El pan y la sal
Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles. Y no desde la perspectiva de los grandilocuentes políticos y economistas (¿qué narices es eso de la prima de riesgo?), sino desde nuestra perspectiva: la perspectiva del pueblo. Un pueblo humilde, que no entiende muy bien las artimañas mediante las que está siendo robado, pero que tiene clarísimo que está siendo robado.
Hablamos de una España propia a la que, con muchísimo cariño y respeto, podríamos llamar «acogotada». Porque ha pasado hambre. Porque conoce la emigración (la huida). Y porque conoce la represión. Quizás el español de 20 años no haya experimentado eso, pero sus padres y abuelos sí. Y son miedos que se impregnan en nuestra manera de pensar, y en la de nuestros hijos y nietos.
Sabemos a lo que nos referimos cuando hablamos de la «España acogotada», ¿verdad?
El pan
Muchos lectores conocerán esta vieja costumbre: la de besar el pan cuando éste cae al suelo, o cuando -duro ya- se tira a la basura. Hay que besarlo, por pequeño que sea el pedazo, por duro, sucio o correoso que esté. Y así, besar el pan se convierte en un modo de conectar con el hambre de nuestros antepasados, con el hambre de los hambrientos actuales, y con el hambre que posiblemente pasaremos -nosotros mismos- en un futuro.
No se trata, como podría pensarse, de un rito cristiano (por aquello de «Este pan es mi cuerpo»). Ni siquiera se trata de una conducta relacionada con la religión o con la superstición más infundada, sino que este acto humilde, este beso casto, es pura cultura. Cultura de persona cabal, sencilla y consciente. Cultura de hambriento en potencia, descendiente de hambriento, vecino de niños hambrientos que mueren y matan por un poco de pan duro, o sucio, o correoso, o mojado en agua caliente.
Besar a diario el pan que se tira implica no separar nunca los pies de la tierra: saber dónde está lo esencial, la base desde la que lo demás se construye. Si no besas el pan que te sobra, no sabes quién eres.
La sal
Y con la sal sucede más o menos lo mismo. Cuando la sal se derrama, la tradición dice que debemos lanzar una pizca por encima de nuestro hombro izquierdo (el siniestro, por cierto). Y esto, que también se considera una superstición, en realidad es un signo de humildad y conciencia social. Porque la sal es muy valiosa. La sal se utiliza para conservar los alimentos, cuando no hay nevera, cuando no hay electricidad. La sal es difícil de extraer y de conseguir. No todas las sales son buenas. Y la buena sal es oro en tiempos de guerra.
Si accidentalmente se derrama la sal -este bien tan preciado-, o si tiramos la que nos sobra, debemos lanzar una pizca sobre nuestro hombro. Es un imperativo cultural. Es un modo de no quedarnos indiferentes, impasibles ante el derroche. Es un gesto que nos recuerda a diario que quizás no siempre haya sal cuando la necesitemos.
Los rituales privados
En privado. Estas cosas se hacen en la intimidad. No hay nada de vergonzoso en ello pero parece que, cuando uno manifiesta sus creencias en público, se está dando golpes en el pecho: alardea. Es como llorar. Llorar solo no es lo mismo que llorarle a alguien. Llorar solo es llorar; llorar de verdad.
Y España está llorando. Es tal el miedo, el desánimo que nos invade, que uno se derrumba por completo. A veces, una lágrima sorda brota sin sollozo, sin lamento, perdiéndose en un rostro ajado por los años, seco hasta el gesto, vacío de esperanza.
España se echa la culpa. La poderosa -la España rica, ladrona- dice que hemos vivido muy bien, sin merecerlo, que todo esto es culpa nuestra. La acogotada -aunque conozca y reconozca el saqueo- se lo cree. Porque es humilde, porque piensa que, durante años, ha tirado pan a diario y que quizás no debió hacerlo.
Pero, de verdad, no se trata de eso. Han sido otros quienes nos han arruinado. No el crédito que pidió ese peluquero para comprarse un coche. No el pisito en Benidorm del empresario medio. No las plazas de garaje arrendadas por el portero de la finca. Ni siquiera las chapuzas del fontanero que trabaja y no factura. Nada de eso. Nos han arruinado otros. Y lo peor es que sabían que iban a arruinarnos.
Los rituales públicos
Y llegamos a las manifestaciones. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación. La España que llora en privado comienza a gritar en público. Está desunida, pero se reúne. Cada uno protesta por su ultraje -profesores con camisetas verdes, funcionarios con camisetas negras, mineros con casco y bombilla, doctores con bata…- y los mensajes son muchos, pero también, en el fondo, es sólo uno: «El pan y la sal».
En un comunicado del 13 de julio, el ejército dice que su capacidad de aguante tiene un límite. Y que va a ser «totalmente beligerante contra todas aquellas medidas que sin suponer un ahorro económico supongan pérdida de derechos conquistados». Totalmente beligerante es totalmente beligerante.
Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles (esta frase me suena). Parece que nos dirigimos hacia una situación en la que no tendremos ocasión de besar el pan que nos sobre, porque nada sobrará. Quizás, una situación en la que nos veamos forzados a recuperar la sal como conservante, porque no tendremos ni nevera ni electricidad. Una situación en la que la muerte se vuelva mucho más cotidiana y en la que el dinero recupere su condición natural (de metal o papel inútil) frente a gallinas y gatos, bienes éstos mucho más codiciados.
Parece -decimos- que esa carrera se está acelerando y uno se pregunta… ¿no hay más opción? ¿De verdad queremos la guerra?
Fotografía: «Muerte de un miliciano». Robert Capa. 1936
Taconazo patrio
Resulta que «digo» es «Diego» y ahora nos intervienen. A los españoles, claro. La de «El País» de hoy es una de esas ediciones que conviene guardar en la caja de los tesoros, para no olvidarla. En ella confluyen dos informaciones y un artículo con soporte de citas que, vistos en conjunto, hablan mucho y muy mal de lo que hoy somos. Pero vayamos por partes.
Truco o trato
Dice el titular: «Los socios del euro imponen a España una intervención suave de la economía». Uno lee esto y recuerda que, hace pocos, muy pocos días, Europa acordaba la recapitalización directa de la Banca española. Aunque no sepamos mucho de Economía, podíamos entender la cosa: Europa iba a prestar a los bancos españoles dinero para salir del atolladero. Directamente, sin que España tuviera que hacer nada: Europa presta a los bancos, los bancos devuelven la deuda. Punto.
Ahora resulta que ese préstamo está envenenado. Que España va a ser intervenida. Que nos obligan a subir el IVA, que nos obligan a bajar las pensiones, que nos obligan a reducir el subsidio por desempleo, que obligan a nuestros funcionarios a trabajar más horas -y por menos dinero- y que, además, cada tres meses vendrán los hombres de negro a meterse en nuestra cocina. Sin mencionar los recortes para las comunidades autónomas, que repercutirán en sanidad y en educación. Un desastre. Un engaño.
Los hidalgos
¿Sabes lo que dice la gente? Chopito en la frente.
Así, con esta frase, de esta forma tan burda, conseguíamos en el colegio que nuestros compañeros menos avispados encajaran un golpe en su testuz, sin rechistar. Les hacíamos la preguntita y hostia que te crió, automático. Sus bocas abiertas reflejaban la estupefacción ante la injusticia socialmente aceptada.
Eugenio Scalfari es el fundador del diario italiano «La Repubblica». «El País» publica un artículo suyo en el que relata una conversación con Mario Draghi, el actual Presidente del Banco Central Europeo quien, además, es su amigo. Hablan de fútbol, de política… Pero lo más llamativo es lo que dicen acerca de los españoles:
Los españoles son muy orgullosos, son hidalgos, te miran a la cara con ojos desafiantes y dan taconazos de rabia si se les devuelve la misma mirada. Como en el flamenco, donde arquean la espalda y la ceja. Tratar con ellos no debe de ser fácil.
Esta idea del español está muy arraigada. La soberbia parece que nos define. Pero -siguiendo con el tópico- es mera pretenciosidad porque, al final, ni somos tan bravos, ni tan grandes, ni tan estupendos puesto que, como mendigos, vamos a reclamar limosna cuando el hambre aprieta.
Resulta indignante. El papel de soberbios segundones que se nos asigna parece justificar que se nos trate con acrimonia. Quieren bajarnos los humos, devolvernos la humildad perdida a base de chopitos en la frente. Ja.
Recordemos que «hidalgo» es la abreviatura de «hijo de algo». Ese «algo» puede ser un duque, un conde, un terrateniente… Pero lo más probable es que no sea nada y el hidalgo se dedique meramente a aparentar nobleza. Es una grave ofensa que el Presidente del Banco Central Europeo y el fundador del diario italiano más importante llamen, entre risas, a todos los españoles «hidalgos». Fanfarrón, soberbio y miserable es lo que en realidad esconde el apelativo.
El desarrollo moral
Y en este contexto -en este mismo número de «El País»-, otro artículo informa sobre la Ley General de la Comunicación Audiovisual que hoy espera aprobación por parte del Senado.
La nueva Ley, entre otros «ajustes» -los cuales, por ejemplo, permiten la privatización de las televisiones autonómicas- trata de evitar que los menores tengan a su alcance formatos perjudiciales para su desarrollo físico, mental o moral. Eh, repitamos: los menores no deben tener a su alcance contenidos televisivos que perjudiquen su desarrollo físico, mental o moral.
Señor Draghi. Señor Scalfari. Señor Rajoy. Señores «socios de la Eurozona». Sus acciones perjudican notablemente el desarrollo moral de nuestros menores. La mentira es de una bajeza moral infinita y ustedes la incorporan a sus discursos en todas las modalidades conocidas: desde la media verdad, hasta el burdo engaño que mira a los ojos y jura y perjura, que sí, por mis muertos, que te lo digo yo. Sería preferible -para el desarrollo moral de nuestros jóvenes- que ustedes quitaran el velo que pende sobre el porno y -en cambio- censuraran sus propias apariciones. Y sirva este taconazo patrio, de hidalgo, de miembro del clan que acunó a Miguel de Cervantes, nombró a Colón Virrey de las Indias y encumbró hasta el podio al mismísimo Iker Casillas para demostrar que, con chopito o sin él, el agraviado puede revolverse, morder y matar.
Reaccionarios y gilipollas
Hay palabras que no significan nada. Y hay otras que significan tantas cosas que, al final, tampoco significan nada.
Con los colores no pasa esto. «Negro» significa negro y «verde» significa verde: a nadie se le ocurre llamar «negro» al blanco, o «verde» al rojo; sería un lío tremendo. Bueno, sí, a los daltónicos, pero queda claro que se trata de un defecto genético, así que nadie les hace mucho caso.
Sin embargo, en otros órdenes de la vida, utilizamos algunas palabras porque sí. No sabemos muy bien qué significan (nadie lo sabe), pero tienen una fuerza arrolladora, así que nos apoyamos en ellas cuando nos conviene. Como la palabra «gilipollas», por ejemplo, que se aplica igual si nos referimos a un adolescente apretando -a la hora de la siesta- su ruidosa vespino, o a ese lascivo obispo cazado en la piscina con una muchachita (¡qué boludo!). Son realidades bien diferentes, pero «gilipollas» tiene ese poder omnicomprensivo.
«Reaccionarios» es otra de estas palabras. Sin dejar de ser un insulto, no es tan vulgar como «gilipollas», así que se emplea frecuentemente -con el mismo objetivo que «gilipollas»- en un entorno donde la falta de mesura está muy mal vista y donde los ambages son moneda de cambio: en la palestra política.
Reaccionar
Reaccionar no está mal, ¿no? La fiebre, por ejemplo, nos puede salvar la vida, y no deja de ser una reacción de nuestro cuerpo. El aplauso es la reacción del público ante un concierto que le satisface. Y así sucesivamente, la reacción a un beso puede llegar a ser otro beso, e incluso, mirado con perspectiva, un bodorrio.
Reaccionar no está mal, no. La reacción es una respuesta a un estímulo y, dentro de la infinita gama posible de estímulos y respuestas, habrá unos y otras que nos gustarán más que menos, pero la reacción, en sí misma, no es algo malo, no es condenable. Desde esta perspectiva, todos reaccionamos, todos somos reaccionarios.
Progresar
Pero históricamente el término «reaccionario» se ha aplicado a aquellos que se resistían al cambio, y aquí queríamos llegar. El cambio, en sí mismo, tampoco es algo malo o bueno -aunque también habrá cambios que nos gusten más que otros-. El progreso debería consistir en cambiar aquello que es necesario cambiar y en mantener aquello que está bien así, tal cual. El cambio por el cambio no tiene sentido, del mismo modo que la resistencia a un cambio necesario es incongruente.
El término «reaccionario» empezó a usarse durante la Revolución Francesa y esto es muy interesante. Lo curioso es que se aplicó en primer lugar a los contrarrevolucionarios y después ¡a los propios revolucionarios! Es decir, la burguesía, que protagonizó la revolución, tachó a la aristocracia de «reaccionaria». Y poco tiempo después, la misma burguesía fue tachada a su vez de «reaccionaria» por los jacobinos. Una locura.
El caso es que se llama «reaccionario» a quien rechaza lo que uno propone, aunque lo que uno proponga no tenga ningún sentido. Si uno dice, por ejemplo, que a partir de ahora estará prohibido beber agua (eso es una guarrería, el agua es para lavarse), cualquiera que se resista a aceptar ese cambio podrá ser llamado «reaccionario». Y así con todo. ¿Que no te gusta que privaticemos los colegios? Eres un reaccionario. ¿Que te resistes a poner el letrero de tu peluquería en catalán? Eres un reaccionario. ¿Que no quieres talar este bosque y convertirlo en un campo de golf? Reaccionario. Cabrón. Gilipollas (estos dos últimos en bajito).
Decía el Marqués de Tamarón -quien por cierto es un intelectual como la copa de un pino- que estaba de acuerdo en que se le llamara «conservador», porque «hay muchas cosas que conservar». Qué sabiduría en estas palabras, ¿verdad? El problema es que, en el mundo del fútbol, de las izquierdas y las derechas, de los arribas y los abajos, o eres de los míos o eres de los otros. Y ser «conservador» está muy mal visto por los «progresistas», del mismo modo que ser «progresista» está muy mal visto por los «conservadores». Pero, si unos y otros miraran bien sus propios ombligos, verían que ni quieren conservarlo todo, ni quieren cambiarlo todo, porque no todo es susceptible de cambio, ni todo digno de conservación.
Mientras tanto, mientras que sigamos anclados en esta visión bipolar, maniquea (y atención a lo progresista de estas palabras), seremos unos gilipollas. Y es que, puestos a insultar, no nos vamos a quedar a medias.
El rollito
Con el lanzamiento, hace pocos años, de la Canon EOS 5D Mark II (una cámara de fotos reflex digital que permitía grabar vídeo de buena calidad en alta definición) se marcó un antes y un después en la producción audiovisual. Tradicionalmente, SONY, Panasonic y JVC habían controlado el mercado de cámaras de vídeo, tanto a nivel profesional -con cámaras de 15.000 euros en adelante- como a nivel prosumer (semiprofesional) – con cámaras de hasta 7.000 euros-. La nueva Canon no intimidó a estos fabricantes, que le restaron importancia pensando que se trataba de otra cámara de fotos. Pero lo que no tuvieron en cuenta fue lo que nosotros llamamos «el rollito».
¿Y qué es el rollito?
«El rollito», básicamente, es una estética que las cámaras reflex sí consiguen y que las cámaras tradicionales de vídeo no. Cualquier espectador de cine habrá visto que en las películas, muchas veces, parte de la imagen está desenfocada. Esto permite resaltar ciertos elementos sobre otros. Por ejemplo, en una conversación, la cara del personaje estará enfocada y el fondo, desenfocado (borroso). En fotografía, esta parte enfocada recibe el nombre de «profundidad de campo».
Las cámaras de fotos (reflex) tienen una profundidad de campo muy pequeña, parecida a la de las cámaras de cine (por lo que en sus imágenes hay muchos elementos desenfocados) y sin embargo, las cámaras de vídeo -sobre todo a nivel prosumer- tienen una profundidad de campo mucho mayor (y por tanto, toda la imagen suele estar enfocada). Esto se debe al tamaño del sensor (CCD o CMOS). Las cámaras de vídeo normalmente llevan tres sensores pequeños y las cámaras reflex llevan un único sensor, pero más grande.
Este fenómeno, que tradicionalmente se había considerado un fallo del cine -ya que complica mucho el manejo de la cámara-, en realidad asemeja las imágenes cinematográficas -o las grabadas con reflex- a la visión humana. Además, los más de cien años de evolución del cine nos han acostumbrado a esta estética por lo que, cuando vemos una imagen con partes desenfocadas, nos parece mucho más «cinematográfica» -más bella- que una en la que todos los elementos están enfocados.
La publicidad, los videoclips y otras producciones en las que prima la estética han utilizado tradicionalmente este recurso, frente a otras producciones televisivas -informativos, programas, etc-, que se han beneficiado de la comodidad que supone tener una mayor profundidad de campo. Esto también ha reforzado la percepción de que una imagen es más bella -más artística- cuanto más «rollito» tenga.
DSLR y tal
En el sector profesional -sobre todo cuando hablamos de producciones de bajo presupuesto-, las cámaras reflex digitales (denominadas DSLR) han sustituido en gran medida y en pocos años a las cámaras de vídeo. Y es que, pudiendo emular la estética cinematográfica (conseguir «el rollito») con una cámara que cuesta menos de 3.000 euros, ¿quién va a comprar una cámara de vídeo? Además, a estas nuevas cámaras se les puede acoplar una amplia gama de objetivos que dan una mayor versatilidad a las producciones, lo que no pasaba con las cámaras prosumer de vídeo.
Pero claro, no dejan de ser cámaras de fotos. Y grabar con una cámara de fotos es muy incómodo. Por ejemplo, en la citada Canon no se puede escuchar el sonido mientras que se está grabando. Tampoco se puede conectar a ella micrófonos profesionales. Además, hay que grabar a pulso -no sobre el hombro como con las cámaras de vídeo- y las grabaciones tienen una duración límite de 20 minutos seguidos, ya que las tarjetas de memoria que usa están formateadas en FAT32 y no permiten archivos mayores de 4GB. Por si esto fuera poco, el formato de vídeo que emplea es h.264, lo cual impide una efectiva corrección de color en la fase de postproducción.
Por supuesto, el mercado es pujante y en poco tiempo se ha inventado toda clase de accesorios para mejorar la ergonomía y conectividad de estas cámaras (ver foto).
No obstante, muchos de los problemas -como el formato de vídeo o la limitación de los 20 minutos- no quedan resueltos con estos armatostes y además, los accesorios encarecen mucho el equipo.
Los grandes fabricantes de cámaras (SONY, Panasonic…), al ver que se les estaba escapando buena parte del mercado, han reaccionado, pero a trompicones. Han intentado incorporar «el rollito» a cámaras de vídeo de este rango de precios, como por ejemplo la Panasonic AG-AF100 o la SONY NEX-VG20. Sin embargo, ninguna de estas cámaras ha conseguido desbancar a las DSLR de su posición preeminente, ya sea por ergonomía, conectividad o precio.
La gran esperanza prosumer
Dicho todo lo anterior, ¿cómo sería la cámara perfecta para un prosumer? Para empezar, debe tener «el rollito», claro. Debe ser ergonómica, es decir, cómoda para grabar a hombro, para enfocar y para ver lo que se está grabando desde cualquier posición. Conectividad, monitorización de audio, ópticas intercambiables, un formato de vídeo que permita una buena corrección de color, gestión de archivos, medidores de señal (histograma, monitor en forma de onda)… Y un precio inferior a los 3.000 euros.
Por ahora, las que más se acercan a esta utopía prosumer no provienen precisamente de las marcas que todos podríamos esperar, sino de otras menos especializadas, como Blackmagic (empresa tradicionalmente centrada en la fabricación de capturadoras de vídeo) -con su Blackmagic Cinema Camera-, o Bolex (empresa que se hizo popular en los años 70 y 80 con sus cámaras caseras de 8 y 16mm). Ninguna de estas cámaras ha salido aún al mercado. De hecho, en el caso de la Digital Bolex, su lanzamiento está condicionado al éxito de su actual campaña de financiación colectiva.
En Canon, que no son tontos, han visto que empresas pequeñas estaban conectando mejor con las necesidades del usuario, sobre todo en lo relativo al formato de vídeo, así que han reaccionado con su Canon 5D Mark III, que emplea el codec All-I -especialmente pensado en la corrección de color-, y además permite la monitorización del audio.
Conclusiones
Como conclusión, podríamos decir que la utopía está a la vista, pero no presente. Parece que, hoy en día, a la hora de comprar una cámara de este rango, siempre tenemos que sacrificar algo, ya sea comodidad, calidad del vídeo, o el propio «rollito».
Y por otra parte, nos gustaría desenmascarar «el mito del rollito». Y es que no todo lo grabado con DSLR es artístico, por mucho «rollito» que tenga (ver vídeo), ni todo lo exento de «rollito» carece de Arte.
De la televisión
En estos días inciertos para las televisiones públicas -ya sean de rango nacional o autonómico- debido a los recortes presupuestarios y otras amenazas que pesan sobre ellas, creemos que conviene reflexionar acerca de la función social que estas instituciones desempeñan. Con tal propósito, mencionamos a continuación algunos puntos que consideramos clave a la hora de decidir sobre su futuro y/o fijar prioridades en cuanto a programación se refiere.
Contexto histórico
Los medios oficiales de comunicación siempre han existido. Si nos remontamos lo suficiente, podríamos incluso considerar que los rapsodas y aedos de la Grecia clásica -que narraban, al ritmo de la música, las aventuras de Ulises y compañía- cumplían una función de divulgadores de la Ética y la Moral oficiales. Pero, sin hilar tan fino, podemos fácilmente remontarnos a los tiempos de los Reyes Católicos y encontrar medios de comunicación de corte oficial que -potenciados por el invento que revolucionaría el mundo: la imprenta- conseguían hacer llegar al pueblo aquella información que los poderosos consideraban de interés. Evidentemente, este tipo de prensa -los «mercurios», que se llamarían después- se encontraba sometida a un férreo control por parte de los gobernantes que la sufragaban.
Aunque la prensa clandestina -subversiva- creció paralelamente a la prensa de corte oficial, no fue hasta el siglo XVIII que los periodistas -o gacetilleros- empezaron a gozar de cierta autonomía, estableciendo las bases del libre periodismo. Y fueron las revoluciones sociales de finales del XVIII (Revolución Francesa, Estados Unidos…), con sus nuevos sistemas de gobierno -República, Democracia, Monarquía parlamentaria-, las que crearon el campo de juego en el que la prensa se está debatiendo desde entonces.
Principios
- El poder es del pueblo
En un Estado democrático, como el español, la Soberanía es popular. Aunque se trate de una Democracia representativa -ya que delegamos en ciertas personas para que se encarguen de la gestión estatal-, los ciudadanos tenemos voz y voto en las cuestiones públicas.
- Para valorar es preciso saber
Es imposible opinar sobre algo que se desconoce. Preguntar a un analfabeto si «hucha» se escribe con hache, no tiene sentido. Del mismo modo, preguntar a un ciudadano si está a favor o en contra de una política de la que jamás ha oído hablar resulta ridículo.
- Los medios de comunicación crean comunidad
Comunicar significa «poner en común«. Los medios de comunicación sirven para poner en común ideas, hechos, emociones, etc, de modo que un determinado grupo de personas se convierta en una comunidad.
- Informar, formar y entretener
Las funciones básicas de un medio de comunicación, en un Estado democrático son, por orden de prioridad, las de informar, formar y entretener. Informar para que el ciudadano pueda participar en la vida pública, lo cual es su derecho. Formar para que sus decisiones estén basadas en argumentos sólidos, por el bien de todos. Y entretener, porque el ocio -el juego- forma parte de la esencia humana tanto como el negocio.
- Vigilancia social
Del mismo modo que, en sociedades complejas, compuestas por millones de personas, delegamos en ciertos individuos y colectividades para que se encarguen de la administración del Estado, también delegamos en otras para que se encarguen de vigilar esa administración e informarnos de lo más relevante: los periodistas.
- Independencia, libertad e integridad
Para que la información que llegue al pueblo sea útil y no esté contaminada por intereses de cualquier índole, el periodista debe ser independiente de cualquier presión ideológica, libre para expresar sus opiniones, e íntegro en el desarrollo de su labor, conforme a los Códigos Deontológicos de la profesión.
- Empresa frente a Estado
Si bien a un medio de comunicación privado se le debe exigir que, en sus informaciones, respete la verdad de los hechos, no se le puede exigir que informe, o que forme. Habrá, por ejemplo, en la esfera privada, medios de comunicación totalmente orientados al entretenimiento y esto no es condenable. En cambio, los medios de comunicación públicos -pagados con los impuestos de los ciudadanos- nacen con una vocación de servicio público, es decir, nacen con la función primordial de informar, con verdad, con independencia, con rigor; con la función de formar; y con la función de entretener, si fuera menester. Los dirigentes políticos deben garantizar la efectividad de este servicio público y para ello -para asegurar su total independencia- deberían alejarse por completo de su gestión.
- Información regional
En una sociedad plural, en un «Estado de las Autonomías», los medios de comunicación públicos deben reflejar esta pluralidad y propiciar el acceso de todos los ciudadanos, de cualquier región del país, a la información pública. En este principio se basa la existencia de las televisiones autonómicas, por ejemplo, puesto que su función es cubrir en detalle los acontecimientos de la región en que se hallen.
- Desarrollo socio-económico y cultural
Los medios de comunicación son vehículos de cultura y agentes dinamizadores del desarrollo socio-económico. Al abrigo de una televisión pública, por ejemplo, nacen multitud de empresas dedicadas a labores tan diversas como la construcción de decorados, la grabación de música, la formación de actores, o la iluminación de exteriores. Una televisión potencia el tejido empresarial de una región, crea cientos de puestos de trabajo y diversifica las áreas laborales: es riqueza.
Medidas
Últimamente, se están adoptando diversas medidas desde la esfera política que van en detrimento de los medios de comunicación públicos. Por ejemplo, se ha modificado la Ley que regulaba el nombramiento del Presidente de Radio Televisión Española. Se ha despedido a 1200 trabajadores de Canal 9. Se ha aprobado un proyecto de Ley que permite a las Autonomías privatizar sus televisiones públicas. Y se han realizado sangrantes recortes presupuestarios, sin mencionar los conocidos impagos por parte del anterior Gobierno del Principado de Asturias a RTPA, que ya se están dirimiendo en los Tribunales y amenazan con hundir la cadena y con ella a decenas de empresas.
Por otra parte, la muy deficiente gestión de algunas televisiones por parte de sus responsables ha llevado a la quiebra técnica y -lo que es peor- al descrédito de estas instituciones. La ciudadanía ha perdido la confianza en los medios de comunicación públicos y ha olvidado que son una herramienta útil a su servicio.
Prioridades
Ante una situación de crisis como la actual, es fundamental fijar prioridades, de modo que se pueda distinguir lo prescindible de lo imprescindible y así reorientar las políticas. Las televisiones públicas son imprescindibles para garantizar la participación ciudadana en la gestión pública. Si se pierden las televisiones públicas, se pierde la Soberanía popular. Su programación puede ser objeto de variaciones -parte de ella será prescindible-, pero una televisión pública siempre tendrá que atender al mandato que la legitima. A tal objeto, proponemos:
- Que se mantenga la titularidad pública de todas las televisiones públicas.
- Que se ajuste su dimensión en función del tamaño de la población a la que presten servicio. Esto podría implicar un recorte en las horas de emisión.
- Que los contenidos primen la información -en sus múltiples géneros: noticia, reportaje, crónica, documental…- y la formación, en detrimento de contenidos de entretenimiento (series, reality shows, eventos deportivos…)
- Que los contenidos sean producidos por la propia plantilla de la televisión, o por empresas de su área de influencia, con especial presencia de las pequeñas y medianas.
- Que se potencie la colaboración entre distintas televisiones con el fin de compartir contenidos que tengan interés fuera de sus respectivas áreas de influencia. Esto se traduce en una eficaz reestructuración de la Federación de Organismos de Radio Televisión Autonómicos (FORTA).
- Que se modifiquen los Estatutos de las televisiones públicas de modo que sus Consejos de Administración no estén compuestos por políticos, sino por notables procedentes de las Universidades y por periodistas de reconocido prestigio que garanticen la independencia del medio.
- Que se pulse la opinión de los trabajadores de las distintas cadenas y se implementen mejoras propuestas por ellos.
- Que se modifique la legislación de Derechos de Autor en un sentido que permita y promueva la utilización por parte de los ciudadanos de los fondos documentales de las televisiones públicas.
- Que la gestión de las televisiones esté permanentemente sometida a auditorías externas, de modo que se garantice la transparencia en la contratación y la eficiencia de las inversiones.
- Que se depuren responsabilidades por vía penal de las gestiones anteriores.
Todo lo anterior se ha dicho en referencia exclusiva a las televisiones públicas y no aspira más que a ser un análisis somero de la situación y una propuesta de mejora. Si quisiera hacerse hincapié en el estado actual del periodismo en España, habría que hablar sobre la transparencia -la opacidad- de la Administración, sobre el despotismo de algunos dirigentes (que celebran ruedas de prensa en las que no se admiten preguntas), sobre la precaria situación laboral de los trabajadores, sobre el intrusismo laboral y sobre otras mil cuestiones que exceden los límites de este editorial y que pueden leerse en manifiestos de las Asociaciones de Periodistas, o de Reporteros Sin Fronteras. Y es que, del mismo modo que el ciudadano tiene derecho a ser informado, también tiene el deber de informarse.
Golpe de mano
Tras la denominada «masacre de Toulouse», en la que -supuestamente- Mohamed Merah, un «terrorista» francés de origen argelino, asesinó a siete personas, el Presidente francés, Nicolas Sarkozy anunciaba el endurecimiento del Código Penal para permitir que los usuarios habituales de páginas web filoterroristas sean condenados. La medida es equivalente a la ley francesa que castiga con multas de hasta 30.000 euros y dos años de cárcel a usuarios de sitios web que alojen pornografía infantil.
El momento elegido para anunciar la medida no es casual: una reforma de esa envergadura exige que los motivos sean proporcionales. Pensemos que, para que el Estado conozca el número de veces que un usuario ha visitado cierta página web, éste debe «monitorizar» la actividad de los ciudadanos en la Red. Los instrumentos para hacerlo serán unos u otros, pero el resultado es que nuestra actividad online será objeto de seguimiento. Y ¿quién no está dispuesto a ceder un poco de privacidad, si con ello se evitan asesinatos en masa?
El pasado domingo, el Sunday Times anunciaba que Gran Bretaña aprobará una ley que permitirá «monitorizar» en tiempo real las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes en redes sociales y las visitas a páginas web de todos los usuarios de Internet, con el fin de evitar delitos. Google, sin ir más lejos, se ha escandalizado ante la medida, por lo que implica de ataque a la intimidad.
Y es que, técnicamente, resulta posible hacer estas cosas. No piensen que para ello se precisa una legión de espías conectados a nuestras líneas telefónicas: basta con algunas aplicaciones informáticas. Gmail, por ejemplo, analiza los contenidos de nuestros correos electrónicos y nos ofrece automáticamente publicidad relacionada con ellos. De ahí a establecer un sistema policial de vigilancia, en función del contenido de nuestros mensajes, hay un solo paso: el legal.
En España aún no se han implantado medidas equivalentes, aunque se está avanzando en ese sentido. La Ley Sinde no penaliza al usuario de páginas web delictivas, pero lo que sí hace es culpar a los propietarios de páginas web del contenido enlazado con ellas. Es decir que, si en uno de nuestros artículos, por ejemplo, enlazamos un vídeo que pueda considerarse ilegal -porque incumpla los derechos de autor, porque difame a alguien, porque haga apología de la violencia, o por cualquier otro motivo-, estaríamos incurriendo en un delito, aunque ese vídeo no haya sido producido, ni alojado, ni subido a Internet por nosotros, y aunque no estemos de acuerdo con su contenido y lo incluyamos como mera cita.
Tener «mano izquierda» significa poseer la habilidad o astucia para resolver situaciones difíciles. Sarkozy ha demostrado mucha «mano izquierda» en tanto en cuanto frente a una crisis nacional, como la masacre de Toulouse, ha conseguido no sólo no pagar el precio político de la supuesta «liquidación» de Merah (se decía que podría tener un pasado en el servicio secreto), sino también aprobar una ley que nos llevará a la cárcel por visitar páginas web ilegales, es decir, por descargar películas pirata. En términos militares, a esto se le llama un «golpe de mano».
La sauna
(Sobre la huelga general del 29 de marzo, las elecciones asturianas del 25, el movimiento 15M, Garzón, las políticas vigentes, Dios, el mundo, el hombre… Es decir, sobre fenómenos metafísicos).
El pueblo está crispado. El mejor indicador es la cháchara que se mantiene en esos lugares semipúblicos donde la gente se reúne durante un rato para hacer algo. Las peluquerías son el ejemplo clásico, pero hay otro ejemplo mejor y mucho más poético: las saunas. Aunque las «instrucciones para un correcto uso de la sauna» recomiendan no hablar en su interior -porque se cargan las vías respiratorias- es raro que los usuarios guarden silencio; y por algo será.
Nos referimos aquí a las saunas municipales -a esas que son casi gratuitas- y no a las opulentas saunas de balnearios, spa y talasocentros, que son muy diferentes, no porque haga más calor en su interior -que no lo hace: 90 grados en las municipales es una buena cota-, sino porque el visitante allí es ocasional. En las saunas municipales, en cambio, los usuarios somos habituales, nos conocemos, aunque sea de vista. Y qué vista.
Como en Roma, hace un par de milenios, las conversaciones en las saunas, entre hombres libres, versan eminentemente sobre deportes (gladiadores-futbolistas), y sobre eso a lo que entonces se llamaba la Res Publica, es decir, «la cosa pública», el Estado. Que si el Sporting, que si crisis, que si desempleo, que si corrupción, que mira Urdangarín -y mira la infanta, que se va de rositas-, y mira el Barça, que eso no se hace, y más recortes, y más corrupción (casos hay de sobra) y Garzón y la cama que le han preparado y ¿te acuerdas de Manolo?, pues le han echado a la calle, con 50 años, tres hijos y la hipoteca, y vamos a tener que emigrar, dígotelo yo, mira mi hijo, en Alemania está.
Como se verá, la cosa no ha cambiado mucho desde aquellos tiempos precristianos: estamos de acuerdo en el sudor y en los apuros, pero de poco sirve. Por mucho que sudemos, seguimos envejeciendo y por mucho que nos apuremos, la cosa pública sigue apretando. Y ahoga, sí.
La impotencia reina en la sauna, también cuando se habla de estos temas. Es igual que cuando se habla de los elementos, de la lluvia, de la nieve, del calor que hace aquí, joder, uno no espera resolverlos, por mucho que proteste. Son milenios de lamentaciones vanas y ya vamos aprendiendo. El próximo día 29, por ejemplo, la huelga general ha sido convocada. No servirá para nada, los de la sauna lo sabemos. Saldremos con buenas intenciones, con pancartas, con razón, nos harán fotos, vídeos para la tele -a ver si me veo-, y al día siguiente, todo igual. Da lo mismo que nos manifestemos, que acampemos en la plaza de la Escandalera, que votemos a unos u otros, en blanco, que no votemos, o que nos partamos el lomo a trabajar; que estudiemos dos carreras (tres idiomas y un Master), que aceptemos sueldos miserables… da igual, no importa. De nada vale.
Por ejemplo, tenemos este libro. Ha sido redactado por economistas, politólogos -por expertos, vaya-, y propone cambios concretos que se podrían adoptar -que se deberían adoptar- para superar la crisis y mejorar la vida de la población. No habla de recortes, ni de despidos, sino más bien de responsabilidades y de estructuras. Pues bien, este libro, esta propuesta pacífica y bien fundada, no sirve para nada. Valdría más publicarlo en edición impresa, en tabloide a poder ser, y buzonearlo. Así, a lo mejor conseguíamos que el mandamás de turno, en su momento de mayor inspiración (y no daremos más detalles al respecto), echara un vistazo a las propuestas de estos sesudos compatriotas y las asimilara como propias. Ni ley Sinde, ni SOPA, ni SGAE: seguro que los autores del manual estarían encantados de ser plagiados, con tal de que alguien se decidiera a arreglar el entuerto.
Estaba cerrada, el domingo pasado, la sauna. Decía el cartel que por problemas técnicos. Esperemos que los recortes no lleguen hasta ahí, porque -ojo- nunca se sabe de lo que es capaz uno cuando le despojan del pequeño espacio en el que habita, aunque sea eventualmente y con un puñado de -no menos eventuales- amigos sudorosos. Acabarían por llamar a los antidisturbios valencianos que, con esos, cualquiera dice nada.
Gestión, guillotina
La diferencia entre una buena gestión y una mala son los resultados.
Desempleo y crisis
Con más del 20% de su población activa en paro -y creciendo-, España encuentra en el desempleo su problema más grave y más urgente. Es necesario resolverlo ya.
No ya sólo porque la situación de las familias es crítica -al borde de la bancarrota-, sino porque los impuestos que sostienen al Estado -los impuestos que se usan para pagar las pensiones y los subsidios por desempleo- provienen de los trabajadores. La fórmula es fácil: más trabajadores = más dinero recaudado.
Si cada vez menos gente «mete dinero en la hucha» y más lo saca, la situación se vuelve insostenible. Y esto es de cajón.
Arcas vacías
El político que en 2011 haya llegado -recién elegido- a su despacho en el Ayuntamiento, en la Consejería, o en el Ministerio, y haya encontrado las arcas vacías, se habrá echado las manos a la cabeza. ¿Qué hago yo ahora? -se habrá preguntado-. ¿Cómo salgo de ésta?
Si el político en cuestión es medianamente inteligente, se preguntará: «¿De dónde proviene el dinero que llena mis arcas?» La respuesta es clara: «De los impuestos que pagan los trabajadores». «¿Y qué hago yo para ingresar más dinero?». ¡Pues conseguir más trabajadores!
Gestionar
El político inteligente se pondría, entonces, manos a la obra. Las prioridades son obvias. Primero, conseguir que todos los empleados mantengan su empleo. Segundo, emplear a los desempleados.
Estas medidas, unidas a algunas modificaciones fiscales, como por ejemplo igualar los impuestos que paga la población activa (alrededor del 40% del salario) a los impuestos que pagan los que viven de los rendimientos de su dinero (alrededor del 20% de los rendimientos), aumentarían la recaudación y «llenarían la hucha».
Guillotinar
Un político con pocas luces no haría lo que acabamos de describir. Asustado, pensaría: «si tengo poco dinero en la hucha, voy a ahorrar todo lo que pueda». Y se pondría a recortar gastos, olvidando de dónde provienen sus ingresos. «¿Necesito investigación científica?» -se diría-. «No es momento de investigar, recortaré en investigación». «¿Necesito arreglar las carreteras? No es buen momento, recortaré en obras públicas». Y así seguiría, con los museos, los colegios, los hospitales…
A cada paso de su camino, este político reduciría -junto con sus gastos- decenas, centenares de puestos de trabajo. Y por tanto, reduciría sus fuentes de ingresos. Y cada vez tendría que recortar más… «¿Necesito agua?»… «¿Necesito patatas?»…
Un ejemplo
Esta mañana, los trabajadores de la Unidad de Gestión del Parque Tecnológico de Asturias anunciaban el cierre de dicha Unidad a partir del 1 de febrero de 2012, y su consiguiente despido. Estos trabajadores se encargan de fomentar la relación entre las empresas e instituciones del Parque, con otras empresas e instituciones. Se dedican a labores de promoción regional, nacional e internacional, organizan actividades formativas, encuentros, conferencias… Son unos excelentes trabajadores, capaces de conseguir mucho con muy poco, capaces de implicar a diversas empresas en objetivos comunes y sus resultados, con los datos en la mano, son óptimos.
La Unidad de Gestión del Parque, en suma, genera mucha riqueza.
Con su cierre, no sólo se envía a dos personas a engrosar la lista de desempleados -con las consecuencias que ello entraña para sus familias y para el erario público-, sino que además se pierde un elemento vital para otras muchas empresas -muchos trabajadores-, que se verán directa o indirectamente afectadas.
Y es que ya nos lo enseñó la Revolución Francesa: la guillotina, mal dirigida, no es una buena herramienta de gestión.
Respeto
Imaginemos que a un director de Cine -Almodóvar, Bollaín, Kubrick, cualquiera- una productora le encarga hacer una película, sobre un tema en concreto. Esta productora le proporciona los fondos necesarios, los contactos necesarios y la libertad necesaria para que, sin apartarse del tema, el director elija el tratamiento más adecuado.
Imaginemos a este director aceptando el reto. Reúne a su equipo y se encomienda a la realización de la película. Como buen creador, en todo momento tiene una idea en mente de cómo le gustaría que fuera la obra y se aproxima a ella paso a paso, en esa búsqueda tan frecuente y característica en el Arte.
Imaginemos que ese director -Bergman, Antonioni, cualquiera- se propone realizar una película de una hora y media de duración y para esa hora y media, rueda más de veinte horas de material en bruto. Cuando se disponga a montar la película, tendrá que descartar un 93 por ciento de lo rodado. Sólo él sabrá qué descartar, porque sólo él sabe qué busca.
Imaginemos a este director al concluir el rodaje: satisfecho por su trabajo, mucho más cerca de su objetivo y con una idea precisa de aquello que quiere conservar y de aquello que quiere descartar. Sabe que ha conseguido reunir todos los elementos y que sólo falta ensamblarlos.
Imaginemos que, llegados a este punto, se producen algunos cambios en la productora, ajenos por completo a Amenábar, Hitchcock -cualquiera- y se toma la decisión de prescindir del director y de todo su equipo.
Imaginemos que la productora posee los derechos sobre el material rodado y que desea seguir adelante con el proyecto, sin el director, para lo que contrata a un editor/montador que nada sabe de la película y recién egresado de la escuela. O peor, un editor que ni siquiera ha ido a la escuela.
Imaginemos a ese montador inexperto eligiendo, de entre las tomas rodadas por Spielberg, Wenders -cualquiera-, sus preferidas. Imaginemos que decide, en lugar de montar una película, montar cinco o seis cortometrajes, a su antojo. Imaginemos el resultado. Imaginemos la cara del director al ver el resultado.
Imaginemos que, en lugar de una película, se trata de un documental. Y que, en lugar de tratarse de Julio Medem, Scorsese, o Lars Von Trier, se trata de nosotros.
En mayo de este año, grabamos 18 horas de entrevistas, imágenes y sonidos para un documental que nos fue encargado. Acabamos de ser testigos de la publicación de fragmentos mal escogidos y peor editados de ese material. Al menos, el editor ha tenido la delicadeza de no citar nuestros nombres en la obra final.
Tu quoque, fili mi
«También tú, hijo mío». Éstas fueron las últimas palabras de Julio César, dirigidas a Bruto, justamente antes de morir apuñalado a sus manos y a las de otros senadores que reivindicaban la República.
Ayer, una noticia coronaba todas las portadas de los diarios. Urdangarín, imputado por corrupción.
«También tú, hijo mío»…
Marco Junio Bruto, algunos años antes, había sido perdonado por César (por motivos que no vienen al caso), nombrado Gobernador de la Galia y nominado para Pretor. Su traición hacia él, hacia su Rey, hacia su padre casi (la madre de Bruto era la amante de César), ha quedado grabada en las páginas de la Historia como el paradigma de la bellaquería. Y no es para menos.
Precisamente ahora
Las arcas públicas están vacías. Una tasa de desempleo del 20 por ciento (cinco millones de parados) es suficiente para hacer tambalearse a cualquier país. La deuda española crece y cabe la posibilidad de que no podamos afrontarla. La gran mayoría de la población subsiste con sueldos que apenas cubren sus necesidades básicas y los políticos anuncian y aplican recortes en prácticamente todos los servicios públicos: Sanidad, Educación, Servicios Sociales… Los funcionarios han sufrido rebajas en sus salarios; no hay trimestre sin ERE; y sectores económicos completos han asistido a su propio derrumbe. La fuga de cerebros ya no es «fuga», sino «estampida». Así que la situación, en suma, no podría ser peor.
También tú
Y los casos de corrupción inundan las páginas de los periódicos. De hecho, ya apenas queda sitio en el mapa de España de la corrupción. Se trata de una práctica tan habitual que nadie parece extrañarse.
Queda, al menos, la sensación de que los jueces están haciendo bien su trabajo, que actúan con independencia y rigor, independientemente del puesto que ocupe el corrupto en cuestión. No obstante, igual que sucede con las cucarachas, por cada corrupto que sale a la luz, cientos aguardan en la sombra. Robando a manos llenas, sin ser vistos, a cara de perro.
Hijo mío
Pero Urdangarín… Urdangarín no, por favor. Que robe el yerno del Rey no tiene perdón. Si la figura de la Monarquía ya sólo tiene valor testimonial -simbólico- porque la Familia Real ni gobierna, ni legisla, ni juzga, lo mínimo que se puede pedir es que no robe. A España le cuesta aproximadamente ocho millones y medio de euros al año mantener este símbolo y los paisanos hacemos la vista gorda todo lo que podemos. Porque sí, porque nos interesa que la Familia Real sea tan pulcra y perfecta como a todos nos gustaría ser. Porque ha de ser la familia que esté más cerca de Dios -de la pureza- y la Patria que encarna no puede -no debe- ser menos sagrada.
Bruto acabó suicidándose. Al estilo de Áyax, el héroe griego que -por engaño de los dioses- asesinó a sus prójimos: se lanzó contra su propia espada. Aunque el mal, por mucho honor que entrañara ese gesto, ya estaba hecho.