Weiwei es guay
Pues sí, Weiwei es guay, pero no «un guay» de esos que no llegan a «chachi», sino un enrollado –«guay» a secas-, un tío guay, alguien que no necesita que los demás le llamen guay para ser guay, vaya.
Tampoco necesita mucha presentación, este Weiwei, porque sus obras se han expuesto en las más importantes salas de Arte del mundo pero, por si algún despistado no lo conoce, diremos que se trata de un «artivista» chino, es decir, un tipo que tiene más de activista político que de artista, y que canaliza su creatividad -que es mucha- hacia un movimiento social libertario, en China y no sólo.
Ha estado en la cárcel, Weiwei. Ha padecido los abusos de las autoridades. Ha sido golpeado y vejado. Pero cuanto más se le intenta silenciar, mayor repercusión adquieren sus palabras. Lo que viene siendo un mártir, de toda la vida.
Never Sorry
Es el título del documental dirigido por Alison Clayman en 2012 a propósito de este polémico chino. Se trata de un documental correcto, que profundiza, a través de un seguimiento cotidiano y exhaustivo (que el propio Weiwei propicia mediante un despliegue continuo de camarógrafos), en la figura del autor de obras como ésta:
Arte
Y al final, uno se vuelve a preguntar, por enésima vez, qué es el Arte. En una sociedad de la censura, del mercado, del arte-por-dinero, del arte-como-medio, ¿el artista es aquél que consigue alzar lo suficiente su voz para incomodar al Estado? ¿Aunque no cante bien? (y no, Weiwei no canta nada bien).
Hay mucho Twitter en la creación artística de Weiwei, mucho Twitter como soporte. Y mucha improvisación. ¿Pero soporte de qué? ¿De otro panfleto más? ¿De reivindicaciones políticas? ¿Eso es Arte? ¿Cualquier cosa que se le ocurra publicar a Weiwei desde el sofá de su casa será Arte?
Política
Y uno termina concluyendo que lo que sucede es que, a nivel político, a nivel mundial, hay tanta necesidad de una voz lo suficientemente libre, lo suficientemente honrada y lo suficientemente potente para alzarse contra un sistema socioeconómico que se nos cae, que cuando aparece alguien así, lo llamamos «artista», lo llamamos «santo», o lo que haga falta, con tal de que se quede.
Como en Turquía, donde la expresión artística de un coreógrafo -de alguien que se dedica a la danza- ha sido guardar silencio, y permanecer inmóvil, en público, solo, ante la bandera.
Damas y caballeros de Nueva York
Más que ninguna brilla, contra el cielo todavía pálido, su fantástica cimera, alta y puntiaguda, engastada de espejos como una tiara robada al mismísimo emperador de la China. Refulgen al amanecer las águilas de plata que adornan los hombros del gentil caballero vestido de blanco, eternamente joven. No, no se trata de Lohengrin. Se le adivina más listo, simpático y hasta travieso para hablar a las damas aunque doliente cuando toma su laúd y canta, tan alegre en la francachela como al formar en la batalla…
Otros cien guerreros en pie como cien torres guardan la ciudad acostada en la sombra y la salida del sol arranca destellos irisados de sus labradas defensas, del oro y la plata, de las perlas y cristales de sus ricos ropajes. Se encienden al rojo vivo las lisas corazas y concitan rayos amenazadores los filos y puntas de las armas.
Hay alguien que destaca en medio de todos: alto y robusto, no adorna su austero atavío sino con un casco acabado en punta, como el del Káiser. Vigila serio los cuatro vientos desde el centro de la ciudad, recorre con la mirada las islas vecinas y la tierra firme, el horizonte proceloso de las movedizas olas. Reconoce uno a uno a sus valientes en los puestos asignados.
Varias generaciones nutren las filas de los defensores y, cuando alguno desfallece por la edad, ya se están incorporando dos o tres, recién armados. Por eso encontramos entre ellos todavía, escrutando los cielos y lejanías, viejos caballeros de caladas celadas góticas, filigranas verdosas al cabo de los años, hombres flacos pero aún firmes, envueltos en sus anticuados ropajes prolijos en bordados.
A su lado otros veteranos pletóricos de vigor, los compañeros de armas del soberano, imponentes en sus lisas armaduras tachonadas aquí y allá de geométricos remaches dorados. Hay uno tan recto, tan estirado, tan exagerado en su rigidez, que despliega tras de sí el rectángulo almidonado de su capa wagneriana, como si el viento hubiera de agotarse.
Pero los más numerosos son algo más jóvenes y exhiben sus ágiles cuerpos en curiosas escafandras de cristal, siempre con la espada-láser prevenida.
Los más se agrupan cerca del emperador, atentos desde una respetuosa distancia, en la parte central de la ciudad,
pero otro nutrido grupo se adelanta en apretada batalla a la punta que enfrenta el mar, que es como el castillo de proa de este alargado reino en forma de nave, protegido por las aguas que lo rodean, que solo de ellas recela un ataque y acaso de los vientos que la envuelven.
Últimamente viene creciendo tanto el número de caballeros que parece que quieran cercar la isla entera. Los más nuevos no saben ya cómo distinguirse por la novedad de sus arreos y se da en ellos abigarrada mezcla de quienes se acorazan en cristales oscuros, quienes emulan pétreas reciedumbres de antaño, quien se estira cual junco de metal o quien luce en el sombrero una larga pluma que cambia de color, ora verde ora encarnada.
Tantos van siendo que parece que llegará el día en que no dejen espacio para otros estamentos que son necesarios al sustento. Según va escalando el sol empiezan a distinguirse otros numerosísimos habitantes que se aprietan y azacanan entre las piernas de los anteriores, y su variedad no es menor que entre los nobles. Los más fáciles de ver son algunos ricos burgueses, tan gruesos y remontados como para hacer sombra a algunos de los más antiguos caballeros.
Pero la mayoría se sujeta al decoro que le cumple y guarda las formas en medio de la prosperidad general, alineándose en largas avenidas.
En las calles que hay entre éstas y en barrios enteros de la ciudad predomina una muchedumbre de menestrales tan baja que, hasta bien avanzada la mañana, apenas si la alcanza el sol y deja ver sus pobres y gastados atavíos.
Pero entonces es cuando reparamos en las grandes damas. Recostadas en el centro de aquella corte, el mediodía es el mejor momento para hallarlas luciendo, blancas y altivas, sus perfiles de diosa, realzados por aquella moda antigua que, sin restarles majestad, descubre la perfecta redondez de sus hombros y otras redondeces. Severos son los ornamentos de sus vestidos. Los pliegues caen a veces sueltos, rectos, pero otras se arrugan y siguen las tersas curvas de mármol tendidas en amplísimos lechos.
Si a los caballeros les miramos de lejos, como a estatuas, las damas nos atraen junto a ellas, como a colarnos entre los arcos que ondulan los bordes de sus peplos. Queremos recorrer esos grandes cuerpos relajados, acogernos bajo la maternal amplitud de sus bóvedas, encerrarnos en su seno polícromo.
Es cierto que hay otras, muy religiosas, vestidas a la manera gótica, como corresponde, pero ni siquiera los altos capirotes de dama medieval desmienten su hospitalaria horizontalidad.
Y es que no hay más que una mujer que esté de pie, una sola, fanática, adelantada con su antorcha dentro del mar como la más temeraria torre albarrana.
Dama extraña de duro ceño, más varona en sus rasgos que aquel blanco caballero de la alta cimera, porque él todavía conserva un fino rostro de muchacha, aunque la mirada la tiene ya de hombre.
Miguel Etayo
Desnudarse. Resucitar
Si «Pina» no te emociona, eres una piedra.
No estamos ante un documental cualquiera. Ni siquiera es un documental propiamente dicho, o uno de esos documentales a los que estamos acostumbrados. «Pina» es, ante todo, un homenaje al talento, al esfuerzo -a la dedicación-, a la honestidad y -cómo no- a la danza.
Ah, y a Pina Bausch.
Wim Wenders
Es un perfeccionista. Sus obras no son precisamente oropel, ni efecto o artificio. Sus obras son sencillas, puras, hechas para durar. Y son así porque tiene cosas que decir.
Para cualquiera que se dedique, de un modo u otro, al arte -a la creación-, o para cualquier amante del cine como tal, las películas de Wim Wenders suponen un referente inapreciable, un aliento limpio en mitad de un mundo sometido a la fórmula. Porque la fórmula está bien (la peli de tiros, la de besos, la de miedo, el documental de animalitos…) pero cansa. Y entonces uno busca algo nuevo, algo bueno, algo que diga algo.
Y ahí aparece Wenders, con «El cielo sobre Berlín», con su «Lisbon Story», con «The soul of a man», con «Buena Vista Social Club«… Con cada una de sus obras distinta de las anteriores. Y diciendo ¡tantas cosas! Tantas cosas que estaban por decir…
Y Pina Bausch
Por si no la conocíais, es probablemente la coreógrafa más influyente del siglo XX. El homenaje de Wenders debería bastar para afirmarlo.
Influencia… ¿A qué se debe esa influencia? ¿En qué se basa? ¿Es una cuestión de fama mercadotécnica? ¿O es que hay ciertas personas que de verdad influyen en los artistas de su tiempo, en los venideros, en quienes contemplan sus obras -en sus ideas y perspectivas- en las sociedades y, al fin, en las culturas?
Cuando veáis el documental, percibiréis el profundo amor, la sincera admiración y la infinita gratitud que sus alumnos -¡sus discípulos!- le profesan. Ella les descubrió, a todos y a cada uno, algo esencial que ellos no habían percibido. Ella les enseñó a desnudarse, en primer lugar, ante sí mismos y -después- ante el público, de modo que cada gesto, cada expresión, cada movimiento se convierte en algo puro, en un mensaje que mana del yo y se dirige a otro yo. En un aullido sin máscara. En un cuerpo inocente y desnudo.
Y este yo de aquí que soy yo
Recibe tanta fuerza de esos bailarines que no puede quedarse impávido. Este yo que observa -ese tú- se quiebra en ocasiones, se resquebraja y surge entonces el nuevo yo desnudo; el honesto.
La danza es sorprendente, después de «Pina». La danza es eso que hacemos delante del espejo al despertar por la mañana; es eso que hacemos al acostarnos y es eso que dejamos de hacer cuando morimos. Después de «Pina».
Pina, por su parte, tan humilde, tan pequeña como se sentía, después de morir, sigue bailando; en todos nosotros.
«Dance, dance… Otherwise we are lost». («Danzad, danzad… O estamos perdidos) Pina Bausch
Becas para artistas
Si tienes un proyecto artístico, eres español (o vives en España) y has nacido después del año 1971, ahora puedes beneficiarte de las becas por valor de 10.000 euros que convoca LABoral Centro de Arte, con el patrocinio de DKV Seguros y Álvarez Margaride.
Los proyectos deben presentarse en LABoral antes del 1 de marzo. El ganador obtendrá una residencia artística con una duración máxima de dos meses (entre abril y junio de 2013) durante los cuales dispondrá de alojamiento, de un espacio de trabajo y de todos los recursos técnicos y humanos del Centro de Arte.
El arte, un legado común europeo
“Cada vez que las facultades humanas alcanzan su plenitud, necesariamente se expresan mediante el arte.”
John Ruskin
Corren tiempos difíciles para Europa, la crisis económica afecta a todos los aspectos de nuestra vida, incluso a nuestros valores y a nuestra cultura ¿Está en juego la identidad de Europa?
Reflexionemos sobre cómo el arte, la cultura, contribuyó a definir la identidad de todo un continente. Los artistas e intelectuales supieron traspasar fronteras y además consiguieron ejercer una gran influencia y la ejercen todavía.
La pluralidad de naciones que hoy forman la comunidad europea son resultado de un largo proceso histórico, un sacrificio plagado de enfrentamientos y acercamientos, a veces con un nivel de destrucción sin precedentes. Hoy las diferencias siguen estando presentes.
Cuando citamos el nombre de Europa, rápidamente lo asociamos con el ideal de cultura. Más concretamente en las artes, la creatividad europea ejerció un verdadero dominio. Su papel ha sido fundamental y tuvo un punto de partida: las ciudades del norte de Italia y los Países Bajos. Las ciudades experimentaron un gran desarrollo, las comunidades se dedicaron a enriquecerse con el comercio y la industria y a la par se dedicaron al desarrollo intelectual.
Ésta era la clave de su dinamismo, la capacidad para ejercer dominio, son verdaderos centros de civilización, siempre partiendo del mundo clásico. El mundo antiguo proyectándose en el mundo moderno.
La ciudad se convirtió en un espacio para el desarrollo intelectual, imprimiendo un carácter universalista. En la urbe estarán las mayores oportunidades para intelectuales y artistas. Las nuevas clases sociales desarrollaron el humanismo, protagonizaron la evolución científica, pero también la representatividad y el carácter liberal que no solo se trasladará al mundo artístico, sino también al mundo sociopolítico.
El Renacimiento está en las raíces de Europa. Basándose en el retorno a la Antigüedad, nos preparaba para el futuro. Se gestaron los ideales propios de la modernidad, el individuo se concebirá como un ciudadano, consciente, sujeto político, como centro del universo, con nuevos valores, con un gran espíritu aventurero, emprendedor y creador. El nuevo ciudadano europeo se convertirá en el protagonista de la historia, un sujeto activo, dinámico, que se convertirá en espectador del mundo que le rodea.
El hombre y el artista se hicieron viajeros, contemplando el verdadero espectáculo de la naturaleza.
Europa sabrá transmitir a la humanidad esa idea de las artes como patrimonio de cultura, como espacio para el enriquecimiento de los individuos. La visión, el desarrollo de la mente y del oído lograron el enriquecimiento de las artes, incluidas la literatura y la música.
¿El arte? El arte nos sigue iluminando y descubriéndonos los signos, los mensajes, a veces invisibles de una realidad que nos rodea. Nos ha dado una patria común en la que vivir para poder gozar. No podemos dudar que ha tenido un papel en la construcción de Europa, pero tiene que ser dentro de un marco unitario, crítico, abierto a las diferencias, permitiéndonos conocer el pasado, para vivir el presente y caminar hacia el futuro. Un patrimonio común que puede renovar nuestro espíritu y hacer de nuestra vida algo mejor.
Europa es la conjunción de múltiples culturas, es la definición de hoy; los más modernos acuden al clasicismo constantemente, artistas como Miguel Ángel o Cézanne nos transmiten un verdadero espíritu unificador. Picasso y sus Meninas velazqueñas. Warhol y Hopper son verdaderos renacentistas.
Sin la pintura italiana o flamenca ¿hubiera sido posible la pintura española? Los pintores solo tienen una patria: la pintura y el gusto.
La creación de los museos en Europa generó espacios donde se intercambian ideas, donde podemos apreciar las diferentes formas generadas por los artistas. El Louvre o el Prado son grandes depósitos de la sabiduría europea, son instituciones internacionales que permiten admirar la grandeza de un artista como Velázquez, sea en Nueva York o en Pekín.
Europa es Europa desde que optó por la comunicación y la información, es un conjunto de concomitancias fruto de los siglos de acercamiento y alejamiento. Siempre está corrigiéndose a sí misma y pretende hacerlo con los demás. La cultura, el arte, han conformado Europa, sus glorias, sus miserias, lo sublime y lo ridículo, y su aburguesamiento.
Hoy los políticos intentan reconstruir Europa, pero olvidan la originalidad y atienden más a la oficialidad y a lo económico, se equivocan.
Ya no hay genialidad, el arte como expresión del continente ha entrado en crisis. Lo que hace un artista español lo está repitiendo un sueco exactamente igual.
Europa se tiene que reinventar, no se debe plagiar, se debe glorificar, Europa debe buscar la perfección, sin arredrarse; debe seguir buscándose a sí misma.
Es cierto que hoy nos domina la globalización, el lenguaje universal de las redes informáticas. Esta revolución ha permitido hacer cualquier cosa, es un emblema de poder, verdadero signo de la mentalidad del poder de un país, esto es la globalización y Europa debe engancharse. Mientras el arte chino se ha convertido en novedoso y lleno de frescura, la influencia del mundo occidental es clara y patente.
“Somos europeos porque es la única manera sensata e inspirada de ser hombre”
Piel de colores
Hasta el próximo día 7 de enero podremos asistir a la exposición fotográfica «Piel de colores» que organiza el colectivo Foto-Cine Asemeya de Gijón y que aborda el tatuaje como elemento característico de la sociedad contemporánea.
Alojada en el Centro Municipal Integrado Ateneo de La Calzada (Gijón), la exposición reivindica un estatuto artístico para el hábito de tatuarse, tradicionalmente asociado a colectivos deprivados.
En el Principito mora Cristo
En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos, y el que por mí recibiere a un niño como éste, a mí me recibe… (Mateo – 18, 3-5)
1.
En su célebre artículo, “La dolce vita: per me è un film cattolico”, Pasolini establece, al margen de la relación -impregnada por la Gracia- entre pecado e inocencia, el carácter de cristiana felicidad que vigoriza atmósfera, circunstancias y personajes. “Non c´è nessuno di questi personaggi che non risulti puro e vitale, presentato sempre in un suo momento di energía quasi sacra… vitale è ognuno… tutti i personaggi siano così pieni di felicità di essere… fenomeni carichi di vitalità…” Tanto es así pues que cabría hablar, más que de catolicismo, de cristianismo e incluso de religión sin adjetivos y con mayúscula, de sacralidad de la existencia, de amor puro en definitiva. “Bisogna davvero possedere una miniera inesauribile d´amore… Fellini è colmo di tale amore indifferenziato e indifferenzante…”
Bajo la égida del maestro, atrevámonos a interpretar en clave cristiana la adaptación teatral y el montaje que de la más conocida y popular obra de Saint-Exupéry ha llevado a cabo y dirigido Roberto Ciulli, asistido por Andrea Delicado, y que recientemente se interpretó en el madrileño teatro de La Abadía.
En la adaptación en cuestión, el Principito no es un niño venido de otro planeta, sino un anciano de éste, el nuestro, que se apresta a afrontar la muerte y, quizá, lo que venga después, la otra vida… y de ahí la cita del celebérrimo monólogo de Hamlet en labios del viejo: “To die, to sleep… To sleep?” El aviador, por otra parte, es aquí una aviadora y sus contornos no son tan nítidos como en el original, sino un tanto equívocos y en ocasiones incluso desconcertantes, como puedan serlo asimismo los del Principito-anciano; por emplear la terminología pictórica, se trata de unos personajes más ópticos que geométricos, más tonales que perfilados, más incompletos y abiertos en sus formas que acabados o cerrados en unos límites bien marcados. De hecho esta ambigüedad o “incompletud”, este “tonalismo” caracteriza todo el montaje.
Niño y anciano comparten muchos aspectos. Ambos quedan al margen del trabajo y del sistema productivo; ambos son dependientes y heterónomos; ambos quedan sujetos a la vulnerabilidad y al desamparo. Y ambos son incompletos: el primero, el niño, por defecto, podríamos decir; el segundo, el anciano, por exceso, por desgaste. La mayor diferencia -verdad de Pero Grullo- es que el uno empieza y el otro acaba.
En el original, en el arrebato vital que le proporciona su corta edad, el Principito-niño quiere saberlo todo y hallar la respuesta y de ahí que formule tantas preguntas. Por aproximación y multiplicación -se le proporcionarán mil respuestas a sus mil interrogantes-, podrá recomponer quizá, a partir de los fragmentos o teselas, el gran mosaico de la existencia. ¿Quién es realmente la rosa, mi rosa?, ¿Por qué ella?, ¿Qué es amansar (apprivoiser), o sea “crear vínculos”?, ¿Por qué el zorro me escogió a mí y no a otro?, ¿Quién y qué es la serpiente?, ¿A qué móviles responden y obedecen el rey, el hombre de negocios, el engreído, el borracho, etc.?, ¿Qué es la amistad?, ¿Qué es el amor? Y qué la muerte. El Principito va en pos del sentido de la existencia. Anhela algo, siente un vacío. El alma no descansa mientras no encuentra a Dios, dirá San Agustín.
Este príncipe niño es una transposición de los anhelos, cuitas y aspiraciones del Saint-Exupéry adulto que reviste así de ingenuidad las inquietudes del hombre cuajado y, a través de la ternura que irradia su personaje infantil, ofrece un relato conmovedor y entrañable de las dudas, temores y cuestiones fundamentales que atribulan a la humanidad.
Sí, porque en realidad la infancia estaría tocada por la Gracia: la imaginación no ha sido aún, en el mejor de los casos, encauzada y, en el peor de los casos, completamente vaciada. El niño vive aún en el Edén, ajeno al principio de realidad.
“S´il garde quelque lucidité, il ne peut que se retourner alors vers son enfance qui, pour massacrée qu´elle ait été par le souci de ses dresseurs, ne lui en semble pas moins pleine de charmes. Là, l´absence de toute rigueur connue lui laisse la perspective de plusieurs vies menées à la fois… Les bois sont noirs ou blancs, on ne dormira jamais.”
En la infancia sitúa André Breton el paraíso de la imaginación libre. Y en realidad con la imaginación “cósmica” viajará el Principito en busca de ese talismán y de esa causa primera que le desvelaría el sentido de la existencia.
El viejo se halla, como el niño, por su indefensión física, expuesto a mil y un peligros. El más grande y a la postre inevitable, es el de la muerte, más o menos inminente. El viejo de la adaptación teatral que aquí nos ocupa, interpretado por José Luis Gómez, busca ansiosamente algo a lo que agarrarse antes de dar el mortal paso. Se aferra a la botella y en el alcohol encuentra la única -ficticia- seguridad. Cuando le pide a la aviadora, interpretada por Inma Nieto, que le dibuje un cordero, lo rechazará con disgusto porque, según él, se trata de uno que está muerto y, luego, la misma aviadora , pintándole una caja o jaula donde guardar al corderito, le estará haciendo en realidad un ataúd al propio viejo-Principito.
Antes de morir, el anciano Principito ha de comprender. Y para ello inicia un viaje regresivo. Se va transformando poco a poco en niño pues en ello reside su única posibilidad de salvación y de obtención-recuperación de la Gracia. “Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeñuelos, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi padre, que está en los cielos” (Mateo 18,10).
El evangelista Marcos (10,46-52) es el único, frente a Mateo y Lucas, que nos proporciona el nombre del mendigo ciego al que cura Jesús de Nazaret al abandonar Jericó camino de Jerusalén. Se llama Bartimeo, hijo de Timeo. Nos dice San Agustín que este Bartimeo sufrió una doble desgracia que le truncó la existencia: perder la vista y caer desde una gran prosperidad económica en la miseria, condenándole ambas flébiles circunstancias a la triste condición de pordiosero al borde del camino y a la entrada de la ciudad.
Bartimeo es ahora ciego. Quiere esto decir que ya no ve a Dios; lo vio, pero dejó de verlo. Sin embargo, él es consciente de su ceguera, se reconoce ciego, “ve” su ceguera a pesar de todo, y así siente la necesidad de la luz y espera curarse, no ser ciego para siempre, ver a Dios, salvarse. “Jesús dijo: yo he venido al mundo… para que los que no ven, vean…” (Juan 9,39). “No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos… Porque no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores.” (Mateo, 9, 12-13)
Bartimeo, sabedor de que el Hijo del hombre pasa por el camino, iluminado y exaltado por la esperanza, comienza a gritar “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” y, a pesar de que la multitud intenta hacerlo callar para que no moleste al Maestro, él está ya embalado y consigue atraer la atención de Jesús. Jesús le llama. Bartimeo, entonces, “arrojó su manto” antes de allegarse al Mesías, esto es se desvistió simbólicamente pues sólo desprovisto de todo, desnudo de cuerpo y alma, puede uno encontrar gracia ante el Señor. Así, en el montaje de la Abadía, el Principito-viejo llegará a desnudarse, inscribiéndose en la misma perspectiva que aquí tratamos de explicar y que no es otra que la de San Francisco desnudándose o la de San Juan Bautista haciendo otro tanto en el desierto (piénsese a este propósito en el “San Juan Bautista” de Domenico Veneziano). Declara el filósofo francés Fabrice Hadjadj a propósito del poverello, con motivo del octavo centenario de la fundación de la Orden Franciscana: “(Francisco) pone la existencia al desnudo quitándole las escorias, para volver a la fuente del ser, para ver la propia existencia brotar del seno de Dios.” Calvo Serraller contrapone la percepción del desnudo que se da en los griegos, para quienes es motivo de orgullo, a la que se da en los judíos, que lo consideran vergonzante, propio de esclavos y miserables… que son precisamente los que busca Cristo, los despojados, los desheredados. Abundando en todo ello, citemos al propio Francisco Calvo Serraller: “Cuando San Juan Bautista se va al desierto lo primero que hace es despojarse de sus ropas, y en esto le imitarán muchos otros santos, como Francisco de Asís, que se desnuda y se va al campo a vivir con los animales. Hay una idea de despojamiento, de quitarse precisamente el peso, la gravedad de las vestiduras, para llegar a la “verdad desnuda”…” (Calvo Serraller, “Los géneros de la pintura”, Taurus)
La fe, una vez más, habrá obrado el milagro: Bartimeo recobra la vista (ha visto a Dios y ha creído en Él) y no sólo recobra sino que ensancha hasta lo impensable la riqueza que perdiera antaño, pues la de hogaño es la que le ha proporcionado su encuentro con Cristo, la riqueza incorruptible y espiritual.
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre.” (Lucas 11, 9-10)
En el reciente Sínodo de los Obispos, Benedicto XVI acuñó una certera expresión para referirse a cuantos han visto la luz de la fe de su infancia debilitarse y así se han alejado de Dios y por tanto empobrecido, condenándose a ser “mendigos de la existencia”. Dice Joseph Ratzinger: “… personas que… han perdido una gran riqueza, han caído en la miseria desde una alta dignidad -no económica o de poder terreno, sino cristiana-, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia. Son las numerosas personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir, de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino.”
Es “mendigo de la existencia” el pobre rey solitario que, por caridad, reclama súbditos y suplica que se le obedezca como a soberano. Es “mendigo de la existencia” el vanidoso que, incapaz de dar y recibir con autenticidad, se ve condenado, como un Sísifo empujando la roca del halago y nunca coronando la cima de la satisfacción duradera, a suscitar la aprobación admirada en los demás. Es “mendigo de la existencia” el borracho que “bebe para olvidar… para olvidar que bebe”, reducido a girar por siempre en un círculo infernal. Todos ellos tiritan de frío, indigentes e incompletamente desnudos de amor, y anhelan y buscan, aun desconociéndolo ellos mismos y aun negándoselo, la desnudez plena, cálida, iluminada por la presencia de Dios, la que gozaron en el Paraíso nuestros primeros padres, la que llamea en los cuerpos gloriosos resurrectos, la del bienaventurado (todos esos pecadores, pequeñuelos y sencillos que acogen a Cristo espontánea y naturalmente), gozosamente desnudo en presencia de Dios. No es cuestión baladí, tampoco, el recordar que Cristo fue crucificado desnudo.
“Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción. Se siembra en vileza y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder” (Pablo- 1 Corintios 15, 42-43) “Porque es preciso que lo corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad” (Pablo 1 Corintios 15, 54).
Apostasía. Rey, banquero, engreído, alcohólico… ¿qué han hecho en definitiva sino apostatar, aunque sólo sea tácitamente? Como Bartimeo, vieron y gozaron de riquezas y eso es la infancia; mas luego, con el transcurso del tiempo, se empobrecieron y llegaron a perder la vista, olvidando, negando y renegando de los dones con que gratuitamente fueron obsequiados. El Principito del original, siendo niño como es, ve -al menos todavía- con los ojos del alma y, por tanto, considera lo esencial, con grandísima penetración. Se trata simplemente del secreto que el zorro regala al Principito: “Es bien sencillo: no se ve bien más que con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.” Y escribe Lucas: “… porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños.” (10, 21). Añadamos que, como los de los sesenta y dos, el nombre del Principito también “está escrito en los cielos” (Lucas 10, 20).
¿Y el farolero? Dice Saint-Exupéry en el original que es el menos absurdo de todos pues al menos hace algo por los demás, “sale fuera de sí mismo” podríamos decir, ejerce la caridad que es siempre una aproximación al Salvador pues todos somos hermanos en la sangre de Cristo. “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.” (Mateo 25, 40), de tal manera que haciendo el bien al prójimo, uno ama a Cristo y, a la inversa, quien ama de verdad a Cristo, de manera natural hará el bien a sus prójimos. Se trata en definitiva del célebre “Ama y haz cuanto quieras” agustiniano-paulino.
“Celui-là, se dit le petit prince… serait méprisé par tous les autres, par le roi, par le vaniteux, par le buveur, par le businessman. Cependant c´est le seul qui ne me paraisse pas ridicule. C´est, peut-être, parce qu´il s´occupe d´autre chose que de soi-même.”
En el montaje teatral que nos ocupa los faroles que se encienden y apagan, se expresan mediante cerillas que se frotan y se soplan luego, creando una bella imagen, bien sencilla y cargada de fuerza simbólica, de la brevedad de la existencia. No en vano es el Principito-anciano quien adopta el papel de farolero. Bella es también la cita implícita de “La hora del lobo” de Bergman en que el angustiado pintor Johan Borg (Max Von Sidow) enciende una cerilla ante la desconcertada y desbordada Alma (Liv Ullman) y luego ambos sienten, y palpan casi, lo que es el transcurso de un minuto, casi una silenciosa eternidad. En la adaptación teatral se aúnan en uno solo ambos significados. A pesar de que el teatro, imposibilitado de encuadrar restrictivamente y por tanto de concentrar de manera tan extrema imagen y atención, carecerá siempre de esta fuerza expresiva del cinematógrafo, se alcanza aquí una cima emocional inapelable.
A propósito del farolero, añade Saint-Exupéry que el principito se dice a sí mismo que hubiera querido convertirse en su amigo, pero que en realidad lo que realmente le atraía, dada su gran afición a las puestas de sol, era que en aquel planeta hubiera podido disfrutar ¡de mil cuatrocientos cuarenta crepúsculos en veinticuatro horas! En la adaptación teatral se obvia esta consideración y se incide en la angustia vital del tiempo que pasa y luego corre y a la postre vuela para detenerse definitivamente; y el tiempo, nuestro tiempo mortal, acaba siendo tan sólo el que le lleva a una cerilla consumirse hasta que nos queme los dedos.
2.
Hay mucho del “Esperando a Godot” y del Maeterlinck de “Los ciegos” (una vez más el ciego como símbolo de la condición humana), anterior cronológicamente a aquél, en esta adaptación. No ya sólo en cuanto al desamparo existencial de los personajes en un mundo que ha alejado a Dios hasta arrojarlo a las tinieblas exteriores, sino también, por lo que se refiere a la obra de Beckett, en cuanto a la atmósfera de espectáculo de payasos que impregna toda la representación. Antonio Fava ha reivindicado siempre un tratamiento en clave clownesca de los personajes de Wladimir y Estragón (qué patronímicos tan de payaso), así como los de Pozzo y Lucky, insertándolos así en la tradición y evolución del teatro cómico occidental. Estragón y Wladimir responden meridianamente a la concepción del payaso que inspira y alienta a un Fellini, expuesta magistralmente por otra parte en su película “I clowns”: un cóctel de tarambana, loco, borrachín, tonto del pueblo, vagabundo y bendito de Dios, un gran extravagante en definitiva, un sui generis. Y también él, así como infante y anciano, exento de la esclavitud del trabajo y ajeno al sistema productivo.
Se ilumina el escenario y lo primero en verse es la entrada de José Luis Gómez, rostro infarinato de payaso blanco y, si no recuerdo mal, nariz roja sugiriendo la del augusto; empuña también una maleta de tonto. A medida que transcurra la obra, con el sudor y el trajín, el maquillaje irá siendo reabsorbido por la piel y tan sólo permanecerá indemne la trufa del borrachín. Ahora bien, no se trata de un payaso amable, sino de uno angustiado, bronco, casi pendenciero, emparentado a ese tétrico caricato en que se convierte el respetable profesor de “El ángel azul”, de Von Sternberg… para, poco a poco, con el transcurso de la obra, ir aproximándose a los payasos expresionistas de Rouault, sufrientes y mansos, intérpretes en la pista, y quién sabe si fuera de ella también, de la pasión de Cristo. Lo del payaso sufriente que hace reír a los demás mientras él llora por dentro y que tras sus hilarantes números, mientras se despoja en su triste camerino o en su roulotte de peluca y falsa nariz, se deshace en llanto, es ya un tópico de nuestra literatura y de nuestro arte. “Yo soy un payaso loco / que estruja un poco / su corazón, / y ve que la sangre brota / de cada nota / de su canción. / ¡Canción que llevo conmigo / como un castigo / y un dulce afán; / canción en que mis dolores / y mis amores / unidos van! / Yo soy un artista / sin patria ni hogar, / que ríe en la pista… / ¡queriendo llorar!…….Dejad que calle el payaso / y pida vuestro perdón, / y que, vencido / por su fracaso / bajo el vestido / de negro raso… / ¡estruje su corazón! (“Black el payaso” del maestro Sorozábal, con libreto de Serrano Anguita). Y así también en la archiconocida ópera “Pagliacci” de Leoncavallo, en una interesantísima imbricación y confusión entre drama y realidad y entre personajes y actores, se exclama con lacerante y truculenta desesperación el ofuscado payaso Canio-Pagliaccio ante la infidelidad de la esposa Nedda-Colombina: “Sperai, tanto il delirio / accecato m´aveva, / se non amor, pietà… mercè!”, antes de darle muerte.
Hay mucho de circo en esta adaptación teatral, de circo rudimentario también: la redondez de la pista dentrodelescenariocuadrado, la pobreza de los objetos que, tratados con la adecuada poesía descontextualizadora, se convierten a los ojos del espectador en lo que la imaginación infantil de los personajes quieren que sean. Y aquí reverberan las palabras que de Breton citábamos más arriba. Hay también piruetas, si bien sean éstas muy parcas; y hay también golpes y caídas, que son la maldad ingenua y atolondrada de los payasos. Se da también la ternura un tanto desgarrada, a lo popular, a lo Charlot, en la comicidad de estos desheredados de la fortuna que son los descendientes, revestidos ya de sentimentalismo, del primigenio Pagliaccio de la Commedia dell´Arte.
Circenses son también, grotescamente circenses, esas bicicletas del final y sobre todo la escuetísima que montará el viejo; mas sobre ellas añadiremos algo luego.
La pobreza de medios, la desnudez que caracteriza a la obra es encomiable. No es hacer de necesidad virtud, sino más bien de virtud, virtud, demostrando que el teatro más auténtico y que más y mejor emociona, quizá el único que posibilita la catarsis, sea el sencillo y puro: actores despojados y un texto. Digamos a este respecto que la veteranía de Gómez (presencia, dicción, fraseo y prosodia) anclan sólidamente la obra. Así, con esa desnudez, es cómo los objetos adquieren realmente valor y vida, como ocurre en los teatrillos de los niños, como sucede en los espectáculos del juglar, ajenos ambos a luminotecnias superferolíticas, a efectos sonoros de chan chan chan, a dei ex machina tecnológicos en definitiva, puro artificio, como puedan serlo hoy en día las discotecas o el relamido Cirque du Soleil. Recuerdo, por ejemplo, dentro de ese jugar, tan típico pues de la infancia y del teatro espontáneo propio de los niños, esos refajos que acaban por convertir a la aviadora en rosa, en la rosa.
Hablábamos más arriba de “tonalismo y de “permeabilidad” a propósito de este espectáculo. Su concepción es barroca. Expliquémonos: es más óptica que geométrica por cuanto situaciones y personajes se superponen, intercambian roles, actitudes y reacciones, se transforman en otros nuevos y distintos, llegando a solaparse y pasando así incluso del barroquismo al cubismo, con el encontronazo de perspectivas diversas en el cuadro-plano-escena.
En el teatro clásico cada parte o personaje es en sí mismo completo; constituye un mundo, podríamos decir, que puede evidentemente no ser autárquico -y teatralmente conviene desde luego que no lo sea, dejando al margen claro está las obras-monólogo, pues entonces ¿qué sería del diálogo, qué sería del drama y de las situaciones dramáticas?-, pero en cualquier caso se le reconoce una personalidad autónoma. Aquí, en este “Principito” que comentamos, las cosas no están tan claras pues, participando en gran medida de la lógica y del lenguaje oníricos, situaciones y personajes se desdoblan, se condensan, se sustituyen e interpenetran. Y es que no cabe hablar pues de estatismo teatral a lo clásico, sino más bien del dinamismo propio del mundo de los sueños, del deseo y, por tanto, del inconsciente, algo que si no es frecuente en el cine, es rarísimo en el teatro. De ahí esa forma tan abierta e incompleta -lo cual no se debe tomar como un reproche, sino como descripción de una manera de hacer inhabitual, más próxima a la imaginación que a la realidad- del producto teatral aquí glosado.
Como en el mundo de los primitivos y los locos, como en el mundo folklórico y onírico, el concepto clave es el de permeabilidad: las “almas” viajan de un lugar a otro, de un cuerpo a otro. Como en el circo, como en los juegos de los niños… yo era… y tú eras… no, pero ahora yo era… y tú eras…, siendo el imperfecto el tiempo verbal del juego de roles infantil.
3.
En ya no sé cuál de sus novelas (¿»Courrier Sud»?), Saint-Exupéry, tras una francachela nocturna, demacrado como el alba que surge sobre el bistró también náufrago y en cuyo mostrador está apoyado, se encuentra sucio y abyecto, absurdo y profundamente disgustado consigo mismo y con su vida, saturnino. En el desorden de los afectos y en la vida airada, tarde o temprano, pero siempre, se acaba por hallar la tristeza más triste. San Agustín, entre otros, lo supo. A la postre los desajustes, los excesos, el ruido ensordecedor, las carcajadas compulsivas y el aturdimiento se abren sobre el abismo.
“Tened cuidado de vosotros mismos, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula, las borracheras y las preocupaciones de la vida…” (Lucas 21, 34).
Saint-Exupéry se halla huérfano de trascendencia y de misterio. También el viejo Principito de la obra teatral. No querría ser yo cristianista a ultranza y admitir tan sólo una, podríamos decir, trascendencia trascendente o sobrenatural; no necesariamente, y así ¿por qué no considerar también una suerte de trascendencia en la inmanencia sin Dios, donde sólo haya hombre? Lo que sí se requiere, lo que necesitamos y que la obra pone de manifiesto, es ese más allá de la materia que, superándola, nos colme… la caridad… el amor… ¡Qué cursi puede ser todo esto!, ¿no es cierto? Sin embargo, nada, ni en el original ni en la adaptación, posee felizmente ni un miligramo de estomagante edulcoración. Leí hace poco en la prensa que los herederos de nuestro escritor aviador habían vendido los derechos de “El Principito” para su conversión, no recuerdo ya pues “tanto monta monta tanto”, si en musical o en obra de Walt Disney. Aquello sí que será el beso de Judas.
Caridad… amor… la amistad. “Amánsame”, le dice el zorro al Principito, en la mejor y más inteligente traducción posible del “apprivoise-moi” original, superando el mecanicista “adiéstrame” y el servil “domestícame”. “Amánsame”. “Amansar” es “crear vínculos”. En el original, ante las reticencias del Principito a amansar al zorro por su “falta de tiempo”, pues le quedan aún muchas cosas por conocer, el sabio zorro le replica que “sólo se conoce lo que se amansa” y añade que los hombres no tienen ya tiempo para conocer nada, que compran cosas ya manufacturadas del todo a los mercaderes, pero que como no existen los mercaderes de amigos, los hombres no tienen ya amigos. La humanidad, en su frenética acción por la acción como tan bien ejemplifica el libro con el episodio de los viajeros que surcan raudos los raíles del tren, en su maníaca conquista del mundo, en su mercantilización que afecta también a los sentimientos, etc., no sólo nunca logra conquistarlo, sino que en esa equivocada demanda extravía el alma.
“Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mateo, 16, 26)
Convencido el Principito por las razones del zorro, pregunta qué ha de hacer. Y el zorro le contesta que ha de mostrarse muy paciente y que las aproximaciones habrán de ser sucesivas y escalonadas. A uno le viene entonces a la mente la conversión de San Agustín, tan lenta, tan costosa, tan trabajada, en las antípodas por ejemplo de la célebre y tan espontánea vocación de Mateo, pero que a la postre convierte al futuro obispo de Hipona en íntimo amigo de Cristo hasta el punto de ser ambos uña y carne.
Cristo quiere ser “amansado” por cada uno de nosotros y “amansarnos” a cada uno de nosotros. Cristo -creo que ha sido el actual Papa quien lo ha dicho- está enamorado de todos y cada uno de los hombres y, como el zorro, nos suplica: “apprivoise-moi!” Bartimeo, en apostasía implícita, olvidó y quedó ciego. “Les hommes ont oublié cette vérité, dit le renard. Mais tu ne dois pas l´oublier. Tu deviens responsable pour toujours de ce que tu as apprivoisé. Tu es responsable de ta rose…”
La rosa, tan pueril, tan desvalida, tan inútilmente protegida y defendida por sus irrisorias espinas, parece condenada a la esterilidad dado lo displicente y arrogante de sus palabras. Se ha creado un auténtico vínculo, desde el primer momento, entre ella y el Principito, mas luego ha de surgir el malhadado malentendido como consecuencia del orgullo de la rosa y el Principito se deja confundir por lo engañoso de las palabras de aquélla en lugar de atender a sus conductas y de penetrar en los sentimientos que se ocultan y agazapan tras del discurso de la flor. “¡No supe entonces comprender nada!”, confía el Principito al aviador en el original. “Debería haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me perfumaba y me iluminaba. ¡No debería haber huido nunca! Debería haber adivinado su ternura bajo sus triquiñuelas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saberlo.” Aunque lo ignore realmente, me malicio que hay mucho de autobiográfica pesadumbre en las palabras que el autor pone en boca del Principito y así ambos, paradójicamente, huyen de la mujer amada para en realidad ir en su búsqueda y conocimiento auténtico. Tan sólo el periplo interplanetario (del Principito, mas también de forma vicaria y alegórica de su “padre” Saint-Exupéry) le llevará a asuntar cuánto la quiere y será entonces, también paradójicamente a partir del descubrimiento de que hay millones de ejemplares o seres iguales a ella así como a la luz de las sabias palabras del buen zorro, cuando se percatará y sabrá que, a pesar de ello y precisamente por ello, su rosa es única en el mundo, porque es él mismo quien configura el mundo intelectual y afectivamente; y así ella, su rosa, es la más importante en su corazón.
“¿Ves esa rosa que tan bella y pura
Amaneció a ser reina de las flores?
Pues aunque armó de espinas sus colores,
Defendida vivió, mas no segura
………………………………………….
Que aunque armes tu hermosura de rigores,
No armarás de imposibles tu hermosura….”
Dejando ahora de lado, por no venir al caso, la invitación retórica al tópico del Carpe Diem que es la totalidad del soneto calderoniano, centrémonos en las espinas. A diferencia del poema, “no armarás de imposibles tu hermosura”, la rosa del Principito sí parece erigirse en inalcanzable y así aquello que hubiera debido ser tan bello, no llega a florecer. Hubo relámpagos de feliz intimidad y de íntima felicidad, pero aquel amor no cuajó. Se desvaneció la Gracia primera. Y como Bartimeo, el Principito niño del original y el Principito viejo de la adaptación teatral han tomado su cayado y han salido a los caminos a mendigar, sintiendo en el alma el comején del recuerdo dichoso. Quizá la vejez psíquica no sea, en gran parte al menos, más que el lamento lacerante por lo que pudo ser y no fue. Y si la muerte, como afirma San Pablo, es el pecado y la muerte entró por el pecado (“el aguijón de la muerte es el pecado”), muertos en vida son los que no aman, Bartimeos que vieron y ya no ven, antaño opulentos y hoy indigentes… mas que quieren volver a ver y esperan y además buscan.
Acaba la obra con una bella imagen visual, la de los dos personajes montados en bicicleta, girando por la pista, a modo de payasos, mientras un cañón de luz, ¡tan circense!, los ilumina y destaca. La aviadora-payaso blanco monta una bicicleta adecuada, mientras que el anciano-augusto monta una muy pequeña, de niño, que le obliga a abrir las piernas para poder pedalear. Ambos lucen alas blancas en la espalda. Ella, como ángel guardián que ahora caminara delante abriendo el camino y no ya detrás protegiendo -pues ya no es necesario prevenir ningún peligro-, o como Beatrice guiando a Dante, precede al viejo vuelto niño, en su entrada al reino de los Cielos.
“Yo os precederé a Galilea” (Mateo, 26, 32) pues “en la casa de mi Padre hay muchas moradas… voy a prepararos el lugar… cuando os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros.” (Juan, 14, 1-3)
Así llegará “el día en que beba este fruto de la vid con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre” (Mateo 26,29)
Concejo abierto
La mirada de Tierravoz -ya lo habíamos dicho- es limpia, es honesta, es constructiva. Carmen y César (sus promotores) son nuestros amigos, así que nuestro apoyo a su trabajo se presupone, pero no vamos a tirar de emoción fraternal, sino de argumentos, para defender su obra «Concejo abierto», la cual acaba de ser -a nuestro entender merecidamente- premiada en el Festival de Cine de Gijón.
Lo universal en lo local
Una de las tareas más difíciles para el director de documentales es la de escoger el tema a tratar (y la perspectiva). Los buenos temas, los bien escogidos, ejemplifican dilemas universales a través de hechos particulares. Da lo mismo dónde hayas nacido, o dónde vivas: «Concejo abierto» habla de ti. Habla de lo que no tienes, de lo que podrías tener y por tanto, habla de lo que eres y de lo que podrías (o incluso pudieras querer) ser.
En concreto, «Concejo abierto» se acerca a los vecinos de Madarcos, un pueblo de la provincia de Madrid en el que sus menos de 100 habitantes han tomado las riendas de la administración local. Es pura Democracia participativa: el pueblo gobernando al pueblo. Y por ese motivo, el tema es tan candente que afecta tanto al Presidente de la Unión Europea como al último habitante del planeta, en un momento, además, en que a nivel global se está cuestionando -y atacando con fiereza- las bases del actual sistema socio-económico.
Casos de éxito
Así que, partiendo del ejemplo, del caso de éxito, Carmen y César critican lo depauperado del sistema vigente, sin mencionarlo. Es tanto lo que se puede criticar y condenar -y de hecho se critica y se condena, desde múltiples tribunas- al sistema, que centrarse en retratar sus múltiples injusticias no tiene apenas mérito. Lo difícil es dirigir la mirada a lo otro, a lo bueno, y no por desconocimiento de lo uno -de lo malo-, sino por elección moral.
Es muy inteligente «Concejo abierto». Esperanzador, real, actual, puro.
Y desnudo
Como las grandes obras. Carente de efectos y alejado de efectismos, nada hay de superfluo en este corto documental, ni un plano. Desde el árbol con el que da comienzo -grabado en detalle, en armonía, en un ejercicio poético de gran belleza-, hasta el árbol con el que concluye la pieza y se ilustra la cita de uno de nuestros más grandes historiadores (y etnógrafos) de todos los tiempos: Julio Caro Baroja. Nada es accidental. Todo está hilado, minuciosamente seleccionado y abordado desde la más absoluta pobreza de medios. Es la razón -y la poesía- la que se abre camino por sí sola: no hace falta 3D.
Conexiones
Pero es que, además, «Concejo abierto» es un trabajo que Tierravoz le regala al mundo. Y para eso lo comparte en Internet, lo licencia mediante Creative Commons y lo imbrica en 100jours.org, una iniciativa que durante los primeros meses de 2012 ha publicado en la Red, gratuitamente, un documental por día.
Así que vayan desde aquí nuestro agradecimiento y nuestras más sinceras felicitaciones, no a nuestros amigos Carmen y César, sino a los fabulosos directores de esta pequeña joya documental.
50 Festival de Cine de Gijón
Esta semana arranca la quincuagésima edición del Festival Internacional de Cine de Gijón. A pesar de los recientes cambios de directiva y de los impíos recortes presupuestarios, el Festival se mantiene -en éstas, ya sus bodas de oro- como una apuesta por la experimentación en narrativas y temáticas, un foro en el que el cine de autor no sólo tiene cabida, sino que se convierte en protagonista.
Amparados en esa máxima que dice que «toda ficción tiene algo de realidad y toda realidad tiene algo de ficción», los programadores del Festival insisten en no hacer distinción entre documentales y otras películas. De hecho, los documentales se cuelan habitualmente en su «sección oficial», compitiendo así con las demás películas por un mismo premio.
Las biografías de los directores seleccionados suelen ser -por otra parte y cuanto menos- singulares. En general, sus obras se erigen como una proyección de sus vidas, tormentosas a menudo, imbricadas además en momentos históricos y lugares que los convierten en lo que son, que les dotan de identidad. Así, por ejemplo, encontramos a la directora Hiam Abbass, palestina, con una película sobre los palestinos en Israel («Inheritance»); a Aida Begic, nacida en Sarajevo, con la película «Niños de Sarajevo»; o a Jung, con un documental animado sobre su propia adopción en Bélgica («Approved for adoption»). Los ejemplos son numerosos.
Desde esta perspectiva, los programadores ofrecen al mundo una mirada del mundo, con historias contadas por voces que se cruzan y de múltiples maneras, desde el dibujo hasta la fotografía, pasando por la novela o el cuento.
Os dejamos una entrevista a Isaac del Rivero, fundador del Festival.
Festival Internacional de Cine de Gijón – Del 16 al 24 de noviembre de 2012.