Morena ingrata
«No sabe actuar. No sabe cantar. Y además está ligeramente calvo. Puede bailar un poco».
Cuenta la leyenda que eso escribieron de Fred Astaire, en los estudios de RKO, tras uno de los castings a los que hubo de presentarse. Menos mal que al final le dejaron bailar un poco…
Morena ingrata
Así se refería Isaac Albéniz a España, como esa «morena ingrata» que no veía -ni por supuesto agradecía- lo que el genial compositor estaba haciendo por la música española. Se fue a Francia, Albéniz, y a Inglaterra, que allí lo valoraban. Y no volvió a España sino a morir al sol (y ni eso, que falleció en el lado francés de los Pirineos).
Conocer
Para muchos pueblos, el conocimiento es riqueza. A un dowayo (y de esto sabe mucho Nigel Barley) no se le puede preguntar por su cultura alegremente: pedirá un pago, una contraprestación, por compartir con nosotros su experiencia. Un curandero -ya no sólo dowayo, sino de múltiples etnias- exigirá una ofrenda a cambio de indicarnos qué yerba sanará nuestros males: las plantas están ahí, no son de nadie, pero conocer sus efectos exige dedicación, estudio, trabajo. Y el trabajo se paga.
En España parece que nos hemos olvidado de esto. Durante un tiempo, no fue así: apreciábamos el conocimiento y luchábamos por igualar a nuestros hermanos cultos de Europa -franceses, alemanes, ingleses-, quienes, al no haber vivido la cerrazón y la estrechez de miras características de la dictadura franquista, nos daban veinte vueltas (en todo). Y casi lo conseguimos. Pero ahora, miserere nobis, volvemos a las andadas: a menospreciar el conocimiento, la cultura, a pisotear el legado; a infravalorarnos en definitiva.
Y el agravio comparativo se hace más patente aún. Nuestros vecinos cultos fichan en España a ingenieros, biólogos, médicos, arquitectos, fotógrafos, actores, cineastas, músicos, escritores… mejor formados que los suyos, y más baratos de mantener y, a cambio, magnates estadounidenses nos convierten en el lupanar europeo, previa excepción de nuestro estado de derecho. No es posible concebir un mayor desprecio por lo propio; no se puede ser más ruin.
Innovar
Con este panorama, ¿quién se atreve a innovar en España? Sabiendo como sabemos que el mundo es otro, que ha cambiado, y que tenemos que adaptarnos al nuevo medio -es decir, sabiendo que la innovación es clave para la supervivencia-, ¿quién se arriesga? Innovar, sí, es una necesidad, pero implica un esfuerzo y un riesgo con frecuencia inasumibles, mucho más en la tan injustamente castigada España. ¡Que inventen ellos!, que diría Unamuno.
Ahora bien, si por lo menos supiéramos reconocer el valor, el arrojo, el heroísmo -¡la grandeza!- de nuestros emprendedores, la cosa iría bien encaminada, pero a menudo, ni siquiera. Los tenemos a nuestro lado, son nuestros amigos pobres, ésos a los que tenemos que invitar a café -porque ni para eso sacan-, ésos que dedican años a trabajar en proyectos que no terminan de prosperar, ésos que cada vez están más locos… y más solos.
Homenajear
Así que no rendiremos hoy homenaje a los que arrimaron el ascua a su sardina y huyeron de España -«pobrecitos»- cuando el temporal empezó a arreciar. El premio al ingeniero emigrado está en su cuenta corriente, con eso debería bastar (además de haberlos formado, no pretenderán que les agradezcamos la estampida).
En cambio, sí nos descubriremos ante aquellos que apostaron por sí mismos -es decir, por su pueblo- y se quedaron a construir una patria de la que sentirse orgullosos.
El secreto de la colmena
Con este título -y con la apostilla «Retratos de innovación»-, acaba de publicarse una serie de cortometrajes documentales dirigida por Carmen Comadrán. Los podéis ver gratis, en Youtube, y probablemente os sirvan de inspiración.
Carmen es una emprendedora que constituyó, pocos años atrás, una productora audiovisual en Asturias. A base de mucho esfuerzo y gracias a su valía personal y profesional, está consiguiendo lo imposible: es presidenta de la Asociación de productoras, miembro promotor del Cluster Audiovisual de Asturias, ganadora de uno de los premios del Festival de Cine de Gijón y ahora ha conseguido arañar una ayuda de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT) para realizar -junto a Pisa- «El secreto de la colmena». Y resulta que, con toda humildad, en estos «retratos de innovación», Carmen cede la palabra a emprendedores de distintos puntos de España, para que orienten a los demás, para que los animen, como si lo suyo estuviera exento de mérito.
Carmen, para ti nuestro homenaje… Tu trabajo es muy valioso, merece la pena, no te rindas… El precio que pagas es muy alto y -quién sabe- quizás nunca nadie te lo agradezca… España, es verdad, es esa «morena ingrata» de la que hablaba Albéniz… Fred Astaire -quién lo duda- bailaba como los ángeles… Y descuida, que tú no estás loca… Y no, tampoco estás sola.
El mejor cine y gratis
Lo del distrito Este de Gijón para este mes de octubre es impresionante. Organizan dos ciclos de películas que son una verdadera pasada, además de otros tres ciclos que no están nada, pero nada mal. Y todo gratis. Os contamos…
Ciclo hermanos Coen
Los días 9, 16 y 30 de octubre vamos a poder darnos el lujazo de ver en pantalla grande tres películas de los Coen: «Arizona Baby» -con un muy jovenzuelo Nicolas Cage-; «Muerte entre las flores» -clásico del cine de gangsters donde los haya- y «Barton Fink», con John Turturro y John Goodman, éste último en un curioso e inquietante papel.
Ciclo Danza
Cuatro documentales de directores como Wim Wenders o Carlos Saura, dedicados al mundo de la danza. El martes 23, el novísimo «Pina», de Wim Wenders; el miércoles 24, «Flamenco, flamenco», de Saura; el jueves 25, «El esfuerzo y el ánimo», de Arantxa Aguirre; y el viernes 26, «¡Esto es ritmo!», de Thomas Grube. Imprescindibles. Todos en el Centro Municipal Integrado de La Arena, a las 19:30.
«El documental del mes»
Con la proyección de «Pura vida», sobre la operación de rescate a un montañero. Dirigido por Pablo Iraburu. En el CMI de La Arena, el lunes 22 a las 19:30.
Ciclo John Dahl
Dos películas de este director estadounidense, especializado en cine negro. Se proyectarán «La última seducción», el viernes 5 de octubre y «Rounders», el viernes 19. Ambas en el CMI de La Arena, a las 19:30.
Ciclo «Llámame clásico»
Con cinco películas rescatadas del cajón, merecidamente. Podremos ver cada miércoles una -todas a las 19:30, en el CMI de El Coto. «Desayuno con diamantes» esta tarde (día 3 de octubre), «El jovencito Frankenstein» la semana que viene (día 10), «Los intocables de Eliot Ness» (día 17), «Patton» (día 24) y «Dr. No» (día 31).
Arranca Docuxixón 2012
Este jueves comienza la tercera edición de Docuxixón, una muestra de documentales organizada por la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, que aspira a dar mayor visibilidad a las obras de los directores asturianos y a potenciar el desarrollo del género en la región. La jornada del día 3 es la dedicada a los documentales producidos en Asturias durante el año 2011, con la proyección de «El sueño de Luis Moya», «Filandón Fornelo», «Memoria de nuestras abuelas» y «Tom Zé, astronauta liberado».
El día 4 se proyectará, en cambio, una selección de documentales clásicos escogidos en colaboración con el Colectivo de Cine de Clase y la Filmoteca de Cataluña, entre los que destacan «El campo para el hombre» y «A la vuelta del grito», para pasar, el día 5, al estreno de «Ibiza Occidente», de Günter Schwaiger.
Todas las proyecciones tendrán lugar en el Salón de Actos del Centro de Cultura Antiguo Instituto (Gijón).
Bicicleta, cuchara, etc
«La gente no muere de Alzheimer. La gente muere con Alzheimer».
La magia de Internet y los impuestos desembolsados han hecho posible que el documental que ganó el Goya en 2011 esté ahora disponible -¡GRATIS!- en la web de Televisión Española. «Bicicleta, cuchara, manzana» es su título y Carles Bosch -«Balseros», entre otras-, su director.
«Bicicleta…» es un documental profundo pero sencillo. Su grabación se prolonga varios años (2007-2009), durante los cuales Bosch se adentra en la vida (privada) del antiguo Presidente de Cataluña, Pasqual Maragall, diagnosticado de -y aquejado por- esa incurable enfermedad degenerativa que es el Alzheimer. La evolución de la película es paralela a la evolución de la enfermedad, con lo que el documental se convierte así en testimonio de una pérdida irrecuperable.
Maragall es una persona culta, amante de la buena música, de la lectura, de la vida en familia y de su profesión. Muy activo, con carácter afable, este bromista constante resulta un tipo simpático, un excelente protagonista, cuando se dejan a un lado los posibles prejuicios ideológicos y se le conoce un poco.
Una persona, Maragall en este caso, es -sobre todo- su memoria: perder la memoria supone perder la identidad; de eso habla la película, pero no sólo. Como decimos, es un documental profundo, que apunta en muchas direcciones, la familia, la cultura, la lucha, la política, el cine… Una de esas direcciones hacia las que apunta -en la que nosotros nos centraremos- resulta especialmente interesante, ya que es políticamente incorrecta y por ello ha sido escasamente comentada por la crítica, que se ha centrado más en los aspectos trágicos de la enfermedad, en la valentía del paciente, en la solidaridad…
Resulta que, una vez diagnosticado de Alzheimer y retirado de la política, Pasqual Maragall, quien tanto poder administrativo tuvo durante sus tiempos de President, se embarca en una cruzada personal contra la enfermedad. Valiéndose de contactos y prebendas obtenidos durante los años de ejercicio, crea una fundación que lleva su nombre y se destina exclusivamente a la investigación de tratamientos y curas para el Alzheimer. Se trata de una acción aparentemente filantrópica: Maragall, hombre poderoso, quiere ayudar a otros que se encuentran en su situación.
Sin embargo, en la película de Bosch, varias veces se le oye decir, con resignación, «yo no llegaré» [a beneficiarme de la cura]. Y esto transforma la historia.
Socialmente es algo bueno, de esto no cabe duda, que se investiguen tratamientos contra el Alzheimer. Y en este sentido, si la Fundación Maragall halla la cura, el ex-President le habrá hecho un gran bien a la humanidad. Pero, siendo estrictos, no es pura filantropía lo que le mueve. La compasión hacia este preeminente enfermo no nos debe tapar los ojos, ni aún la boca. Maragall, como otros agentes en la economía de Mercado, busca, en primer lugar, su propio beneficio y después, el bien común. Así, una empresa que recicle plásticos, por ejemplo, buscará, primero, obtener ingresos y -segundo- hacerle un favor al planeta. Y es que Maragall no ha creado una fundación contra el SIDA.
Esta lectura está incluida en la película. Bosch lanza la crítica de un modo sutil, elegante, poco ofensivo; es una reflexión, más que una denuncia. Pero la crítica está ahí, para quien sepa verla y tenga el valor de hacerlo.
Por este motivo, la película es para descubrirse. El tratamiento respetuoso hacia el enfermo no obsta para que la cámara se adentre en reuniones familiares, en pruebas médicas, en la pérdida progresiva de facultades. Es una mirada cariñosa, íntima, pero rigurosa, que no sacrifica la integridad en pro del proselitismo. No paga con silencios respuestas incómodas a dudas legítimas. Una lección de profesionalidad que, afortunadamente, ha encontrado suficiente apoyo social.
Animamos a ver la película. Al fin y al cabo, aunque Bosch se haya lucrado al hacerla, aunque se haga publicidad a ciertas instituciones, aunque los beneficiados sean, primero, ellos, y luego, la sociedad en general, nuestro beneficio como ciudadanos no es menos beneficio por ello. Y esa es la razón por la que, entre todos, pagando su precio, la hemos hecho posible. La película es nuestra.
Contacto: Iñaki Arteta
Entrevista en audio al director de cine Iñaki Arteta, autor de documentales como «El infierno vasco» o «Trece entre mil», a propósito del terrorismo de ETA y sus consecuencias para las víctimas. Hablamos con él de su último proyecto de documental, «1980» y también de otros temas relacionados con el mundo audiovisual: la financiación colectiva, la función social de los documentales, nuevas vías de explotación comercial, etc.
Magia y misterio
El pensamiento mágico es consustancial al ser humano. Se sitúa en la raíz misma del aprendizaje, puesto que se ocupa de buscar relaciones entre los distintos elementos que nos rodean. El trueno, por ejemplo -esa realidad tan difícil de comprender- ha sido interpretado por múltiples culturas a lo largo de la Historia. Asombra la cantidad de dioses del trueno existentes, los cuales constituyen un perfecto ejemplo de lo que es en verdad el pensamiento mágico y de cómo funciona eso a lo que llaman «la dotación de sentido».
No creamos que el pensamiento mágico muere con el nacimiento de la Ciencia, no. Es bien cierto que, valiéndose de su empirismo característico, la Ciencia ha destronado a la Fe como método de conocimiento, pero el pensamiento mágico aún encuentra su lugar en los límites de ésta. La magia, o mejor dicho, la creencia en la magia, sirve de acicate para los buscadores de respuestas. El niño que cree en la existencia efectiva de los Reyes Magos -como entidades más o menos corpóreas que visitan anualmente su casa y le cubren de regalos- es un apasionado detective. El niño buscará indicios del difícilmente ocultable paso de los camellos, dormirá agitado -alerta-, y despertará temprano, ilusionado y radiante. La magia -su misterio- tiene este poder de apasionarnos e intrigarnos como ninguna otra cosa.
Pero, en su búsqueda, el humano halla respuestas, y es entonces cuando se establece la diferencia. Creer en la magia antes de hallar la respuesta a un dilema tan complicado como el del trueno -o el de los Reyes Magos- es legítimo, natural, provechoso. Creer en la magia después de haberse topado con la evidencia es de necios.
El Doctor Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) fue un psiquiatra madrileño de prestigio que, en un momento de su vida, atraído por ese poder que emana de lo desconocido, dio el salto a la pequeña pantalla, con documentales que le valdrían el reconocimiento -y también la enemistad- del gran público. Jiménez del Oso vive la magia y nos la hace vivir; busca apasionadamente explicaciones a lo confuso, a lo misterioso; y a veces las encuentra. Y cuando las encuentra -esto es lo más importante-, actúa, no como un necio, simplón y tozudo -supersticioso-, sino como el sabio que es.
Jiménez del Oso es ése que sabe que no sabe, pero que busca hasta conseguir saber.
Excepcional orador, sus documentales son un verdadero viaje por la cordura, por la sencillez carente de efecto, por la duda justificada. En el capítulo que aquí podemos ver, dedicado al «Astronauta de Palenque», el Doctor hace además gala de una tremenda elegancia. Expone los argumentos mágicos de manera que uno casi los cree, y después los refuta sin acritud. Es decir, nos regala la magia y después nos quita la ignorancia con cuidado.
Hay en Internet toda una serie de sus trabajos, disponible para quien los quiera ver. Un privilegio.
El documental del mes
Los Centros Municipales Integrados de Gijón hace tiempo ya que proyectan, con entrada libre, un documental cada mes. Se trata de un convenio que firmaron el Ayuntamiento y la productora catalana Parallel 40 y que pretende acercar este género audiovisual al espectador, en concreto al adolescente.
En este mes de diciembre -en concreto el martes 13 a las 19:30 horas- se proyectará, en el Centro de La Calzada, «Vidal Sassoon», documental del estadounidense Craig Teper que narra la historia del popular peluquero, desde su infancia en un orfanato de Londres hasta la cumbre empresarial.
Parallel 40 acaba de anunciar que «El documental del mes», a partir de ahora, podrá verse también por Internet, eso sí, pagando. El videoclub online Wuaki.tv ofrece estos documentales, un mes después de su proyección en los Centros culturales, por 2,99 euros.
De cambios y climas
En muy raras ocasiones se produce un fenómeno como el que vamos a describir. Se trata de algo muy interesante para los apasionados del documental, porque demuestra claramente que este género informativo ha alcanzado una posición en la sociedad difícil de superar.
En el año 2007, la Academia de los Oscar concedía el galardón a Mejor Documental a «Una verdad incómoda», del director estadounidense Davis Guggenheim. Como es bien sabido, el documental muestra al antiguo Vice-Presidente de los Estados Unidos, Al Gore, en su actividad divulgativa a propósito del cambio climático.
«Una verdad incómoda» propone una perspectiva sobre las conflictivas relaciones «seres humanos- medioambiente», explota las cualidades de Gore como orador -como político, como humorista- y muestra la documentación de manera muy gráfica y sencilla.
Tratamiento
No obstante, la sensación que queda, después de verlo, es la de haber asistido a una conferencia de este señor. Es decir, en el documental sólo resuena una voz, la suya: nadie más habla. Para hacerlo un poco más llevadero -y distinguirlo de un vídeo promocional puro-, Gore cuenta algunos sucesos autobiográficos y explica sus motivaciones personales. Pero, en todo momento, él es la estrella y si alguien dice algo, es a través de sus labios.
Vaya por delante que no nos consideramos expertos -ni mucho menos- en Meteorología, y que esta crítica no puede -por ello mismo- arrojar luz sobre la veracidad de los datos expuestos en el documental. Sin embargo, hablaremos acerca del tratamiento de la información, en contraste con otro documental sobre el mismo tema: «La gran mentira del calentamiento global».
Este segundo documental, dirigido por el británico Martin Durkin para Channel 4, sostiene que el cambio climático no se está produciendo por causa del ser humano. «¡Qué descabellado!» -dice uno inmediatamente-. De hecho, la reacción automática es de rechazo frontal. Probablemente, pensaremos que «hay quien se empeña en negar la evidencia», o bien que «el documental ha sido producido por una línea dura» de capitalistas carentes de escrúpulos.
Pero si conseguimos apartar nuestros prejuicios por un momento y seguimos prestándole atención, veremos que el documental no está hecho por aficionados «ultras», sino por periodistas profesionales. Descubriremos que los entrevistados no son lunáticos, sino reputados científicos en activo. Y que no proponen talar los árboles, contaminar los ríos, o llenar el mar con residuos nucleares. Ni siquiera niegan que el planeta se esté calentando. Simplemente dicen que las emisiones de CO2 de nuestras fábricas y coches no son las responsables de ese calentamiento.
No desvelaremos más datos sobre la película, porque merece ser vista, pero hemos de decir que el tratamiento de la información en «La gran mentira…» es mucho más serio que en «Una verdad…».
El mero hecho de dejar hablar libremente a científicos de distintas disciplinas, provenientes del MIT, del Observatorio Internacional del Ártico, de la Asociación Americana de la Meteorología, o de darle voz al co-fundador de Greenpeace – cuando habla en contra del fundamentalismo de la organización- supone un ejercicio del periodismo mucho más riguroso que el practicado en «Una verdad incómoda».
Diálogo
Paradójicamente, ha calado tan hondo lo que Durkin denomina «la teoría del cambio climático antropogénico» que las corrientes políticas de izquierda, los mayores defensores -teóricos- de la libertad de expresión, se han echado las manos a la cabeza al ver este documental y han protestado contra lo que consideran «desinformación», «propaganda» o «manipulación». Se acusa a los entrevistados de estar a sueldo de las multinacionales y al director de sesgar los datos. Los mismos entrevistados niegan esta asociación en el documental y reivindican su condición de científicos imparciales.
Sea como fuere, ambos documentales parecen honestos. Tanto Gore (y Guggenheim) como Durkin y los científicos entrevistados aparentemente creen en lo que están diciendo, no mienten en sus afirmaciones. Simplemente, lo que sucede es que no están de acuerdo entre sí.
Y ésta es la grandeza del documental como género. Constituye la herramienta contemporánea para dialogar con la sociedad. La utilizan tanto los altos mandatarios como los científicos para decirle al mundo: «mirad, no estamos de acuerdo en esto». Y se hace de un modo desapasionado, desde los hechos; se contextualiza, se desmenuza la realidad.
En un momento en que parlamentos, informativos y otros foros de expresión adolecen seriamente de esta ponderación y de esta voluntad de entendimiento, que el documental se erija en unidad mínima de comunicación es un gran orgullo y un motivo de satisfacción para todos los que, de una manera u otra, tenemos que ver con ello. Aunque sólo sea como espectadores.
Respeto
Imaginemos que a un director de Cine -Almodóvar, Bollaín, Kubrick, cualquiera- una productora le encarga hacer una película, sobre un tema en concreto. Esta productora le proporciona los fondos necesarios, los contactos necesarios y la libertad necesaria para que, sin apartarse del tema, el director elija el tratamiento más adecuado.
Imaginemos a este director aceptando el reto. Reúne a su equipo y se encomienda a la realización de la película. Como buen creador, en todo momento tiene una idea en mente de cómo le gustaría que fuera la obra y se aproxima a ella paso a paso, en esa búsqueda tan frecuente y característica en el Arte.
Imaginemos que ese director -Bergman, Antonioni, cualquiera- se propone realizar una película de una hora y media de duración y para esa hora y media, rueda más de veinte horas de material en bruto. Cuando se disponga a montar la película, tendrá que descartar un 93 por ciento de lo rodado. Sólo él sabrá qué descartar, porque sólo él sabe qué busca.
Imaginemos a este director al concluir el rodaje: satisfecho por su trabajo, mucho más cerca de su objetivo y con una idea precisa de aquello que quiere conservar y de aquello que quiere descartar. Sabe que ha conseguido reunir todos los elementos y que sólo falta ensamblarlos.
Imaginemos que, llegados a este punto, se producen algunos cambios en la productora, ajenos por completo a Amenábar, Hitchcock -cualquiera- y se toma la decisión de prescindir del director y de todo su equipo.
Imaginemos que la productora posee los derechos sobre el material rodado y que desea seguir adelante con el proyecto, sin el director, para lo que contrata a un editor/montador que nada sabe de la película y recién egresado de la escuela. O peor, un editor que ni siquiera ha ido a la escuela.
Imaginemos a ese montador inexperto eligiendo, de entre las tomas rodadas por Spielberg, Wenders -cualquiera-, sus preferidas. Imaginemos que decide, en lugar de montar una película, montar cinco o seis cortometrajes, a su antojo. Imaginemos el resultado. Imaginemos la cara del director al ver el resultado.
Imaginemos que, en lugar de una película, se trata de un documental. Y que, en lugar de tratarse de Julio Medem, Scorsese, o Lars Von Trier, se trata de nosotros.
En mayo de este año, grabamos 18 horas de entrevistas, imágenes y sonidos para un documental que nos fue encargado. Acabamos de ser testigos de la publicación de fragmentos mal escogidos y peor editados de ese material. Al menos, el editor ha tenido la delicadeza de no citar nuestros nombres en la obra final.
El horrorEl horror
«Terrícolas» es un documental que causa pesadillas. Quizás constituya la más dura crítica que se ha lanzado contra el ser humano y por eso verlo es un reto. A lo largo de su hora y media de duración, el espectador sentirá el impulso de apagar el televisor en no pocas ocasiones y sólo algunos valientes conseguirán visionarlo en su totalidad.
El tema de la película es el maltrato hacia los animales. Cientos de imágenes violentas se suceden en la pantalla: quemaduras, mutilaciones, golpes y por supuesto matanzas. Las peores crueldades que se pueda imaginar encuentran su lugar en «Terrícolas». El dolor, el sufrimiento, la agonía de todos esos animales, producen en el espectador sentimientos de ira, impotencia, culpabilidad, angustia y unas incontenibles ganas de llorar.
Según se anuncia en la propia película, las imágenes reflejan la práctica cotidiana en las industrias alimentaria, textil y farmacéutica, aunque, ciertamente, cuesta creerlo. Que la muerte de los animales sea necesaria para una dieta carnívora resulta algo obvio, pero lo innecesario es la tortura, y precisamente es eso lo que «Terrícolas» documenta.
Sádicos o sin escrúpulos
Podría establecerse una distinción entre las personas que en la película infligen tales daños a los animales. Por una parte, el sádico, que sería aquél que disfruta causando dolor. El sádico se muestra apasionado y lleva a cabo todas esas crueldades por propia iniciativa. Quizás su oficio sea el de matancero, pero en su ejercicio trasciende los límites y se embarca en una guerra personal.
Por otra parte, tendríamos a personas sin escrúpulos, y aquí englobaríamos tanto a las que torturan directamente como a las que establecen los sistemas para que esa tortura sea efectiva. El dinero es el motor de estas personas.
Aprovechar el espacio al máximo, sin escrúpulos, implica -por ejemplo- hacinar a los animales. Hacinar en una nave a miles de reses implica -a su vez- cortarles los cuernos, castrarlas, etc. Hacerlo sin anestesia es mucho más barato que hacerlo con anestesia. Como se ve, el dolor ajeno, el respeto por los animales, no tienen ningún lugar en esta fórmula de mínima inversión – máximo beneficio.
Se ve a muchas personas sin escrúpulos en el documental, pero únicamente a quienes, por mandato superior, torturan como parte de un proceso industrial: no se ve a aquellos que fijan los pasos de ese proceso.
Espectadores y consumidores
Los espectadores, como consumidores de todo tipo de productos de origen animal, son cómplices de estas torturas y así queda dicho en la película. Se recalca una y otra vez que éstas son las prácticas habituales en la industria y que el hecho de desconocerlas no supone que no se produzcan.
El discurso de «Terrícolas», aunque quisiera ser neutral, es en realidad apasionado. Se percibe en el guión no sólo la indignación por estas vejaciones, sino el rencor hacia una sociedad compuesta por irresponsables que financian la actividad de sádicos y de personas sin escrúpulos. El documental es un puñetazo en la boca del espectador. Está editado sin ninguna piedad, no deja un momento de respiro, de tal modo que tras la primera media hora uno está deseando que termine, para poder volver a la cómoda ignorancia. Pero ya es demasiado tarde.
Y lo negamos. Nos resistimos a creer que las sociedades estén en manos de sádicos y de personas sin escrúpulos. Confiamos en que las autoridades, elegidas por nosotros, habrán establecido normas que impidan la tortura animal -¿cómo no van a establecerlas?-. Pero la película ni siquiera deja esa escapatoria. Nos señala, todo el tiempo, nosotros tenemos la culpa.
Ganado
Recordemos que el ser humano ha sido ganadero desde los tiempos del Neolítico, ha domesticado a los animales para obtener su propio beneficio, para aprovechar los recursos que le brindan, pero esta relación no siempre se ha basado (y queremos pensar que, aún hoy, no siempre se basa) en la violencia. Los seres humanos han alimentado y cuidado a los animales a lo largo de la Historia, les han proporcionado unas condiciones de vida más cómodas que las que ofrece el estado salvaje, y éste ha sido el modo de «ganárselos» (la etimología del término «ganado» es evidente: proviene de «ganar»).
Para las vacas, por ejemplo, pastar durante toda su vida en un terreno amplio y rico, libre de depredadores, habitado por miembros de su familia, dormir bajo techo, trashumar según la estación, ser asistidas en el parto, curadas de enfermedades, etcétera, es una situación muy cómoda que bien vale la pena aceptar. Para el ganadero tradicional, sus reses son su vida. Cuanto mejor las cuide, más leche producirán, más sanas estarán, mejor carne, mejor descendencia… Matar a una res se hace concienzudamente, en su momento y del mejor modo posible: existe una relación íntima entre el ganadero y su ganado.
«Terrícolas» muestra el horror de la violencia, esto no es ganadería. Y si la ganadería contemporánea, exhaustiva, industrial, es esto, que vaya la policía, que cierre las plantas, que libere a los animales y que meta en la cárcel a los responsables de por vida, porque lo merecen, porque han perdido cualquier noción de justicia.
O, como diría Kurtz en «El corazón de las tinieblas»: «Exterminate the brutes!!».
Porque… ¿quién es la bestia?