-melillenses se verán condenados a vagar como el judío o el holandés, errantes ambos, por lo que antes fuera la España peninsular, desconociendo a quién dirigirse o a quién reclamar. Como siempre, en el caso de que la tengan, la parte de familia peninsular o algún pariente no muy lejano, o un muy buen amigo peninsulares puedan echarles una manita. Y si no, siempre queda Cáritas, pero, claro, cuál de ellas: ¿la Cáritas, pongamos por caso, murciana, o la Cáritas asturiana?
Envalentonada, Marruecos se hará a la mar océana y ocupará asimismo las Islas Canarias, que en el imaginario magrebí son también tierra irredenta. Aguarán así la fiesta a la nueva República Canaria, proclamada unos días antes, circunstancia esta que debilitó aún más la posición del archipiélago y alentó la aventura marítima del reino alauí. Sí, pues, ante la nueva situación política y las proclamaciones de las «nacionalidades históricas» como repúblicas independientes, Coalición Canaria, apelando a la incuestionable identidad nacional de las islas, tras negar la existencia de la nación española, y repitiendo los términos recogidos en su ponencia ideológica del congreso de noviembre del 2008, expresa su voluntad de ser el «vehículo de la construcción democrática de la Nación Canaria» y clama por «la defensa de su identidad y el ejercicio de su autogobierno». «Canariedad». Lástima que el español genocida acabara con la lengua guanche, pues qué duda cabe que ello, junto a su condición insular y su «africaneidad», les hubiera conferido mayor carácter exótico que incluso a los harri jazoizatleak vascos. Ahora bien, ya había advertido el alcalde canarista de la Orotava, preocupado por la magnitud de la cuestión migratoria, que, por culpa de la despreocupación de Madrid, sus compatriotas quedaban permanentemente a merced de que «el moro venga un día y nos lleve por delante»; en su opinión la solución al problema residía («no queda otra alternativa») en la constitución de gobiernos nacionales en las administraciones canarias. (ABC, 1/12/2008). En un dominical de El Mundo de, si no voy errado, principios del 2007, por otra parte, se presentaba un magnífico dossier periodístico sobre los movimientos independentistas canarios. Había quien proponía, para empezar, la independencia de todas y cada una de las islas, para luego formar, a través de negociaciones, las confederaciones que fuera menester. Reminiscencias del MPAIAC del buen Cubillo. «A merced del moro». Ahora sí, pero no del pobre morito que llega para que cavar zanjas y acarrear ladrillos, sino de toda una Armada y de un todo un ejército que se sabe vencedor de antemano y asistido de razón patriótica. A pesar del tímido apoyo, meramente simbólico, de Argelia a la nueva república oceánica, el archipiélago dejará de ser independiente. Además, al parecer, la mar canaria tiene petróleo y Marruecos lo necesita. Los ex-españoles ya pusieron las infraestructuras; ahora toca al marroquí explotar las reservas de su nueva provincia oceánica. La verdad es que Marruecos ha crecido lo indecible en detrimento de España: primero, con la anexión del Sáhara, y con la ex-España luego, incorporándose Ceuta, Melilla y ahora las Canarias. Gracias a la desaparición de nuestro país, el fervor patriótico marroquí está en su apogeo, tanto como el nacionalismo árabe se halla pletórico de activa energía. ¿Dónde queda aquello que tanto se oyó durante la Transición de la «españolidad» de las Islas Canarias, cuestionada por Cubillo y los magrebíes, no sólo marroquíes? Mais où sont les neiges d´antan?
Como con los habitantes de las plazas norteafricanas, ¿qué ocurrirá con los canarios? Súbitamente empobrecidos, ¿adónde dirigirán sus pasos? Ante una España que no puede ya ni protegerlos ni darles cobijo, pues ya no hay España, y si no quieren soportar los previsibles desmanes y desafueros del amo marroquí, como no tomen el barco hasta Madeira o las Azores, intentando allí rehacer sus alteradas y menguadas existencias…
Bien, ya ha visto fenecer sus días, amén de las plazas norteafricanas, toda una señora república y todo un archipiélago soberano. Nos hemos quedado en dieciséis.
4) Nuevamente CATALUÑA. La gran CATALUÑA
Volvamos a Cataluña. Ésta, bajo el delirio ultranacionalista e irredentista de sus dirigentes, sólo aspira a retrotraerse al pasado y revivir los gloriosos tiempos de la Corona Catalano-aragonesa, cuando aquello de que, en aquel entonces, desde un chipirón hasta una ballena tenían que pedir permiso a Barcelona para dar aunque sólo fuera una brazada en el Mediterráneo. Si bien, de momento al menos, el Alguero queda fuera de sus reivindicaciones expansionistas, se habrán de incluir en la República Catalana las Baleares, el País Valenciano y, aunque renunciando también de momento al grueso de Aragón, se le reclamará a ésta la franja oriental catalanoparlante, sin olvidar la Catalunya Nord, que pertenece a Francia, a la República Francesa, complicándosele así las cosas al pan-catalanismo por el poder y la claridad de ideas de los gabachos.
Imaginemos que, mediante un hábil golpe de mano, las fuerzas pro-catalanistas baleáricas, aprovechando la confusión y la perplejidad reinantes y el, intrépido, «viaje del toro» de sus poderosos primos catalanes, logran hacerse con el poder del archipiélago, desarmando todo posible conato o iniciativa de resistencia al expansionismo catalán. Quienes no se muestren satisfechos con la situación, ya sea por pancismo, ya sea por sentirse incapaces de luchar y vencer con unas mínimas garantías de éxito, se resignarán ante este nuevo estado de cosas y, así, las Baleares formarán parte, desde aquel momento, de la República Catalana, la cual les habrá garantizado formalmente una cierta autonomía, aunque sólo sea, por estar inmersos en un espíritu histórico-medievalista que les lleva a rememorar aquello del Reino de Mallorca. Bien, ya ha desaparecido otra república. Quedan quince. Las dos desaparecidas corresponden a archipiélagos, están en medio del mar. Se ve que ese aislamiento insular, lejos de favorecerlas como históricamente sucedió con Inglaterra, les ha hecho inviable su independencia.
Hasta ahora hemos hablado de ocupación o de invasión, las que Marruecos llevarán a cabo en el océano y en las plazas españolas norteafricanas, mas no aún de guerra propiamente dicha. Ha llegado el momento, no obstante. En una entrevista de Blanca Torquemada, en el ABC del 16 de octubre del 2011, a José Manuel Otero Novas, antiguo ministro de la UCD, se le formula la siguiente pregunta: «El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?» y el ex-político responde lacónicamente: «Cada vez es más difícil». Luego Otero Novas explica la necesidad, para recomponer la unidad nacional, de una gran coalición entre las dos fuerzas nacionales mayoritarias, para a renglón seguido, expresar su escepticismo ante esa posibilidad; sugiere entonces el nacimiento de una fuerza política cuyo único objetivo político sea precisamente el de la unidad; por último apunta «otra posibilidad», afirmando que «la solución de esto puede venir también por algún drama». La periodista la coge al vuelo y le pregunta entonces: «¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?», Nueva respuesta más lacónica y tajante aún que la primera citada: «No lo es».
Ciertamente este tipo de opiniones no abundan pues el solo hecho de imaginarlas ya pone espanto en quien las formula y en quien las escucha o lee. Recordemos, llegados a este punto, la afirmación de Ortega por la cual «toda realidad ignorada prepara su venganza». No hace mucho, pero ya no recordamos ni por parte de quién exactamente, con sus nombre y apellido, ni en qué medio, un historiador o pensador, alguien -que, desde luego, no era un tonto- afirmaba que, en caso de independencia de Cataluña, la guerra entre Castilla y Cataluña estaba servida y que no podía ser de otra manera. En nuestro relato hay guerras, pero no precisamente entre los dos antiguos grandes reinos peninsulares, como se explicará en su momento.
Volvamos al relato. El País Valenciano. Aquí también los catalanistas llevarán a cabo sus maniobras para, lo más rápidamente posible, silenciar toda resistencia, pero una gran parte del pueblo valenciano no se avendrá a la nueva realidad pan-catalanista y hará frente, sacudirá coces y dará cornadas, echándose al monte parte de su población, reivindicando entre otras cosas su lengua propia, que sostienen -científicamente- es distinta al catalán, y una inalienable idiosincrasia que se les quiere ahora arrebatar. No sabemos entonces si se revivirán los tiempos gloriosos de la antigua corona de Aragón con aquello del chanquete y el pez espada pidiendo permiso al monarca catalán, pero sí, desde luego, se recrearán los tiempos broncos de las partidas carlistas. Habrá guerra. No será la de Irak, ciertamente, pero en toda guerra hay muertos y el sino de esta guerra es la de extenderse, balcanizarse y poder emular a la de la fragmentación yugoslava.
El País Valenciano, además, no lo olvidemos, posee unas comarcas occidentales y meridionales donde sólo se habla castellano; esas comarcas, económicamente importantes y muy pobladas también, rechazarán aún con mayor saña la dominación catalana y se echarán al monte, jugando a las dos barajas del apoyo y alianza con las fuerzas valencianistas y recabando, o al menos intentando recabar, el apoyo de Castilla, tentada así con una expansión de sus fronteras hacia el Este peninsular.
¡Castilla!, ¡Aragón! ¡Qué bello! En cuanto que mencionemos el Reino de Navarra y reconstruyamos uno nuevo de Granada, ya estamos otra vez en la Baja Edad Media…
Así pues dejamos a la República Valenciana, si no desaparecida del todo, sí, al menos, herida, desgarrada y dividida, sin gozar de plena soberanía, por quedar contestada desde muchos frentes, incapaz de mantener la autoridad del flamante Presidente «che», de tal manera que en la práctica podemos decir que es inexistente o no suficientemente consistente. Ya sólo quedan catorce de las antiguas comunidades autónomas de nuestro ex-país.
No queda aquí la cosa. Son franceses desde hace siglos, desde la Paz de los Pirineos que siguió a la Guerra de los Treinta Años en que la Corona Española quedó desposeída de ellos, el Rosellón, el Vallespir y la Cerdaña. Cataluña ha de reconquistarlos, pero surge un problema y es que Francia no es España, o más bien que Francia no es ex-España; no, Francia es un pan entero, ya sea baguette u hogaza, y no migajas de pan revenido… (¡Cómo no estará de rancio y revenido lo ex-español que es bajomedieval y todo!) Este hecho de la realidad francesa opone una absoluta dificultad a la labor irredentista del independentismo catalán. Por otra parte, no resulta muy claro a los catalanes franceses eso de pasar a ser ahora ciudadanos de una república pequeñita, por mucha expansión a la que aspire y que se encuentra además en francas dificultades. Si bien Barcelona les ha garantizado que pueden seguir organizando corridas de toros (con la única exigencia de que se les llame «curses de braus»), los catalanes franceses, tan buenos aficionados, no acaban de fiarse. No obstante, alentados por su independencia recién estrenada, las nuevas autoridades republicanas catalanas llevarán a cabo una labor permanente y contumaz de zapa y propaganda activa y agresiva del catalanismo en aquellos pagos irredentos con ánimo de sumárselos. Habrá incluso sabotajes y partidas de trabucaires operando en suelo francés. Llegarán a tanto en su osadía que Francia, verdadera república, habrá de responder. Militarmente, claro. Llevará a cabo acciones de castigo rápido e incluso podrá, para garantizar sus fronteras, seguridad y unidad nacional, llegar a ocupar partes importantes y extensas del Principado. Los franceses, además, han adquirido una gran práctica en el África negra y los vastos Sáhara y Sahel, y serán tan eficaces que llevarán a cabo una auténtica satelización de la República Catalana, reverdeciendo aquella otra que ya realizaran bajo Mazarino, arrebatando Gerona y Barcelona a Felipe IV, cuando comenzaba el declinar de España.
Como podemos apreciar, los catalanes estarán atareadísimos con tanto frente abierto, sí, pues habrán de considerar además otro nuevo, el de Aragón. En efecto, la República de Aragón habrá de garantizar su integridad territorial y no tolerará la ocupación de su franja oriental por muy catalano-parlante que sea, entre otras cosas porque ya demostró, no hace mucho, el Parlamento aragonés que allí lo que se habla es lapao, esto es una lengua aragonesa. También aquí habrá conflagración bélica. Los aragoneses no tolerarán que se les recorte territorio. Además se mostrarán muy celosos de su pasado pues la antigua corona se llamaba precisamente de Aragón, esto es como su actual República. Aragón, pues, aunque haya de afrontar dificultades, no desaparecerá como república, con lo cual seguimos manteniendo las catorce. De momento.
Si recordamos bien fue Marcelino Iglesias, a la sazón presidente de la extinta comunidad autónoma de Aragón, quien, con motivo de la guerra del agua peninsular, declaró algo así como que el Ebro, a su paso por Aragón, era propiedad de los aragoneses, pero que los no-aragoneses no se preocuparan pues él no consentiría, a pesar de no ser baturros, que se murieran de sed. Conmovedora solidaridad inter-autonómica. Ahora, constituida en república, dueña al fin de su destino, puede Aragón, mediante un ambicioso proyecto de presas y pantanos, frenar el avance del río justo antes de la frontera, condenando al enemigo catalán a un cauce seco y, así, doblegando su altivez, obligarle a desistir de su política expansionista. Queda probado con este ejemplo cuánto no deben las nuevas repúblicas a las sacrificadas autonomías y, por tanto, no será de extrañar que muchos de sus actuales presidentes hayan ostentado y ejercido, previamente, el cargo de presidente autonómico.
Hay algo que beneficia, y mucho, económicamente a la República Aragonesa. Como los pasos tanto de La Junquera-Port Bou como de Irún-Hendaya se han vuelto muy inseguros, se ha impuesto la necesidad de reabrir el paso de Canfranc con Francia. Los gobernantes aragoneses no pueden estar más ufanos, pues ello supone importantes ingresos en derechos de aduana y de peajes. No hay mal (ajeno) que por bien (propio) no venga.
¿Y Andorra? Las razones por las cuales permanecerá libre de toda agresión o iniciativa anexionista resultan tan meridianamente claras, más que el agua aun tras el reciente, que no el primero, escándalo Pujol, que no vamos a extendernos en ellas.
Frente aragonés, frente francés, frente valenciano… Son tantos los conflictos armados que Cataluña no sólo podría ver en entredicho su expansión, sino que incluso vería mermar su territorio continental. Además, en este contexto de debilidad catalana, en las Baleares podrían atreverse a surgir ya voces claramente discrepantes, dispuestas a restablecer la abolida República Balear, reminiscencia actualizada del medieval Reino de Mallorca, como ya se dijo, puesto que, como vemos, se trata ahora de reverdecer, modernizándolos bajo forma de república, los antiguos reinos medievales hispanos. Habrá incluso voces eruditas que reclamarán para las Baleares la antigua capitalidad de Perpiñán, pero sin llegar a formar una escuadra naval para su desembarque y reconquista. Permanecerá en el imaginario, eso sí, del irredentismo baleárico.
5) Euskal Herria
Cuanto acontezca en Cataluña, encontrará su réplica en el País Vasco. En efecto, el pan-vasquismo animará desde el primer día la República de Euskal Herria. La antigua reivindicación del Reino de Navarra se activará. La zona norte navarrica, dominada por el etarrismo, se sumará alegre a la nueva nación. El problema residirá en el resto del territorio. Toda la rabia, arrumbada y en sordina durante tanto tiempo contra el pan-vasquismo que ha asesinado, extorsionado y amedrentado, estallará de repente y con gran violencia, y ambas tierras de carlismo exasperado y ásperos requetés se enzarzarán en una lucha a muerte. Dicha lucha a muerte entre territorios hallará su pendant entre los lugareños de cada uno de los territorios considerados por separado pues no es imposible que, dentro del País Vasco, por razones idénticas a las que muevan a muchos navarros a empuñar las armas contra el abertzalismo, sean bastantes quienes ya no puedan contener más una impotencia y una humillación prolongadas durante demasiado tiempo y yergan cabeza, puños y fusil en busca, más que de venganza, de afirmación violenta de una dignidad escarnecida. Se acabó la contención y el temor. «Si hay que morir, muramos matando», se dirá más de uno. Y otros añadirán: «Sí, es hora de hablar de una vez y de responder a las armas con las armas». En este caso no nos retrotraemos a la Edad Media, sino a nuestra reciente Guerra Civil, con sus paseos y ajustes de cuentas en la retaguardia. Es cuanto pasa cuando se hunde el Estado de Derecho, que ostenta el monopolio de la violencia y contiene venganzas y luchas fratricidas. Lejos quedará la admiración de propios y extraños ante la prudencia y la renuncia a la venganza por parte de unas víctimas que sólo reclaman justicia.
Obviamente, el condado de Treviño, al segundo de proclamarse la República Vasca, pasará a ser ocupado y absorbido. Castilla no moverá un dedo por el enclave burgalés en tierra vasca, pues no dejan de ser unas tierrucas anecdóticas y, además, ganadas ya, a base de amenazas, a la causa pan-vasquista. La batalla se da de antemano por perdida y, por tanto, no se libra.
Por otra parte, como el hábito se convierte en segunda naturaleza, y han sido tantísimos los años de bombas, secuestros, palizas, insultos y amenazas de muerte, quienes los practicaron y jalearon, se verán llamados a ejecutar de nuevo esos actos que daban un sentido a sus vidas, requeridos por el fondo violento que impregna el País Vasco. Es más, incluso llevados de la inercia, no es descabellado pensar que pongan alguna bomba en la República de Madrid, aunque ya nada tengan que litigar con ella. La fuerza de la costumbre.
Al igual que para Cataluña, también existe un País Vasco Norte, secuestrado por Francia. Los constantes hostigamientos, acosos e incursiones en Euskadi Norte, moverán también a la República Francesa a intervenir en la República Vasca, ocupando zonas de importancia estratégica y castigando bases de operaciones vasquistas, de tal manera que también la República Vasca, lejos de expansionarse, menguará. Sí, pues ahora no ocurrirá como en 1638, en plena Guerra de los Treinta Años, en que la ofensiva francesa contra territorio español por Guipúzcoa fracasara y Fuenterrabía fuera liberada. Eso tan folklórico del Alarde dejará de celebrarse y ya no tendrá sentido pronunciarse a favor o en contra de que las mujeres tomen parte en él puesto que ya ni un sexo ni el otro lo harán.
Por otra parte, tanto en Catalunya como en Euskal Herria, los franceses, tan versados ya en castigar el terrorismo yihadista en el África, se encontrarán en las dos mencionadas repúblicas como pez en el agua, y además al lado de casa, que les bastará, como quien dice, alargar un poco la pierna y ya disponerse a repartir.
La Rioja. A una república tan pequeña, mono-provincial y tan penetrada del humor vasco, navarro y castellano, le será muy difícil sobrevivir. Bien pronto se verá desgarrada, ocupada, contra-ocupada y, al fin, se habrá de certificar su defunción definitiva por desmembramiento. Y, así, ya sólo quedan trece.
6) Al Andalus
La República Andaluza. Con Ceuta y Melilla anexionadas por el Reino Alauí, los andaluces han puesto sus barbas en remojo. Al cabo de tantos siglos, un nuevo Tarik podría cruzar el Estrecho y enseñorearse de nuevo del Sur peninsular ante la abulia e indiferencia fatalista de los habitantes, tal y como dicen ya ocurriera con una población visigótica desalentada que no opuso resistencia al avance de la media luna. Pues ahora, por no haber, no se dará ni batalla de Guadalete.
Aunque Al-Andalus, como Sefarad, designe toda la península (y las Baleares), generalmente se da un uso restrictivo de la palabra, acotándola en los límites de la actual Andalucía. Córdoba, Granada, Sevilla aún excitan el imaginario del irredentismo musulmán. Si ya Al-Qaeda encontró en España un magnífico campo de acción debido no sólo a su pasado árabe-musulmán, sino además y sobre todo a su debilidad como nación, esto es a su desnacionalización, ahora en que España no existe, sus planes se habrán vuelto mucho más fáciles y audaces. Desde el otro lado del Estrecho, Marruecos proyecta su sombra sobre Andalucía y se la mira con deseo. Tanto, tan grande es en cuanto a territorio y, por otra parte, tan enclenque es esta República Andaluza, desnortada y desorganizada, que Marruecos, poseedora ya de Ceuta, Melilla y, no lo olvidemos, las Canarias, comienza a ocupar, como tanteando primero y luego ya con mayor seguridad, las tierras de la República Andaluza. No se atreve a poner el pie en el Sur de Portugal pues la República Portuguesa, si bien no represente ciertamente una gran potencia, no es un espantajo, y un ataque a un país miembro de la UE y de la OTAN no sería consentido por Occidente. España, sin embargo, es otra cosa pues ya no existe. España perteneció a la OTAN y a la UE, pero no las repúblicas emanadas de su seno, que no han tenido tiempo todavía de nada, más que de enzarzarse en guerras. En efecto los añicos de España son un imprevisible, vanidoso y belicoso enjambre, fuente de permanente inestabilidad por quien nadie apuesta un duro y que habría que sujetar. Y en el Sur, se ve que esa sujeción corresponde a una aliada de los EEUU, que no es otra que la morisma marroquí, satisfaciéndose así sus reivindicaciones históricas, reafirmando el poder real, asegurando, con el nuevo orden surgido tras la desagregación de España, la estabilidad en el Mediterráneo y dando ejemplo a los otros países musulmanes de cómo hay que hacer las cosas: siendo amigo de los americanos, siendo una monarquía y teniendo algo de democracia, esto es advirtiendo a los otros países árabes aquejados de «primavera» y mostrándoles cómo la prudencia es la madre de la política, a la par que invitándoles a desechar esas peligrosas alferecías que los sacuden y que sólo pueden ser fuente de su propia ruina. Hay más, y es que Marruecos le hace el trabajo sucio a Europa restableciendo el orden mediante la coerción, la ocupación militar y, si fuera menester, la violencia, algo que Europa rehúye como la peste.
La República Andaluza ha dejado de existir. Ahora es provincia marroquí. Ya sólo nos quedan doce.
Hablábamos de la necesidad de estabilidad. Al-Qaeda, sin embargo, no lo entiende así. Al Qaeda no renuncia a Al Andalus e insiste en ello. Insiste como ella suele insistir: con las bombas y la crueldad más despiadada. En ocasiones podrá aliarse con el Reino Alauí; en otras, podrá combatirlo, siempre en función de sus perentorias necesidades. Al Qaeda sabe que la instauración de un primer Califato Islámico en Europa constituye los cimientos de la futura conquista de Occidente, de la mundialización del Islam y su victoria final. Andalucía representa el primer paso. Andalucía vivirá aterrorizada. A la población sólo le quedará abrazar la nacionalidad marroquí, convertirse a la religión mahometana, o huir. Sí, pero ¿adónde?
Murcia. La república de Murcia. La cabra tira al monte. Reviviendo los más heroicos episodios del cantonalismo, la República pija se romperá al instante en mil y una republiquillas. Si ya por ser república mono-provincial, Murcia mostraba gran flaqueza, siendo ahora un buen número de liliputienses Estados, presentará algo más que debilidad: exhibirá un estado terminal y será absorbida por el Califato, con las manos libres para hacer y deshacer sin tener que componer u oponerse a Marruecos. De lo que puedan opinar los murcianos, si es que en su terror pueden alcanzar un pensamiento, a los de Al-Qaeda no se les da un adarme. Se extinguió la República de Murcia. Quedan once.
7) Galicia
Volvamos por un momento a Galicia. La República no padece de irredentismo enquistado. Tan sólo se han producido algunas escaramuzas con la vecina República Asturiana por la disputa de los pueblos agallegados de la parte más occidental de esta última, aquélla que hace frontera con la República Gallega. Sólo ha habido un muerto, del que nadie se responsabiliza pues al parecer se mostró excesivamente torpe en el manejo de una granada que acabó por estallarle en las manos, pero que ha obligado a sentar a ambos bandos, a ambas repúblicas, a una mesa de negociación, trazando una nueva frontera que incluye en la República Gallega a dos pueblos y tres aldeas de tendencia mayormente galleguista y galaicófona, tal y como quedó demostrado en el referéndum al modo de Crimea que se improvisó a tal efecto. Hablaron las urnas y Asturias tuvo que ceder por no ser tachada de anti-democrática.
El Presidente de la República Gallega ha presentado la negociación como una gran victoria de la democracia, la Razón, Galicia y, claro está , él mismo. El Presidente asturiano le ha quitado hierro al asunto, asegurando, para justificarse, que nada ha perdido Asturias pues, en realidad, la inclusión de aquellas localidades en el mapa asturiano correspondía a un falaz trazado de fronteras franquista, que él ya tenía pensado reconsiderar -pero se le adelantaron los acontecimientos-; por otra parte, él y los asturianos, sus compatriotas, sólo abogan por la libertad de los pueblos y que en buena ley -«hay que reconocer las cosas como son»- aquello es Galicia y no Asturias. Además, de esta manera, gracias a su largueza de espíritu y a su ecuanimidad, la República Asturiana pasa a ser homogénea y sin elementos espurios. Y, apagando el micrófono e inclinándose sobre el hombro de su ministro de Defensa, añade, susurrándoselo al oído, que «los villorrios de marras se los pueden meter esos paletos por el culo porque no valen ni un duro».
No obstante, la República Gallega, a pesar de la victoria obtenida a expensas de la vecina República de Asturias y de su estabilidad pues, entre otras cosas, no se halla expuesta a los desgarramientos de sus repúblicas hermanas, Cataluña y Euskadi, con quienes formara en el pasado, cuando aún existía el Estado opresor español, la hermandad internacional de Euskaga (Euskadi o Euskal Herria, Catalunya y Galicia); a pesar de todo ello, digo, es consciente de su aislamiento e inanidad. Por ello vuelve los ojos hacia el Sur, hacia Portugal, e incluso se rumorea con que ha planteado a los lusos la creación de una confederación. De hecho ha solicitado su ingreso, como miembro de pleno derecho, en la Comunidade dos Países de Lingua Portuguesa (CPLP), para codearse no sólo con Brasil, sino con Angola, Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental. Por otra parte ha podido llevar a cabo, ¡por fin!, aquella antigua reivindicación de los nacionalistas gallegos, consistente en alinear su horario con el de Portugal y Reino Unido, diferenciándose así un poco más del resto de la Península («Son las cinco en Galicia y Portugal; una hora más en España»).
Galicia organiza mil y un congresos, mil y un premios, mil y un juegos florales y encuentros literarios galaico-portugueses, mil y una reediciones de su antigua producción literaria medieval y de la obra de Rosalía de Castro. En todas las ocasiones corre a raudales el albariño Martín Códax. Los intelectuales, escritores, poetas, oradores y artistas varios de uno y otro lado del Miño, acuden encantados a todos los actos y congresos celebrados en los paradores nacionales (gallegos), donde se ponen las botas y son tratados a cuerpo de rey, y sin pagar un duro. Sin embargo, Portugal, el Estado Portugués, sin nunca mostrar un rechazo abierto, sin querer desairar, recibe todos aquellas aproximaciones y lisonjas con una cierta frialdad, sin comprometerse nunca. Cierto es que no ha renunciado a Olivenza, pero no le compensa mover guerra por tan poco, que estas cosas no sabe nunca nadie cómo acaban. Portugal ignora los nacionalismos en su seno (¡bendita sea!), ve lo que está ocurriendo en lo que otrora fuera España y no quiere introducir en casa ponzoña alguna. Envía representantes de su cultura a los congresos a que den un abrazo de parte del Presidente de la República al apóstol Santiago, financia algunos proyectos para cumplir el expediente y no indisponer al amable vecino del Norte que se desvive por sus vecinos del Sur, publicita, por corresponder, en la Unión Europea, así como en Angola y en Guinea-Bissau los mariscos gallegos y la queimada; a cambio, Galicia se compromete a hacer propaganda con entusiasmo de la queixada y de la brandada de bacalao entre los gallegos. Y poco más.
En cualquier caso, para Portugal, aunque España ya no exista, los gallegos siguen siendo españoles y prefieren no tener mucho que ver con ellos. En la memoria colectiva del país genera aún una gran desazón la unión que otrora les impusiera España, bajo Felipe II. ¡Qué gran alivio cuando, en 1668, por el Tratado de Lisboa, a España no le quedó otro remedio que reconocer la independencia de Portugal! «¡Glorioso San Sebastián, que de Cristo fuisteis paje, / libradme de este salvaje que me come todo el pan!» … un alivio, en fin, que surge de nuevo ahora como un profundo suspiro del pecho del buen portugués. ¡Qué buena fortuna no estar en ese fregado! Pero ¿y Olivenza?… Que se quede donde está por mucho tiempo.
8) Asturias
Asturias. Asturias, Galicia, la Montaña, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Murcia, Castilla, en definitiva el antiguo Reino de Castilla, tan poderoso otrora. Ya hemos visto qué ha sido de Andalucía, de Galicia, del País Vasco. Le toca el turno ahora a Asturias. Asturias, aunque sólo sea por aquello de que «Asturias es España; lo demás, tierra conquistada», por ostentar el título de cuna de la Reconquista, por orgullo patrio en definitiva, no puede someterse a la humillación de ser una provincia más, un ente anodino. Por otra parte, Asturias ya hizo sus pinitos regionalistas con el FAC, el partido asturianista de Álvarez Cascos. Carece, ciertamente, del entrenamiento exhaustivo de una Cataluña y un País Vasco e incluso de una Galicia, pero, en fin, está lo suficientemente desentumecida gracias, citémosle una vez más, a Francisco Álvarez Cascos.
La República Asturiana existe pues y, además, como ya hemos visto, no está sujeta ya a conflictos bélicos. Su problema reside en su reducido tamaño, amén de su empobrecimiento de las últimas décadas y su pérdida de población. Es, junto con Galicia, tierra de gran tradición migratoria, pero ¿adónde van a emigrar ahora los asturianos? A la República Asturiana sólo le cabría la dependencia de la República Castellana (de la que luego se hablará), pero esa posibilidad se rechaza de plano por lo indicado más arriba. Asturias sería a Castilla lo que Bielorrusia a Rusia, a escala liliputiense, claro está. Ahora bien, la cuestión estriba en saber si cabe la mínima comparación entre España y Rusia y, por tanto, con mayor razón, entre Rusia y Castilla. En ambos casos los rusos se desternillarían.
9) La Montaña
Aunque algo costara, cuando tras la muerte de Franco se debatía la nueva organización territorial, Cantabria logró obtener su reconocimiento como comunidad autónoma. Se daba, así y por fin, la puntilla a esa oprobiosa dependencia cifrada en el dicho de «Santander, mar de Castilla». Además, si Asturias tuvo su Álvarez Cascos, los montañeses pueden alardear desde mucho antes del Presidente Hormaechea, quien fuera presidente autonómico durante bastante más tiempo y que, consciente de sus responsabilidades patrias, afirmó aquello de que era deber suyo convertir Cantabria en problema para España, parejamente a lo que ya era el País Vasco. Los cántabros, por tanto, no se encuentran mal preparados para mantener y defender la independencia de su flamante república frente al codicioso castellano. Se encuentran, no obstante, aquejados del mismo problema o misma limitación que los asturianos y que no es otro que el tamaño de su patria. Por ello Santander y Cantabria miran hacia Inglaterra, mas el Imperio Británico y el Reino Unido ya no son lo que eran. Tampoco han caído tan bajo como España puesto que sigue vivo el Reino, pero de ahí a esperar la creación de una especie de protectorado o algo similar en Cantabria, hay mucho trecho.
10) Extremadura
Extremadura tampoco acepta integrarse en la República Castellana. La República Extremeña tiene su propia personalidad, incontrastable, que no han de ser en balde tantos años de calentamiento autonómico y de exaltación de los productos de la tierra, de la cultura y de la historia extremeñas. Su dificultad reside, no obstante, en su tamaño y en su situación geográfica, justo al Norte del Al Andalus árabe-marroquí. Quizá, a imagen y semejanza de los Estados-tampón bálticos, marcas defensivas contra el comunismo, a la República Extremeña le corresponda un papel similar, de tal manera que pueda garantizar su existencia, si bien de facto sea «extremeñadamente» dependiente de las decisiones foráneas. Ahora bien, su Presidente y sus dirigentes se darán buenas trazas para ocultar esta situación de vasallaje y saber ensalzar, en cambio, la dignidad castúa, que sólo puede garantizar su república soberana. Y, en cualquier caso, de lo que se trataba era de no ser ya españoles, de no serlo nunca más, y ello se ha conseguido sobradamente.
Incluso cabe imaginar que Extremadura llegue a organizar unos Juegos Olímpicos en Mérida y en el Guadiana. Para los deportes necesariamente marítimos, ya se negociaría con Portugal -obviando el contencioso de Olivenza- que queda al lado y, sobre todo, habla otra lengua, evitando así toda interpretación malévola que vincule a los castúos con los españoles, o lo que sean ahora. En dichos Juegos se incluirían nuevas modalidades de deportes populares propios de la tierra extremeña, que hagan posible la obtención de medallas y el refuerzo de la auto-estima patria. Uno de ellos podría ser la parada de ruedas de molino en movimiento con un sola mano, rememorando y rindiendo homenaje a Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, más fuerte que cinco gevos vascos juntos. Ganaría quien la tuviera detenida durante más tiempo.
Bien cierto es que, próximas como se hallan a la raya de Portugal, en algunas localidades se habla portuñol e incluso portugués. Dichas poblaciones se marginarán de la República Extremeña y solicitarán su ingreso en la portuguesa, pero ésta, como ya se ha dicho, considera con extremado recelo todo cuanto ocurre en la Península al este y al norte de sus fronteras: un magnífico y sanguinario guirigay, un caos de colosales dimensiones; por lo cual declinará, eso sí con suma cortesía retórica portuguesa, la oferta de inclusión en la patria lusa por parte de esos pueblos, que, por otra parte, habiendo ya dado el paso, no querrán reconocer su fracaso y, a la manera del Conde Lozano de «Las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro («pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla» -frase definitoria del hombre español, según Unamuno-), sostendrán y no enmendarán y se constituirán en un nuevo Kosovo, menos aún que liliputiense pues su territorio quedará comprendido entre el del Vaticano y el de San Marino. Dicho nuevo Kosovito vivirá del contrabando y del tráfico de armas de las que las nuevas repúblicas ex-españolas andan tan necesitadas. La República Extremeña debería darles una buena lección y reconquistarlas, pero, sabedora de que una guerra interna, la debilitaría y pondría en peligro su subsistencia, rehuyendo los ejemplos vasco y catalán, e imitando la prudencia portuguesa, decidirá, siempre por el bien de «los extremeños y extremeñas», mirar para otro lado.
11) Castilla
Y llegamos a Castilla. En la perspectiva de la generación del 98, Castilla se impone como la esencia y la explicación de España. Sabido es que tanto para Unamuno como para Ortega, Castilla hizo a España y Menéndez Pidal atribuye al español las características psíquicas que supuestamente tanto adornan como dan baldón al castellano. Sea como fuere, qué duda cabe que Castilla ha sido elemento aglutinador de la nación española y, aunque mermada económica y socialmente, es más exhausta desde mediados del siglo XVII, es siempre referente cultural y político y su importancia no puede ser ni preterida, ni menospreciada, ni obviada.
La cuestión es que, tras la era autonómica, hay tres Castillas en liza. Ni Castilla la Vieja, ni Castilla la Nueva. Ahora se dan Castilla-León, Castilla-La Mancha y Madrid.
León. Lo de León viene de muy atrás. Lo de León se veía venir, que «antes que Castilla leyes, León tenía reyes». León proclama su propia república, desgajándose de Castilla, esa advenediza. Es república mono-provincial pues, aunque le duela, sabe que no puede recomponer territorialmente su antiguo reino; al menos ha logrado su propio Estado. (Ya se ha dicho: ¡Qué bella es la Edad Media!) El Presidente de la República Leonesa no es ningún tonto. Sus ministros, tampoco, y, aunque lo disimulen a los votantes para no defraudarlos, son bien conscientes de lo arduo que se le hará a la nueva república el, aunque sólo sea, sobrevivir. Sí, mas aquello de que «de la necesidad se hace virtud», tan castellano (en este caso, tan leonés), le ofrecerá la solución al problema. León, frío, inhóspito, despoblado, sin atractivo turístico de masas, sin industria, puede convertirse en tierra de acogida para las denostadas centrales nucleares que nadie quiere ver ni en pintura y ceder así sus páramos no sólo a las ciclópeas torres que tanto fuman por sus enormes bocas, sino también a los vertederos de residuos de todo tipo de toda la Unión Europea. Con ello obtendrá pingües beneficios y sus raros habitantes podrán darse la vida padre. El proyecto, que será realidad, se presentará a los leoneses como una magnífica, y única, oportunidad para convertir la nueva república, ex-española y ex-castellana, en la Suiza mesetaria.
Además, de esta guisa y desmintiendo así a los agoreros que sólo ven reducción del originario número de diecisiete repúblicas soberanas, gracias a la gallardía de los leoneses, hemos aumentado su número con respecto a las démodées autonomías. Gracias a esta nueva república, a esta realidad insoslayable ahora, pero que el opresor Estado de las Autonomías había soslayado hasta entonces, las once repúblicas que nos quedaban, pasan a doce. No son las diecisiete primigenias, ciertamente, pero el daño, la merma, quedan algo amortiguados y disminuidos. Por otra parte, consideremos el Kosovo extremeño que describimos anteriormente. Es minúsculo, sí, pero existir, existe; y así, gracias a él, nos ponemos en trece.
Segovia. Ya quiso, al igual que Cantabria, contar en el momento de la reorganización territorial del antiguo Estado de las Autonomías, hogaño abolido por los hechos, con su propia autonomía; mas su situación geográfica interior -frente a la periférico-marítima de Santander y su provincia-, su semejanza a las provincias vecinas y, sobre todo, la envidia y la proterva intención de aquellos legisladores (que no en vano García de Enterría era cántabro y arrimó el ascua a su sardina del Cantábrico), la condenaron a la sumisión y a ser una más del montón. Mas ha llegado ahora el tiempo del desquite. Segovia proclama su independencia y se erige en república. Una más. Vamos ahora ya por las catorce. La tendencia se va revirtiendo. Tres más y habremos reequilibrado la situación, alcanzando el guarismo del inicio, a despecho de los moros.
A Segovia le sucede cuanto a León, mas, como a grandes males aplicará grandes remedios, competirá con León en aquello de la cuestión nuclear y de los residuos, dividiendo así eso de la Suiza mesetaria en dos: media Suiza para León y la otra media para Segovia. Felizmente, ambas repúblicas no se tocan pues, de ser vecinas, la guerra entre ambas se haría inevitable para dirimir cuál de las dos se lleva la Suiza al agua.
Hay más y es que, por la gestión y posesión del Parque Natural del Guadarrama, la República Segoviana y la República Madrileña (de la que luego se hablará) han roto las hostilidades. «La culpa», aseguran los segovianos, «es de los madrileños, que empezaron primero». No les falta razón pues recordamos perfectamente cómo, allá por 1992, en el puerto de Guadarrama, bajo una señal de «prohibido aparcar», la Comunidad de Madrid había añadido que esa interdicción tan sólo se aplicaba a los vehículos no radicados en Madrid y su territorio. Así es que el conflicto viene de antiguo, de cuando las matrículas exhibían la primera letra de la provincia correspondiente. Bien, inexplicablemente, la ONU ha intervenido en esta ocasión, acordonando el territorio, de tal manera que ya nadie, ni segovianos ni madrileños pueden gozar del Parque, tan sólo los oficiales y soldados canadienses, suecos e italianos de la fuerza internacional de contención, que se pasan el día esquiando. La población de osos y lobos ha aumentado de forma alarmante, adentrándose en ambas repúblicas de Segovia y Madrid y devorando ovejas y pastorcicas. «Eso no ocurría antes de las repúblicas de marras», reflexionan algunos lugareños, pero nadie los escucha y los dos o tres gatos que, sin escucharlos, los oyen a su pesar, los motejan de «paletos reaccionarios, nostálgicos del franquismo».
Los más preclaros castellanistas, reunidos con carácter de urgencia en Villalar de los Comuneros, consideran con preocupación estos procesos separatistas y el desmembramiento de la patria. Renuncian por unanimidad a intervenir militarmente y devolver por la fuerza al redil a estas ovejas díscolas. Se saben asistidos por la razón, pero no desean, recurriendo a las armas, actuar con respecto a las provincias secesionistas -ahora en que se ha reconstituido la patria castellana- de la misma manera en que las distintas monarquías y Franco actuaron con respecto a su conjunto, esto es reprimiendo a Castilla entera y obligándola contra su voluntad a formar parte de España. ¡Por qué demonios perderían la guerra los intrépidos Comuneros! ¡Maldita sea la…! Además, forzosamente han de renunciar al uso de la fuerza por sus firmes convicciones pacifistas y asimismo porque han asumido desde el primer momento, como si fuera el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, el «derecho a decidir» de los pueblos y de cualquier hijo de vecino, por mucho que les perjudique. Eso sí es longanimidad, señores míos. El pueblo, los descendientes de los míticos comuneros, emocionados, aplauden. Para acabar, los preclaros castellanistas, comuneristas de pro, redactan un manifiesto en castellano (que no en español), repleto de buenos propósitos y, esperanzados, de recomendaciones para que vuelvan a casa un día los hijos pródigos. Y luego se disuelven.
Castilla-La Mancha, por su parte y para mayor desesperación de los castellanistas preclaros, no acepta hermanarse bajo el mismo techo republicano que Castilla-No León (pretextan que en la Vieja Castilla hace mucho frío), sino que genera tres repúblicas soberanas: La Alcarria, la Mancha y otra que reúne en su seno a La Sierra, la Manchuela, los Montes y ya no sé cuántas comarcas más. Estas tres repúblicas establecen una confederación a la helvética, manteniendo cada una su propio gobierno, su propio parlamento, su propia Hacienda, sus propias leyes de educación, su propia sanidad, sus propias costumbres y su propia parla. La presidencia de la Confederación se ejerce de manera rotatoria entre las tres repúblicas por un período de tres años. Hay que evitar a toda costa que la más poderosa de las tres, la Mancha, llegue a dominar a las otras dos. José Bono, que sigue hecho un chaval, ostenta de forma vitalicia la Presidencia honorífica y ejerce de moderador, en caso de litigio entre las tres repúblicas.
Ya tenemos diecisiete repúblicas pues. Hemos reequilibrado la situación. Una más tan sólo y, aunque por poco, habremos ganado.
Ahora bien, ¿de qué van a vivir estas tres nuevas repúblicas confederadas? Porque, claro, eso de la Suiza mesetaria y nuclear ya está muy visto, no da más de sí y, como León y Segovia se les adelantaron -Segovia los plagió, según aseguran con saña los leoneses-, ya han llegado tarde y es mejor que ni lo intenten. Realmente, por mucho que uno se devane los sesos, no logra dar con nada que les aclare y asegure el porvenir y como lo de José Bono es sólo honorífico… Se podrá intentar de nuevo llevar a cabo aquel proyecto tan bello del parque temático de Don Quijote, con su aeropuerto y su campo de golf, etc., pero parece que no hay ninguna fe en ello y ni siquiera se intenta. Quizá la solución estribe en que la Confederación, al igual que la República Extremeña, se especialice en Estado-tampón frente al islamismo y alcance de esta forma a vivir subvencionada por las potencias occidentales, interesadas en contener el Islam lo más lejos posible de sus fronteras.
La República de Castilla la Vieja. Está tan mermada la pobre, tan despoblada, que del machadiano «Envuelta en tus harapos, desprecias cuanto ignoras», sólo le queda lo de envolverse en sus harapos -si es que no va desnuda- pues no le quedan ya ni fuerzas ni ganas para despreciar a nadie ni a nada.
Ya vimos cómo abandonó el Condado de Treviño. Y León se le desgajó. Y luego Segovia. A pesar de estas defecciones, frente a la fragmentación de Castilla la Nueva, ostenta el título de Castilla, Castilla a secas -como secos son sus páramos-, sin añadirle ningún adjetivo. Sus fronteras son seguras, no se ven cuestionadas y la guerra en que están sumidas las repúblicas nororientales le quedan relativamente lejos. Ello va a favorecer, según sus gobernantes, su prosperidad, si bien habrá de ganarse la buena voluntad de una recelosa Cantabria para asegurarse una salida al mar. ¿Prosperidad? Sí, hay que ganar votos, pero lo cierto es que nadie cree en su posibilidad y tanto gobernantes como gobernados caminan apesadumbrados y melancólicos, como Unamuno por los claustros de la Universidad de Salamanca, caviloso y hundido en sus meditaciones.
Como se dijo ya , no sabemos qué historiador o pensador afirmaba que, en el caso de que se diera la independencia de Cataluña, la guerra entre ésta y Castilla estaba servida. La cuestión es que Cataluña está inmersa en varias con todos sus vecinos y ya tiene bastante. Castilla, por otra parte, ha decidido enterrarse en su mediocridad y rechaza toda aventura. Castilla se retraerá aún más, azorrándose en su prolongado invierno vital.
Entonces, de aquello que más arriba afirmábamos, a propósito de Castilla, de que, por razones históricas, debido a que fuera elemento aglutinador de España y permanente referente cultural y político, etc., de todo ello ¿qué queda? ¡Nada! y así, a pesar de lo dicho y de su pasado, sí que puede ser preterida y dejada de lado. «¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras… paramentos, bordaduras, / e çimeras?»
12) Madrid
Nos queda Madrid, la República de Madrid. Madrid lleva tantos siglos siendo capital, que ha llegado a ser distinta y algo más que Castilla a secas o que Castilla la Nueva, a la que pertenecía administrativamente. La cuestión es que Madrid ha pasado a ser ahora capital de nada y anda por ahí como alma en pena, sin saber a qué aplicarse. No obstante, por mucho que le cueste, ha de hacer de tripas corazón y adaptarse a la nueva situación de proliferación de repúblicas soberanas. Por otra parte, también Madrid posee tradición pues fue declarada autonomía y como tal ejerció, pero tras unos cuantos avatares. En un primer momento se dudó de si dotarla de plena autonomía o si integrarla en Castilla-La Mancha. Tamames, por aquel entonces, era comunista y esgrimió que no se debía desgajar Madrid, por ser de izquierdas, de Castilla la Nueva, por ser ésta en su conjunto de derechas, lo cual suponía favorecer las predilecciones personales políticas a la coherencia territorial y, por tanto, un despropósito pues precisamente se trataba de organizar el país en función de criterios exclusivamente territoriales, ajenos por tanto al binomio derecha-izquierda. Sea como fuere y dejando en paz a Tamames, Madrid fue autónoma y, lo que son las cosas, bien pronto Castilla-La Mancha se erigió en feudo socialista, mientras que algo más tarde, Madrid lo sería de la derecha. Mas todo aquello, ahora, importa bien poco. El principal problema actual de Madrid es su encaje como república independiente. En la Confederación alcarreño-manchego-etcétera, no se la admite y Castilla, a secas, le da la espalda pues recela en ella el antiguo -si bien felizmente superado- imperialismo español que tanto daño le hiciera. Madrid, que lleva siglos gestionando, como queda dicho, no tiene actualmente qué gestionar. Se ha estrechado tanto su horizonte, constreñida ahora entre la Sierra y el Jarama, que sólo abarca de Titulcia a Buitrago, postrada como se halla, mano sobre mano, aburrida y melancólica. Se la ve condenada a morirse de asco. «Ancha es Castilla», sin embargo, pero aquí ponemos el dedo en la llaga pues Madrid ya no es Castilla. Además, como Madrid ha oprimido a todos, ha robado y esquilmado a todos, ha menospreciado a todos y de todos ha hecho befa, como todos los males de las que ahora son repúblicas tienen su origen en Madrid, nadie quiere bailar ni el schotís ni los respectivos bailes nacionales con la República Madrileña.
La economía. Madrid ha desarrollado un tejido industrial, es centro financiero y tiene al Real Madrid, pero esas industrias y esas finanzas eran en función de un Estado que ya no existe. También lo era el Real Madrid, que sólo encuentra potencial competidor de nivel en el Atleti, pero tanto Madrid como Atleti están en el dique seco porque la Liga Ibérica que proponía el antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, el independentista señor Laporta, y que iba a agrupar a Portugal, España y Cataluña, no acaba de cuajar, con tanta guerra y tanta difidencia como hay. El fútbol necesita éxitos permanentes y este desfallecimiento deportivo se prolonga demasiado. Quizá el futuro de Madrid se cifre en convertirse en paraíso fiscal. Bien asesorada y dirigida por los políticos ex-españoles, a los cuales se debería otorgar la doble nacionalidad (madrileña y otra ex-española, la que fuera) para que pudieran actuar con total libertad en beneficio no sólo de la República Madrileña mas sobre todo de ellos mismos, podrá hallar en ello una fructífera senda futura. Las infraestructuras las posee; la buena voluntad y la fe de los políticos ex-españoles en su conjunto, también y de sobra. Por aire está excelentemente comunicada y por tierra, como la República Aragonesa ha reabierto el paso de Canfranc para asegurarse un presente y un futuro, las mercancías podrán llegarle sin peligro, evitando así la guerra noroccidental, que se libra entre el País Vasco y Navarra y bajo forma de guerra civil en su seno, así como la guerra nororiental que tiene lugar en Cataluña. Habrá de pagar peajes a Aragón y a Castilla, pero los políticos ex-españoles darán pruebas de longanimidad y pagarán sin rechistar.
Por otra parte, quién sabe, podría reactivarse el proyecto de Eurovegas en Alcorcón. Atraería muchas inversiones y un turismo de posibles.
13) Consideraciones finales
Manifestamos nuestra desazón por haber quedado, en este tiempo de guarismos y estadísticas omnímodas, en un empate entre el número de comunidades autónomas previas y el de repúblicas, pues hubiéramos deseado que, en aras del progreso (que es siempre más), éstas se presentaran más numerosas que aquéllas. Si hubiéramos hecho un poco más de caso, hubiéramos prestado una mayor atención a aquellos circunspectos intelectuales y lúcidos políticos nuestros de antaño que reclamaban, para lo que un tiempo fue España, la fórmula federal asimétrica o cualquier otra tan bienintencionadamente contradictoria y falaz, otro gallo nos cantaría ahora y las repúblicas hubieran batido por paliza a las antiguas comunidades autónomas, sin llegar a este mediocre empate; pero nadie quiso escuchar a aquellos sabios, más leídos que Ortega, más indagadores que Américo Castro, más sesudos que Claudio Sánchez-Albornoz, más curiosos que Salvador de Madariaga… y, claro, de aquellos polvos, estos lodos…. pero… ¡No!, ¡Sí!… ¿Sí? ¡Sí! ¡Eureka! ¡Dadnos albricias, ex-compatriotas todos! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Aunque por la mínima, un gol, habremos ganado… ¡El Valle de Arán! El Valle de Arán proclamará su propia república, no acatará la catalana -desacato que aprendió precisamente de quien ahora se escinde- y le creará un nuevo frente y un auténtico quebradero de cabeza. La República Aranesa buscará el crear lazos con la Francia de lengua occitana. No le harán mucho caso, pero el parentesco lingüístico reafirmará su espíritu patriótico. «No estamos solos. No somos los únicos».
¡Lo logramos! Hemos ganado. Dieciocho repúblicas por diecisiete comunidades autónomas. La cosa tiene su mérito, máxime cuando por el camino nos han escamoteado más de una y más de dos repúblicas.
No dejará de haber, ciertamente, quien , confiando en que las condiciones de bienestar que han caracterizado a la sociedad española, no sólo en los últimos tiempos sino desde el desarrollismo bajo Franco, hayan curado al español de su temeridad y facilidad para empuñar las armas y salir a matar a otros españoles, descarte, por más que improbables, las lindezas que aquí se narran. Respondamos que la cabra tira al monte, que el pasado pesa y el pasado español, desde el siglo XIX, es de enfrentamientos armados; que la irracionalidad suele triunfar, al menos momentáneamente, pero para cuando la Razón despierta, el mal no sólo está hecho, sino que no puede ya enderezarse y tan sólo, y no siempre, se puede intentar paliarlo; que precisamente las crisis llevan a los agotamientos de los sistemas y, precipitando su caída, suscitan el caos; que… pero basta así pues podríamos eternizarnos. Con recordar cuanto están azuzando contantemente en Cataluña los nacionalistas, uno puede darse cuenta de hasta qué punto la emoción más irreflexiva, el sentimentalismo más viscoso y el odio más exacerbado nublan el entendimiento. Poco importa que descienda el nivel de vida, que el nuevo país quede aislado, que todo se le ponga cuesta arriba… Lo importante, lo único importante, es dejar de ser españoles.
Por otra parte, estimamos que este proceso de desintegración no podrá dejar indiferente a Hispanoamérica, quien lo considerará con perplejidad no disimulada y creciente. Que España, origen de lo que son esos países, se vaya al garete, no puede por menos que intranquilizarlos y agitarlos y quién sabe si nuestras sacudidas no los alcancen, resucitando agravios, avivando rencores y excitando a la guerra, en definitiva fragmentándose ellos también.
Tampoco queremos imaginar qué sería de la lengua española. Mauricio Wiesenthal, con toda razón, dijo que «el español es más moderno que el castellano». Ahora, con la muerte de España, se pondrá en entredicho su presente pujanza universal y su esplendente futuro. ¿Quién recogería el testigo, qué nación? ¿México?… Difícilmente.
Afirmó Ortega, en una de sus frases aparentemente paradójicas y siempre de gran efecto que América era el origen, y no al revés, de la nación española.
14) Conclusión (épica)
Para acabar, digamos que hemos conseguido importar a nuestras tierras el avispero balcánico, que pasará a llamarse ahora hispánico. Saldremos en los papeles, como ya hiciéramos en el 36, mostrando nuestras auténticas conducta y personalidad, conformadas por la envidia, la intolerancia, el totalitarismo, el egoísmo más ruin, la violencia y el odio sectario y nacionalista. Como en los programas de Tele 5 saldremos diciéndonos de todo y tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros, pero tirando a matar de verdad y matando de veras. Paradójicamente, queriendo dejar de ser españoles, reafirmaremos nuestra españolidad hecha de sangre y cruezas, para regocijo de los nuevos Hemingway, Montherlant, Malraux y Huxley que vengan a visitarnos en busca de emociones fuertes. ¿Quién recordará ya esa Serbia, esa Croacia, esa Eslovenia, esa Bosnia-Herzegovina, ese Montenegro, esa Macedonia, ese Kosovo, incluso esa Voivodina, espejos de naciones gloriosas, como Amadís lo fuera de caballeros andantes? Nuestros ex-compatriotas pueden más y mejor e, incluso, en eso del genocidio o escabechina del enemigo (todo el que no sea de los míos o como yo), podríamos superar el récord Guinness de Srebrenica.
¡Ha muerto España! ¡Por fin! ¡Sí, por fin la Guerra!
¡Vivan la pequeñez y la mezquindad! ¡Viva lo ínfimo!
¡Viva el derecho inalienable a decidir! ¡Viva el derecho inaplazable a separar, romper y descuartizar! ¡Viva la desunión! ¡Viva el caos! ¡Viva la Guerra y viva la Muerte! ¡Vivan las Repúblicas ex-españolas!
Arcos de triunfo
Sucede que, en ocasiones, las cosas pierden su sentido. Resulta complicado, en este mundo nuestro, comprender por qué hacemos lo que hacemos, especialmente cuando se nos dice que «esto se hace así», o que «siempre se ha hecho así» y que nosotros debemos hacerlo así, y ya está.
La tradición es una fuerza poderosa. Muy útil con frecuencia, pero demasiado tiránica cuando no se revisa. Y revisar la tradición es, por principio, algo delicado, ya que su poder radica precisamente en su capacidad para perpetuarse sin revisión alguna.
Madrid-Atleti
Aunque se quiera laica y aconfesional, la sociedad española es politeísta. Ya algún antropólogo ha apuntado que el propio Catolicismo es un culto politeísta, en tanto que sus fieles glorifican un gran número de divinidades -vírgenes, santos y demás-, pero no hablaremos tanto de eso como de otros iconos numinosos que estructuran nuestra cultura.
Este fin de semana, tendrán lugar en Europa dos celebraciones de corte espiritual -y de máxima importancia- relacionadas con los universos culturales político y deportivo (tan vinculados entre sí). La primera de ellas es la final de la Copa de Europa de fútbol (UEFA Champions League), el sábado, en la que por primera vez se enfrentarán dos equipos de la misma ciudad: el Real Madrid y el Atlético de Madrid. La segunda son las elecciones europeas, el domingo.
Así las cosas, podemos predecir que, el sábado por la noche, la estatua de un dios pagano será glorificada en Madrid. Si gana el Atleti (cosa poco probable), el dios Neptuno recibirá la peregrinación de miles de feligreses. Si el Madrid, la diosa Cibeles.
A la romana
¿Por qué? Porque lo dicta la tradición. Y aunque pocos se planteen los orígenes o el sentido de tales costumbres, siguen practicándolas con un convencimiento tal -con tamaña adhesión al icono- que bien arriesgarían su integridad física si alguien osara impedírselo. Y se verá, cuando a altas (o no tan altas) horas de la madrugada comiencen las cargas policiales para disolver la turba.
Los romanos sabían bien cómo celebrar las victorias. Ellos extendieron esta costumbre de recibir a sus vencedores a la sombra de monumentos gloriosos. Los soldados entraban en Roma, entre vítores, a través de puertas erigidas específicamente para ellos, en su nombre, a su salud: los arcos de triunfo.
Las elecciones
Y tiene sentido que los senadores mandaran construir semejantes monumentos. La prosperidad del Estado se basaba en su capacidad bélica y por tanto, los guerreros eran -metafóricamente- héroes (mitad humanos, mitad dioses) a quienes se debía reconocimiento. Era prudente hacerlo.
Los políticos tienen sus propios templos. Allí se congregan para rendir culto al pueblo (ese dios de la democracia), para comparecer ante él y para rezarle cuando conviene. Y, como hacemos con otros dioses, para olvidarlo una vez hayamos obtenido el milagro que anhelábamos.
Comparecencias
Recientemente, con ocasión de las elecciones europeas, y ya que nuestra empresa se encuentra alojada en el vivero más importante de Asturias (el Centro Europeo de Empresas e Innovación), hemos tenido la oportunidad de intercambiar impresiones con algunos de los candidatos que postulan para representar al Principado en Bruselas. Candidatos de distintos partidos vinieron a visitarnos y nos preguntaron que qué tal, que cómo veíamos la situación y que qué podría hacerse para mejorarla.
Con el debido respeto, respondimos a sus preguntas y les trasladamos algunas de nuestras sugerencias, quejas y reivindicaciones, por ver si aquello servía de algo. Dijimos que la cuota de autónomos es un lastre importantísimo para las pequeñas y medianas empresas y que nos incapacita para competir con igualdad de condiciones en el mercado europeo, puesto que otros países de la Unión no gravan de manera tan arbitraria la actividad de sus empresarios. Dijimos también que el éxito de sectores como el nuestro, el audiovisual, pasa por que las empresas tengamos acceso a recursos compartidos (cámaras, estudios, redes…); que el idioma es un impedimento central para que compañías de distintos países europeos colaboren en proyectos comunes; que la vociferada apuesta del Estado por los emprendedores no es tal, ya que cuando una iniciativa empresarial fracasa, es el emprendedor quien pierde su patrimonio y no el Estado, que cobra igualmente; y que las subvenciones públicas no llegan hasta nosotros, que se quedan por el camino, debido a dos motivos principalmente: a la carga burocrática que supone solicitarlas y a que las empresas grandes las acaparan, por disponer de departamentos especializados en su obtención, que revisan a diario los distintos Boletines Oficiales y ponen en marcha todo un aparato jurídico de contrastada efectividad.
El sentido
Y así, ante estas argumentaciones, algunos de los candidatos llegaron a reconocer que «hay que cambiar el modelo completo». Porque, está claro, cuando la tradición, la «manera de siempre» de hacer las cosas, no funciona, es necesario reconstruir los cultos. Esperemos que nuestras sugerencias, como tantas otras, no se las pasen por el arco del triunfo.
Superpoderes
Si pudieras tener uno de estos dos superpoderes… ¿cuál elegirías?
A- La invisibilidad
B- Detener el tiempo
Según cierta interpretación psico-socio-antropológica, la respuesta a esta pregunta nos indicará la catadura moral del sujeto que responde. Y es que el poder de la invisibilidad -decía aquél- sólo es útil si queremos hacer el mal; sólo nos servirá para hacer eso que no haríamos si todo el mundo nos estuviera observando.
En la nube
Las guerras de hoy ya no sólo se libran en el campo de batalla. Ahora existe un «no lugar» al que denominan «nube» o, más comúnmente, «Internet». Se trata de un «no espacio» donde todos volcamos todo -lo poco importante y lo muy importante- con la confianza de que allí permanezca sin mácula. Controlar «la nube», conocer sus recovecos, otorga un poder inmenso y se producen verdaderas guerras para tomar ese control.
Últimamente se ha conocido, con gran escándalo, que la Agencia de Seguridad estadounidense (NSA) espía las comunicaciones privadas. Es decir, ha adquirido el superpoder de la invisibilidad, puesto que mira de cerca sin ser vista.
Transparencia e intimidad
Si bien el individuo, en un Estado como el español, tiene derecho a la intimidad (a la inviolabilidad del domicilio, a que sus comunicaciones sean privadas, etc), la Administración tiene el deber, en cambio, de ser transparente, de publicar absolutamente todo lo relativo a su gestión. Como se ve, aunque estos principios estén así recogidos en las constituciones de numerosos países, en la realidad no se cumplen, sino todo lo contrario: las administraciones son opacas y el individuo está expuesto.
No habrá verdadera democracia hasta que no se invierta este signo. Mientras que los gobernantes tengan el superpoder de la invisibilidad, que aplican cuando les conviene -tanto para ver como para no ser vistos-, no podremos hablar de verdadera soberanía popular.
Tecnocracia y resistencia
Ahora bien, en la sociedad tecnológica los reyes no son precisamente los que portan corona, y si no, que se lo pregunten a Bill Gates. Ser un verdadero experto informático es algo tan valioso en nuestro mundo que bien podría hablarse del Régimen de los Técnicos, de una «tecnocracia». Y ante una democracia deficiente como la que acabamos de describir, la tecnocracia se alza como alternativa salvaje.
Si los poderes (ejecutivo, económico…) son fuertes gracias a su dominio de la tecnología, el pueblo organizado no lo es menos. Si los gobiernos ejercen su poder de manera ilegítima (como por ejemplo la NSA al espiar las comunicaciones privadas), podría decirse que lo legítimo es defenderse, reaccionar. Y si la Administración no es transparente en su gestión -cuando en realidad está obligada a ello-, el pueblo soberano tiene derecho a exigir (y tomar) lo que es suyo.
Cualquiera diría que estamos alentando un golpe de Estado: nada más lejos de la realidad. Precisamente, es todo lo contrario: se trata de hacer cumplir las leyes y principios que nos sostienen, no unos nuevos, sino los que teóricamente nos rigen a día de hoy.
Anonymous
Y llegó la hora del documental. Se titula «Somos legión: la historia de los hacktivistas» y está dirigido por Brian Knappenberger en 2012. Describe la trayectoria del colectivo «Anonymous» desde sus orígenes en el M.I.T. (Instituto Tecnológico de Massachusetts) hasta el presente, y apunta varias razones para su auge y enorme seguimiento social. «Anonymous», a la luz de este documental, es la legítima resistencia que antes mencionábamos: un nutrido grupo de expertos informáticos que lucha por devolver la soberanía al pueblo, significada en el libre acceso a la información pública -transparencia de los gobiernos- y en acciones colectivas contra abusos de autoridad. De hecho, las relaciones entre Wikileaks, el portal que ha revolucionado el periodismo, y Anonymous, son más que estrechas.
Claro que hay lugar para los canallas en Anonymous (la invisibilidad es un superpoder oscuro) pero -qué duda cabe- también hay justicieros en sus filas.
*Nota: Los subtítulos en español de esta versión son nefastos.
Bunbury, Iker, el periodismo y la verdad
«De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza». (Jaime Gil de Biedma, «Apología y petición», 1961)
Hace no tanto, los políticos españoles sentían eso a lo que se conoce como «vergüenza torera»: si hacían mal su trabajo, o si simplemente perdían la confianza del electorado, dimitían, en el acto, con gran deshonra para ellos y sus familiares.
Últimamente, son tantos los escándalos aireados, tantísima la corrupción en España, que el honor ha pasado a un segundo plano. Agarrados con uñas y dientes al establishment, se habla de 300 políticos españoles imputados judicialmente, una circunstancia que, al parecer, en el parlamento valenciano afecta ya al 20% de los diputados.
Plano por arriba
Con este panorama, el pueblo ha perdido su capacidad de asombro. Ya a nadie sorprende que un alcalde haya robado, que un ministro trafique con influencias, o que se destape una estafa como la de las preferentes, la cual endeuda al país para la próxima década e involucra a lo más granado de la élite político-financiera. Esto es como un concierto de Metal del duro, en el que todo resulta tan extremo, tan brutal y descarnado, que ninguna nota -ningún grito- destaca por encima de las demás: es un estado de shock, plano por arriba.
El goteo
Y los medios de comunicación no cejan en ese incesante goteo de hechos luctuosos. Los informativos han incorporado la corrupción a la parrilla como uno de sus temas de agenda (¿hoy quién roba?), y lo tratan de manera anecdótica, casi igual que al hablar de la «vuelta al cole» en septiembre, o de la «operación salida» en julio. Es una escalada peligrosa, naturalizar la corrupción, porque supone una modificación de las reglas del juego e implica que todos acabemos practicándola. Como en Méjico, donde la «mordida» es casi una institución.
El contexto
Los periodistas debemos contextualizar la información, para que el lector pueda entender los hechos sucedidos. Que un avión aterrice en el aeropuerto de Castellón, por ejemplo, quizás no sea una noticia, a menos que conozcamos el contexto en el que se produce este hecho. De igual manera, no puede entenderse el porqué de un caso de corrupción, si no profundizamos en el análisis del sistema político y económico, pero aquí hemos tocado en hueso.
Lo cierto es que pocos medios de comunicación se atreven a ahondar tanto, precisamente porque ellos forman parte de este sistema político y económico y tienen mucho que perder. Y así, el deseable y necesario periodismo de análisis -que, cuando se hace bien, es incontestable- se ve sustituido por un sensacionalismo lagrimero y por ese periodismo de declaraciones y opiniones cruzadas que, lejos de aportar luz, oscurece todo lo que toca.
La conspiración
Llegados a este punto de la Historia, deberíamos ir aceptando que la conspiración, la gran conspiración, existe, es una realidad. El poder económico, concentrado en poquísimas manos, dispone a su antojo de los otros tres poderes, y el mundo entero se convierte así en un tablero donde las fichas somos nosotros y a los jugadores ni se les ve.
Cuando, por una razón o por otra, interesa la guerra, se produce la guerra. Y si conviene la paz, se fabrica la paz. Dominado por los mantras y eslóganes omnipresentes, el individuo actúa exactamente como estaba previsto, de acuerdo a un marco de referentes construido y controlado científicamente, por expertos que luego dan conferencias y obtienen nuestro aplauso.
La resistencia
Pero donde hay imperio, hay resistencia, y más en el mundo de Internet, de manera que las voces que denuncian ese mamoneo, las personas que lo investigan y los valientes que lo combaten, son cada vez más.* Y muchos tienen poco peso, pero otros no. Como Bunbury. O como Iker Jiménez.
Hoy por hoy, Bunbury es nuestra figura más internacional. Ni los actores más celebrados -«Pe», Bardem…-, ni los futbolistas, esos héroes efímeros, pueden hacerle sombra. Bunbury arrasa dondequiera que va, y sus palabras son tenidas en cuenta por gentes de toda edad y condición. Si Bunbury dice «¡despierta!», esa noche no se duerme.
Y otro tanto para Iker. Millones y millones de almas hispanohablantes le conocen y le quieren. Sus crónicas y reportajes se han convertido en el paradigma del «periodismo del misterio», y hay que descubrirse ante él, por lo que está consiguiendo.
El misterio
¿Pero qué está consiguiendo? Pues, precisamente, hablar de lo que nadie habla: de los conspiradores, de esas nuevas fuentes de energía que acabarían con el hambre y con las guerras del petróleo, de los robots que controlan los mercados bursátiles, de la vulneración de nuestra intimidad por parte de organismos públicos, de Wikileaks, de Anonymous, de las drogas, las mafias, de Fukushima y de lo que haga falta. Iker habla de lo que de verdad está pasando en el mundo, por rocambolesco que parezca, y su visión, aunque siempre marcada de una incertidumbre -que es a la vez su mayor fortaleza y su más terrible flaqueza-, adquiere más valor que la de tanto experto y la de tanto tertuliano apoltronado.
Bien mirado, es lo que hiciera Larra un par de siglos atrás: saltarse la censura.
Despertar
Esta semana salía a la luz «Despierta», el último videoclip de Bunbury. En él, se hace una referencia más que directa a todo este problema: el propio Enrique revienta una televisión con Rajoy en pantalla. Y el propio Iker nos invita a despertar.
Leer «Bunbury, fuerza de la Naturaleza» en dokult TV
Ver documental «Las venas abiertas»
*Cuidado con las guerrillas, son fáciles de controlar. La piedra no es el camino, el símbolo sí.
Weiwei es guay
Pues sí, Weiwei es guay, pero no «un guay» de esos que no llegan a «chachi», sino un enrollado –«guay» a secas-, un tío guay, alguien que no necesita que los demás le llamen guay para ser guay, vaya.
Tampoco necesita mucha presentación, este Weiwei, porque sus obras se han expuesto en las más importantes salas de Arte del mundo pero, por si algún despistado no lo conoce, diremos que se trata de un «artivista» chino, es decir, un tipo que tiene más de activista político que de artista, y que canaliza su creatividad -que es mucha- hacia un movimiento social libertario, en China y no sólo.
Ha estado en la cárcel, Weiwei. Ha padecido los abusos de las autoridades. Ha sido golpeado y vejado. Pero cuanto más se le intenta silenciar, mayor repercusión adquieren sus palabras. Lo que viene siendo un mártir, de toda la vida.
Never Sorry
Es el título del documental dirigido por Alison Clayman en 2012 a propósito de este polémico chino. Se trata de un documental correcto, que profundiza, a través de un seguimiento cotidiano y exhaustivo (que el propio Weiwei propicia mediante un despliegue continuo de camarógrafos), en la figura del autor de obras como ésta:
Arte
Y al final, uno se vuelve a preguntar, por enésima vez, qué es el Arte. En una sociedad de la censura, del mercado, del arte-por-dinero, del arte-como-medio, ¿el artista es aquél que consigue alzar lo suficiente su voz para incomodar al Estado? ¿Aunque no cante bien? (y no, Weiwei no canta nada bien).
Hay mucho Twitter en la creación artística de Weiwei, mucho Twitter como soporte. Y mucha improvisación. ¿Pero soporte de qué? ¿De otro panfleto más? ¿De reivindicaciones políticas? ¿Eso es Arte? ¿Cualquier cosa que se le ocurra publicar a Weiwei desde el sofá de su casa será Arte?
Política
Y uno termina concluyendo que lo que sucede es que, a nivel político, a nivel mundial, hay tanta necesidad de una voz lo suficientemente libre, lo suficientemente honrada y lo suficientemente potente para alzarse contra un sistema socioeconómico que se nos cae, que cuando aparece alguien así, lo llamamos «artista», lo llamamos «santo», o lo que haga falta, con tal de que se quede.
Como en Turquía, donde la expresión artística de un coreógrafo -de alguien que se dedica a la danza- ha sido guardar silencio, y permanecer inmóvil, en público, solo, ante la bandera.