El agua, los sueños y Bruce Lee

Si hay algo por lo que Bruce Lee merece ser recordado, 39 años después de su muerte, no es por su dominio de las Artes Marciales, aunque esta idea resulte sorprendente. Claro que fue un luchador asombroso, qué duda cabe, pero sus aportaciones trascienden los puñetazos y las patadas y los gestos y filigranas que tan famoso le hicieron.

Bruce Lee estudió Filosofía, y esto es -en según qué círculos- bastante desconocido. Su padre era Primer Actor de Ópera china y él creció en un ambiente relativamente culto, vinculado a las artes. Desde bebé, participó en el rodaje de películas, pero tampoco deberíamos recordarle por su faceta de actor, ni aún por la de cineasta -que también lo fue-. Bruce Lee debería ser recordado por su capacidad para transformar los sueños en realidad.

El agua

Utilizar ningún camino como camino. Tener ninguna limitación como limitación.

Éste fue su lema, y le sirvió. Lee abogó por un modo de vida, por una manera de pensar y de conducirse en la que el individuo no se ciñera a una estructura preconcebida, sino que -desde la honestidad, desde la sabiduría- se dejara fluir libremente.

Decía que expresar la verdad interna de una manera honesta es lo más difícil de todo. Uno puede fácilmente dejarse llevar por la vanidad y así ofrecer (ofrecerse) una imagen que no sea acorde con la realidad. O bien circunscribirse sin criterio a los principios impuestos por una tradición, con lo que cada estímulo tendrá una respuesta prescrita y la libertad del individuo quedará mermada. Pero ir más allá -de la tradición, de la vanidad, de la estructura-, es lo complicado.

A Bruce Lee le molestaba el estereotipo del chino que plasmaban las películas de Hollywood. Con sus Non La, o sombreros cónicos, y su actitud servil, los chinos del cine poco tenían que ver con los reales. Él rechazó numerosos papeles de este corte para recrear, después, el cine, a su imagen y semejanza. Películas en las que la violencia no era gratuita, sino que estaba -desde su punto de vista- justificada. Películas en las que los protagonistas no volaban, sino que las luchas eran -aunque magistrales- verosímiles. Y películas en las que intentaba dar a conocer una filosofía basada en la honestidad, en el conocimiento y en la superación personal.

Los sueños

Y lo del callejón es mentira. No le mataron a traición, ni nada parecido. Bruce Lee murió en la cama, con 32 años. Quizás se machacó demasiado, es posible. O quizás -los seguidores de su doctrina preferimos verlo así- Bruce, en aquel momento, soñó con evaporarse.

 

Las conexiones uterinas

“Estoy conectada con mi útero y sé cuándo voy a sangrar”… Esta frase martillea mi cabeza con fuerza. ¿Qué significa eso de la conexión con el útero? ¿Soy menos mujer por no sentir esa conexión?

Algunas mujeres aseguran que la mala relación que tenemos con la menstruación es por culpa del hombre. ¡Cómo no! Que la menstruación es una renovación. Que el cuerpo se limpia con el sangrado menstrual. Que no hay que usar compresas, ni tampones, porque son creaciones del hombre para hacernos sentir inferiores. ¿Cómo? Hay que estar muy frustrada para decir estas cosas.

Yo soy mujer. Menstrúo y no me siento inferior al hombre en nada. Ningún hombre de mi entorno me ha hecho sentir diferente por menstruar. Sin embargo, reconozco que el tabú existe.

Simone de Beauvoir, en su libro “El segundo sexo”, recopiló una gran variedad de creencias en torno a la regla:

  • Paraliza las actividades sociales.
  • Agría la leche y las cremas.
  • Corta la mayonesa.
  • Avinagra el vino.
  • Impide la fermentación de la sidra.
  • Posee poderes maléficos.
  • Marchita las flores.
  • Si mantiene relaciones durante la menstruación, el varón se vuelve estéril.

Estos son algunos ejemplos de los mitos que rodean a la menstruación. Lo más sangrante es lo que dice la Biblia al respecto:

 “Quien toque a una mujer durante sus 7 días de impureza, será impuro”.

La Biblia también prohíbe todo contacto con mujeres que tengan el período. Así, condena tanto a hombres como a mujeres “a ser extirpados de entre su pueblo”. ¡Toma ya!

Las leyes de Manú (según el Hinduísmo, Manú es el antepasado de toda la humanidad), son aún mucho más severas:

“La sabiduría, la energía, la fuerza vital de un hombre que se acerque a una mujer con las excrecencias menstruales, perecen para siempre”.

¡Qué barbaridad!. Entre unos y otras, es para desquiciarse…

Volvamos a la recopilación de Beauvoir. Analicemos cada uno de los puntos:

  • Paraliza las actividades sociales. ¿Por qué? ¿Acaso el sangrado femenino salpica a todos los de alrededor? Ni que fuera un aspersor. Pero, si esto es cierto, seguro que la mano del hombre se esconde detrás.
  • Agría la leche y las cremas. ¿Por qué? ¿Hay alguna posibilidad de que gotas de sangre vayan a caer dentro de la botella de leche o en el cazo? En ese caso, se les daría color, ¿no? Pero, si es cierto, la culpa, sin duda alguna, es del hombre.
  • Corta la mayonesa. ¿Qué sentido tiene esto? Lo único que se me ocurre es que, debido al sangrado, la mujer esté débil y coja con menos fuerza y energía la varilla con la que hace la mayonesa. Pero lo más probable, es que el huevo (de gallina) esté frío (¿?). Pero, si se corta por la presencia de una mujer en plena regla, seguro que es por culpa del hombre (podría haberla hecho él).
  • Avinagra el vino. Hasta donde yo sé, la fermentación acética es la que avinagra el vino. Y -hasta donde yo sé- la bacteria Acetobacter (es la bacteria que transforma el alcohol en ácido acético), no forma parte de la menstruación de la mujer. Pero puedo estar equivocada. Y, si lo estoy, sin duda, es por culpa del hombre.
  • Posee poderes maléficos. Ya lo creo. Como que si no tienes la regla (en época fértil), en nueve meses tendrás un dolor de cabeza para el resto de tu vida. Y esto sí es por culpa del hombre, ¿no?
  • Marchita las flores. ¡Caray! Esto sí es maléfico de verdad. O eso, o que no has regado la planta y por eso se ha marchitado. La culpa, nuevamente, del hombre (debería haber estado atento).
  • Si mantiene relaciones durante la menstruación, el varón se vuelve estéril. Bueno, ¡esto es una mentira cochina! ¡El hombre no menstrúa! Eso lo sabe todo el mundo (incluidos varones). ¿Quién tiene la culpa? ¡Exacto! ¡El hombre!

Según la Biblia, tenemos una madre, Eva, salida, por supuesto, de la costilla de Adán. Segundona en el plano creacionista. Y, además, pecadora. Vamos, que según eso, todos somos unos hijos de puta. Además fue condenada a parir con dolor por librepensadora. María, la madre cristiana, ya estaba advertida y, lista ella, no pecó. Pero sí parió (¿con dolor?). Todo un misterio.

El llamado “feminismo de igualdad”, perdió su norte cuando creyó que lo peor del patriarcado era que las mujeres no pudiéramos acceder al trabajo remunerado, al derecho al voto, al poder político y económico. La emancipación de la mujer no sólo es económica. La liberación femenina -y masculina- es un camino hacia nuestro interior. A asumir, y no a negar, nuestra propia biología y nuestras emociones.

El ser humano necesita una madre sexual, feliz en su propio cuerpo, y capaz de sentir placer al concebirle, gestarle, parirle, amamantarle y abrazarle.

“Estoy conectada con mi útero…”

Mi problema es que tengo dos úteros. ¿Con cuál de ellos debería comunicarme? ¿Debería comunicarme con los dos? ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Con una conexión en red? Puede que mi conexión falle por la membrana que separa mis úteros. Aunque, si se diera, ¿cómo sabré cuándo la comunicación es con el derecho o con el izquierdo? Porque, claro, ellos -mis úteros- no saben su posición en mi cuerpo. Aunque, si lo supieran, me preguntarían ¿tu derecha o la mía? ¡Qué lío!

Y la culpa de esto la tiene, primero, mi padre que, como hombre, me hizo con dos úteros. Después, el ginecólogo que, asombrado, me dijo que tenía una anomalía. ¿Anomalía? ¡Qué coño! ¡Soy una privilegiada! Para anomalía tu cara, que un ojo mira a Sevilla y el otro a Cuenca.

Soy feliz con mis dos úteros, a pesar de no estar conectada a ellos. A pesar de que mi sangrado menstrual siempre me pilla fuera de casa y por sorpresa (a traición). No siento sobre mis órganos la pesada carga de siglos de rechazo al sangrado de la mujer. En definitiva, ni la Iglesia ni el hombre hacen que me sienta culpable por el hecho de sangrar cada 28 días (más o menos). Y mucho menos, unas mujeres que teniendo su útero “en red” marcan –ellas sí- esas diferencias que, siendo biológicas, parecen estigmas.

Nota:

En Facebook, hay un grupo (antes abierto, ahora cerrado), de mujeres que mantienen conexión con sus úteros. Éste es el enlace (que sepáis que la cruz que aparece está pintada con sangre de menstruación):

http://www.facebook.com/groups/elcaminorubi/

Gorda

Se mira en el espejo. Contiene el aliento. El espejo le devuelve su figura distorsionada, una vez más.

Su niñez, llena de amor y calidez, envuelta de ternura, transida de historias de brujas malvadas y de príncipes encantadores, no ha podido salvarla del monstruo de la cultura que rinde culto a la estética.

Aunque sus sueños siguen aún esperando, en algún rincón de su memoria, para saltar hacia la libertad… Quiere gritar, pero no puede. La soledad le atenaza la garganta. Está sola. Sola frente a un mundo al que no ha sabido entender. Sola frente a sí misma, con esa soledad profunda que emerge del miedo y se derrama por los ojos.

Vomita, y con cada vómito, su vida se aleja y ella se acerca más a la muerte. Porque esta sociedad es implacable. Castiga severamente a los que no cumplen con los requisitos. Todos somos culpables…

La bulimia –del griego bous (buey) y limos (hambre)- es un trastorno que se caracteriza por la obsesión hacia la comida y el consiguiente aumento de peso. Las personas bulímicas son contradictorias, depresivas y con sentimientos de culpa.

A la bulimia, en su caso, se añade otro trastorno, el TLP (Trastorno Límite de la Personalidad). Este trastorno conduce a la autolesión.

¿Qué lleva a una persona joven, sana e inteligente, a lesionarse? Dañarse a uno mismo es enfrentarse a las emociones estresantes de ira, frustración, angustia. Con cada centímetro de piel de donde brota sangre, se siente alivio. Son como lágrimas. Lágrimas de sangre que se derraman por cualquier parte del cuerpo.

Después viene el arrepentimiento, la culpa, y otra vez a empezar. Es difícil de advertir por las personas alrededor, porque es una conducta secreta.

La conozco. Sus ojos negros son profundos, como la bóveda celeste. Si la miras con atención, hasta puedes ver los destellos de los astros. Constantemente, juega con su larga melena negra. Algo tímida, su sonrisa oculta una carcajada que, por miedo, no consigue aflorar. Sus dedos tamborilean nerviosos sobre cualquier superficie.

Sí, la conozco. Muchas noches la oigo llorar, lamentarse.

Por la mañana sale de la habitación e intenta poner su mejor sonrisa. No es una sonrisa para los demás –que también-, es una sonrisa para sí misma. Y, aunque al acabar el día haya fracasado en algunas de las cosas que se había propuesto, ella intenta poner el acento en aquello que ha logrado.

Entonces el miedo ataca por todas las partes del ser. Ha de tener el poder. Quiere lo que es suyo. Y ella cede, y deja de tener miedo y ya no es débil ni vulnerable.

La fría distancia de los suyos hace que sienta el dolor de una mordedura. Pero en ese dolor se siente a salvo, porque lo conoce y lo reconoce como propio. Si lo contara, se expondría a los demás, dejaría de estar a salvo. Porque alejándose se acerca y, cuando crees que se acerca, se aleja. Y escondida en su interior, intenta ser quien cree que es.

En un segundo, toda la rabia surge de ninguna parte apoderándose de ella. Y detrás de ese despliegue de dolor, está su sentimiento de soledad -de desamparo- que la acompaña cada segundo de cada minuto de cada hora que está despierta.

Parece una isla en medio del océano. Pero no es una isla inaccesible. Has de acercarte a ella sabiendo que rocas profundas la bordean. Has de acercarte sabiendo que es ella quien tiene el poder. Y que te lo dará sólo si eres capaz de rendirte. Porque quiere ser rescatada, pero dejándola en paz. Porque no te dejará entrar en un lugar que ella todavía ha de conquistar. Porque quiere que te acerques y que te alejes al mismo tiempo. Porque quiere ser ella la que controle pero, al mismo tiempo, quiere que la controles tú. Quiere que estés en su vida, pero lejos. Porque ahora ya no quiere lejanía, ahora quiere que te acerques y la abraces, pero sin tocarla.

Los recuerdos son como gritos que todo lo inundan. Ahora imagina que cada recuerdo es una pieza de un gran puzzle. Ella quiere juntar piezas que no encajan entre sí. Mira una y la reconoce. En esa pieza, siente que te quería. Pero luego, coge otra en la que también estás, y siente que no confía en ti, que no te quiere igual. Y así, con todas sus piezas. Y en conjunto, no es capaz de ver la realidad como los demás.

Es como el “patito feo” del cuento. Tiene tan arraigado en su interior que es diferente, que se aparta de todos, aunque posea excelentes habilidades y sea brillante en los estudios o en el trabajo. Sólo tiene que darse cuenta de que es un cisne.

Y lucha. Lucha por cambiar su vida porque ya no sabe quién es. Y necesita averiguarlo. Y su recuperación es responsabilidad de todos. Y todos tenemos que tratar de entender su dolor, su aislamiento, nuestro trastorno.

Albéniz y las tetas

La cultura no es lo que aparece con ese nombre en los suplementos dominicales de los periódicos, esto se sabe. Fernando Alonso y su trayectoria en Ferrari, por ejemplo, la receta del guiso de la abuela, o las técnicas para un satisfactorio cultivo hidropónico son también cultura. Hay muchas definiciones del concepto «cultura» -y no siempre coinciden en cuanto a su objeto-, pero intuitivamente todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de ella. La cultura es una herramienta para vivir, una especie de manual de instrucciones que debemos aprender para desenvolvernos en un mundo que hemos heredado y que puede llegar a ser verdaderamente hostil. Tener cultura es saber utilizar un tenedor, pero también es saber cuándo callar.

Los debates en torno a esta noción de cultura, en la comunidad académica, son encendidos. Por ejemplo, hay corrientes de pensamiento que aseguran que la cultura es propiedad exclusiva de los seres humanos, es decir, que los demás animales carecen por completo de ella. Animal igual a instinto, humano igual a cultura. Pero claro, todo depende de qué consideremos cultura.

Sin embargo, hay un par de rasgos en los que parece que -más o menos- todos se ponen de acuerdo. El primero sería el aprendizaje: la cultura se aprende, no se nace con ella, puesto que -si no-, sería instinto. Y en este aprendizaje -que puede ser infinito-, la cultura se reinterpreta, se modifica, se adapta, cambia.

El segundo rasgo en el que también todos parecen coincidir -y aquí queremos hacer hincapié- es que la cultura se asocia a un grupo determinado de individuos, más o menos extenso, estableciendo así sus límites. Por ejemplo, los chinos tienen su cultura y los noruegos, la suya propia. Son dos grupos diferenciados por razón de su cultura. Pero no pensemos que los límites de la(s) cultura(s) son iguales a los límites de las naciones, esto es un engaño. Existe, por ejemplo, la cultura de los pescadores, que será muy parecida en Noruega y en China, o la de los surfistas. Existe la cultura de los punkies, con manifestaciones similares en multitud de países. Existe la cultura judeocristiana, que también establece sus propias fronteras, las cuales no coinciden con las de las naciones donde la hallamos. Forofos del Real Madrid y forofos del Barcelona componen dos culturas opuestas, pero ambas pertenecientes a una cultura común, la cultura «futbolera». Y así indefinidamente, hasta trazar un mapa insondable de culturas y subculturas que nos agrupan y nos separan.

España

Nuestros referentes culturales son, en primer lugar, nuestros padres. De ellos aprendemos no sólo a usar el tenedor -y a callar cuando es preciso-, sino a hablar y a pensar. De ellos aprendemos lo que es importante, lo que es bueno, lo que es bello, lo que es divertido… Sus prioridades son asimiladas por nosotros y luego renegociadas, adaptadas a nuestras propias necesidades (como decimos, la cultura es algo dinámico, cambiante). Así, la adolescencia podría estudiarse como ese momento en el que el hijo revisa el modelo cultural que ha mamado, lo compara con otros modelos existentes (con los de sus amigos, los sus ídolos, etc) y empieza a crear el suyo propio, normalmente por oposición al heredado.

España es cuna de grandes literatos, pintores, músicos y artistas en general. Sin embargo, a muchos españoles no les interesa esto en absoluto. Su cultura, igualmente española, camina en un sentido distinto al de la cultura de aquellos artistas: no comparten con ellos sus referentes. Estar al día de lo que sucede en las rutas ciclistas es cultura. Conocer la discografía de Aerosmith, la lista de ganadores de Operación Triunfo, o la tabla de precios de una peluquería canina es también cultura.

Albéniz

A nivel internacional, Isaac Albéniz está considerado como uno de los grandes músicos españoles de todos los tiempos. Aún más, se le considera uno de los mejores músicos de todos los tiempos -sin la etiqueta «españoles»-. Albéniz reinventó la música española. Lo hizo a finales del siglo XIX, es decir, no hace tanto. Y lo hizo en menos de 50 años, los que vivió.

Albéniz murió muy decepcionado. Consideraba que España era esa «morena ingrata» a la que había dedicado su vida y que no le devolvió ni siquiera el reconocimiento. Y eso que Albéniz, para componer, bebió de la música tradicional española. Cabría suponer que así, basándose en el folclore, conectaría mejor con el público, pero no. Una sociedad ocupada en otros menesteres no supo apreciar lo que tenía.

Hoy Albéniz goza de un cierto reconocimiento en España. Sus músicas al final trascendieron, como era natural y ahora a todos nos suena, por lo menos, su «Asturias». Sin embargo, si preguntáramos a 100 adolescentes españoles -al azar- que quién fue Albéniz, probablemente la gran mayoría respondería con un lacónico «no sé».

Televisión Española tiene en su página web un documental sobre Isaac Albéniz que se llama «Los colores de la música». Se puede ver gratuitamente, en cualquier momento.

Las tetas

Hay otro documental en la web de TVE titulado «Tetas: un valor en alza». También se puede ver gratuitamente, en cualquier momento. Habla, como cabría esperar, de la importancia que tienen los pechos en la vida de las personas. Aborda temas como la cirugía estética, los cánones de belleza, la politización del cuerpo, la construcción de la identidad conforme a la percepción de los demás… Es un documental interesante el cual, si bien no profundiza en exceso, ofrece al menos algunas pinceladas de este fenómeno.

Pero, sobre todo, lo que consigue el documental es acercarnos al modo de ser de gran parte de nuestros vecinos (a cierta zona de la cultura). Ver a varias veinteañeras tan preocupadas por su busto -y por cómo les sentaría la ropa con dos tallas más- es llamativo. Oírles decir que con las tetas siliconadas se consiguen mejores puestos de trabajo es… decepcionante. Qué afán de superación.

Crisol 

Y esa es su cultura. Una cultura de una España adolescente que desprecia lo heredado y busca su identidad en lo concreto inmediato, en lo fácil. Una cultura efebocrática -de culto a la juventud- que iguala el éxito personal al número de votos obtenidos en Badoo. Que desprecia a Albéniz mientras paga 6.000 euros por cada teta.

Pero lo más gracioso es mezclarlo todo. Imaginar a estas veinteañeras como si fueran personajes de un cómic: sentadas frente a la tele, viendo el documental de Albéniz. Sobre sus cabezas, un bocadillo -de esos que muestran lo que el personaje está pensando- y en su interior, el dibujo de unas enormes tetas encarnadas.

Albéniz era -y esto es bien sabido- un mujeriego: probablemente, le encantaban las tetas (en esos años también se llevaban gordas). Pero fue capaz de sobreponerse a ellas, a su influjo imperialista; fue capaz de apartarlas de su centro de atención, al menos, durante el tiempo necesario para reinventar la música española. Y reinventándola -olvidándose de tanta teta-, engrandeció la cultura.

 

Culpables

A lo largo de la segunda mitad del siglo pasado se ha tratado de sistematizar los trastornos de la personalidad en grandes síndromes y en más de una ocasión se ha hablado de la depresión -o de la ansiedad- como la «enfermedad» mental -o emocional- más importante del momento. A esto se han añadido estadísticas para hacernos ver que nadie está a salvo de cualquiera de esos cuadros conflictivos.

Cada vez hay más personas que caen en un estado depresivo importante, o que entran en crisis agudas de ansiedad, sin conocer el motivo de los mismos. Pero siempre hay un motivo. A veces es consciente o reactivo de una situación concreta, pero otras su etiología es inconsciente.

La mayoría de los conflictos de personalidad, estados depresivos, o crisis de ansiedad, provienen de la capacidad que algunas personas tienen para sentirse culpables, lo cual genera una tendencia inconsciente al auto-castigo.

Vivimos en una sociedad de la que no podemos sustraernos. En esta sociedad hemos nacido, hemos sido criados, educados y condicionados, y por tanto, todo lo que ha influido en nuestra biografía también lo ha hecho en nuestra personalidad.

El hombre es culpable de lo que le ocurre -enfermedad, sufrimiento,  muerte-, por haber contravenido las leyes que imperaban en el Paraíso. Eso -de manera inconsciente- es algo que llevamos adherido a nuestra existencia y potencia -sin darnos cuenta- y –en muchas ocasiones- se traduce en un sentimiento de culpabilidad.

Por otro lado, subliminalmente, existe la lectura relacionada con el tabú sexual. Esta lectura dice que el mal que ha generado el hombre al privarse de la vida eterna -y de su morada en un continuo paraíso- es su deseo sexual. De ahí la cantidad de conflictos de esta índole y los frecuentes sentimientos de culpabilidad y frustración que muchos padecemos respecto a nuestros propios deseos y necesidades en este ámbito tan natural del ser humano.

¿Quién no conoce el mito de Adán y Eva, la Serpiente y el Paraíso? La cultura cristiana ha generado una sensación de desfondamiento precisamente con este mito. Ambos conceptos –sexo y culpa- están siempre presentes en el mundo en que vivimos y han sido ampliamente tratados, tanto por la filosofía, como por la teología, o incluso la literatura.

El sentimiento de culpabilidad inconsciente se encuentra encerrado en esa zona de la personalidad que Sigmund Freud llamó el “Ello”, y con frecuencia tiene una réplica en la conciencia en forma de autocastigo. Pensemos, como ejemplo, en algunas situaciones que viven muchos seres humanos y que con frecuencia nos resultan inexplicables desde el punto de vista de la lógica: Personas que -sin desearlo- continuamente se implican en situaciones que les acarrean cientos de problemas; personas que se niegan el éxito, teniendo todo a favor para conseguirlo; personas con una actitud negativa hacia la pareja, a la que aman con fervor… Son reacciones aparentemente contradictorias, que llevan en la mayoría de las ocasiones al individuo a una negación de la felicidad –o al menos de una felicidad temporal: la única forma de felicidad posible para los seres humanos-.

Existe otro factor que suele generar sentimientos inconscientes de culpa: el chantaje emocional. Con frecuencia, este chantaje es involuntario y producto de una necesidad de protección exagerada hacia la persona a la que se chantajea; o bien consecuencia de una actitud egoísta del que chantajea. Por ejemplo, esas madres que -para que los hijos tengan los comportamientos deseados- se quejan de sufrimiento moral o físico cuando esos mismos hijos no ceden a sus requerimientos. O esa mujer -o ese marido- que entran en estado de melancolía cuando la pareja es capaz de disfrutar de su propio espacio.

Pero también existen los chantajes conscientes, voluntarios, muy sutiles y contaminantes. Estos se realizan con plena actitud, casi maquiavélica, por parte del chantajista y siempre para tener dominado al chantajeado. Suele ocurrir con más frecuencia en relaciones de pareja y en relaciones laborales. En estos casos, el chantajeado, si es persona de carácter débil, acaba por crearse sentimientos de culpa que le llevan a debilitarse todavía más y a manifestar comportamientos auto-punitivos.

Descubrir los propios sentimientos de culpabilidad inconsciente lleva a la persona a lograr una autonomía de pensamiento y acción, a alcanzar la confianza en sí misma, a aumentar su autoestima y -sobre todo- a dejar para siempre la tendencia al autocastigo, lo cual generará una calidad de vida emocional que le permitirá dirigir su propia existencia.

Electric nightsNoches eléctricas

Report on the exhibition «Electric Nights: Art & Fireworks», organized by Centre for Art Education and the Centre Pompidou in Paris. Through the statements of its curator, Philippe Alain Michaud, know a new perspective of the film, that is, the film and fireworks.
Client: Laboral Center for Art and Industrial Creation.Reportaje sobre la exposición «Noches eléctricas: Arte y Pirotecnia», organizada por Laboral Centro de Arte y el Centre Pompidou de París. A través de las declaraciones de su comisario, Philippe Alain Michaud, conocemos una perspectiva novedosa del cine, esto es, el cine como espectáculo de fuegos artificiales.
Cliente: Laboral Centro de Arte y Creación Industrial.

Noches eléctricas toma su nombre de una película de 1928 de Eugene Deslaw, en la que este último escenifica, como en un espectáculo de pirotecnia, la iluminación nocturna, los letreros de neón y los escaparates de París, Berlín y Praga. Al igual que los fuegos artificiales, el cine es una proyección intermitente y efímera de luz en la oscuridad. A través de una selección de obras de la colección del Centre Georges Pompidou, la exposición pretende mostrar, mediante los recursos visuales de la pirotecnia, la continuidad que existe entre los espectáculos de fuego y el arte de las imágenes en movimiento: flores, estrellas, lluvia, fuego, tormentas, fuentes, volcanes…
La exposición comienza con una serie de grabados franceses de la época clásica y de estampas japonesas que representan fuegos artificiales, así como con un conjunto de fotografías que introducen una importante selección de películas experimentales y de obras contemporáneas de Brion Gysin, Ange Leccia, Ana Mendieta, Yoko Ono, entre otros.
Presentada en plano abierto y concebida tanto a modo de paseo y entretenimiento, como de exposición clásica, la muestra funciona conforme al principio de los fuegos artificiales, alternando instalaciones con proyecciones. Las imágenes en movimiento se presentan en pantallas de distintos formatos que cuelgan, a diferentes alturas, en el espacio. El principio de visión horizontal resulta así alterado y recorremos la exposición como si asistiéramos a un espectáculo de fuegos artificiales: mirando al cielo.

Comisarios: Philippe-Alain Michaud, Laurent Le Bon, Benjamin Weil

Artistas: Constantin Brancusi, Brassaï, John Cale, Claude Closky, Eugene Deslaw, Audouin Dollfus, Helga Fanderl, Fischli/Weiss, Cai Guo-Qiang, Brion Gysin, Andor Kertész, Ange Leccia, Jean le Pautre, Claude Lévêque, Rose Lowder, Anthony McCall, Dora Maar, Ana Mendieta, Laszlo Moholy-Nagy, Yoko Ono, Anri Sala, Roman Signer, José Antonio Sistiaga, Israël Sylvestre, Rui Toscano, Apichatpong Weerasethakul, Cerith Wyn Evans

AULES. Chapter 1: «PARTICIPATE»AULES. Capítulo 1: «PARTICIPAR»

First chapter of the documentary series «Aules,» a tour of various schools of the Principality of Asturias that test different models of teaching. A list of good educational practices.
In this case, we visited the Infant School Gloria Fuertes, in which parental involvement in children’s activities is characteristic, as collaborate with teachers and daily close. As an example, we will celebrate the traditional festival of «Amagüestu.»
Client: Laboral Center for Art and Industrial CreationPrimer capítulo de la serie documental «Aules», un recorrido por distintos centros educativos del Principado de Asturias que ensayan diversos modelos de enseñanza. Un catálogo de buenas prácticas educativas.
En este caso, visitamos la Escuela Infantil Gloria Fuertes, en la que la participación de los padres en las actividades de los hijos es característica, puesto que colaboran con los profesores estrecha y cotidianamente. Como ejemplo, les vemos celebrar la fiesta tradicional del «Amagüestu».
Cliente: Laboral Centro de Arte y Creación Industrial

AULES. Capítulo 2: «CULTIVAR»

Segundo capítulo de la serie documental «Aules», un recorrido por distintos centros educativos del Principado de Asturias que ensayan diversos modelos de enseñanza. Un catálogo de buenas prácticas educativas. En este capítulo, visitamos el Colegio Público «Clarín» y nos adentramos en su cultura «bio».
Cliente: Laboral Centro de Arte y Creación Industrial.