A currar

Más confío en el trabajo que en la suerte
Proverbio latino

Rico o pobre, poderoso o débil, todo hombre ocioso es un ladrón
Jean Jacques Rousseau (1712-1778)

Trabajar dignifica, trabajar te hace libre, trabajar bla bla bla. Está claro que el trabajo es uno de los grandes temas para el ser humano. Hay quien trabaja por dinero, por placer, por realización personal o por obligación… Hay quien no trabaja, porque no quiere; quien quiere trabajar y no puede… Y hay quien ni siquiera sabe lo que es trabajar. De estos últimos hablaremos.

Los «steven spielbergs»

Centrándonos en el sector audiovisual -que es el que conocemos-, a poco que observemos, veremos que en él concurren animales de muy distinto pelaje. No es lo mismo coger la cámara y marcharse a cubrir la guerra en Crimea, que enrolarse en una teleserie casposa. Allí, en la teleserie, se vive bien -mucho mejor que en Crimea- y se trabaja ciertamente poco. Aunque pudiera parecer que la carga laboral es extenuante, en producciones medianas y grandes, el trabajo está tan estratificado, hay tantas personas implicadas, que la mayor parte del tiempo se pasa esperando. El que se encarga de enfocar no tiene nada que ver con el que dirige a los actores, o con quien los maquilla, los ilumina, o quien elige los escenarios. En Crimea es diferente. El profesional que viaja a una zona en conflicto (por seguir con el ejemplo) debe ser absolutamente autónomo, polivalente -un «hombre orquesta»- y con frecuencia una persona es capaz de obtener mejores resultados por sí sola, que veinte steven spielbergs de aquellos.

Autocomplacencia

Y esto se debe a la percepción que cada uno tiene de su propio trabajo. Para muchos -para demasiados- lo importante del medio audiovisual es lo que éste puede aportar a sus propias vidas, en términos de estatus socioeconómico (fama, prestigio, posición social, riqueza…) En la época del aparentar, hacer cine queda bien, con los amigos, con la familia, con las chicas en el bar; decir que he sido «director de producción» en tal o cual proyecto, ya hace que los demás me perciban como a alguien «importante», «con contactos», como a un «triunfador». Y si consigo engañarme a mí mismo, me irá bien engañando a los demás.

Los pasolinis

Para otros, evidentemente, el trabajo audiovisual es una tarea de responsabilidad y como tal, sacrificada, desagradecida, dura. Lo importante no es la medalla, sino la obra, y las cosas se hacen a base de esfuerzo, desde una intensa formación previa («el oficio») y con una humildad ante el resultado que no es sino reconocimiento a los genios que nos precedieron.

Por eso, a los que día a día nos esforzamos por hacer mucho con muy poco, nos molesta profundamente esa gente con ínfulas que no sabe lo que es trabajar. Nos molesta que consigan engañar a los demás, contándoles milongas, haciéndoles creer que se necesita un equipo de veinte personas para hacer algo que con dos profesionales de verdad se resuelve; que se apropien espacios que no les corresponden, que nos roben las subvenciones a base de fiestas y gin-tonics -para organizar más fiestas y tomar más gin-tonics- y lo peor, lo que más nos duele y molesta, es que estén tan contentos de haberse conocido.

Claro que a los pasolinis nos engañan poco, identificamos a estos especímenes a la primera: basta con ponerles a currar.

No hay bien que por mal no venga

¿O era al revés? Bueno, el caso es que el bien y el mal parecen estar estrechamente unidos, de modo que lo que a mí me perjudica bien puede beneficiar a otro y viceversa.

Grant Thornton es una organización multinacional que surge en Chicago allá por el año 1924 y que, tras sucesivas fusiones, establece su sede principal en Londres. Según su página web, tiene presencia en 113 países, con un total de 521 oficinas (diez en España) que dan trabajo a más de 30.000 personas. Su negocio es, básicamente, la auditoría, el asesoramiento y el apoyo [financiero] a empresas emergentes.

Grant Thornton publicaba recientemente el vídeo que abre la página. Se trata de una animación «stop motion» -muy entrañable por tanto- en la que, por boca de un teórico español -perfecto angloparlante por cierto- se enumeran algunas de las magníficas oportunidades de negocio que hoy hay en España, a pesar de la crisis y también -esto no se dice, pero se indica- gracias a ella. Telefónica, Indra, Repsol, encarnan en este vídeo el saber hacer español, el poder de nuestra patria, nuestra grandeza. Ellas (estas grandes empresas) son los héroes de nuestro tiempo, los que demuestran que se puede crecer y medrar hasta en las condiciones más adversas.

Frivolidad

El mensaje es por eso de una frivolidad que asusta. Decirle a un pensionista, el cual vive con 500 euros al mes y tiene que pagar parte de sus medicamentos, o a un parado, o a un desahuciado, o a un estafado por las preferentes, que la crisis trae magníficas ventajas y oportunidades y que sólo es cuestión de ver el vaso medio lleno, en lugar de verlo medio vacío, es la definición de la desfachatez. Del mismo modo, encumbrar a empresas multinacionales que evidentemente se están lucrando gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos, a la reforma laboral, a los expedientes de regulación de empleo, es una falacia de tomo y lomo. Y sin entrar en muchos detalles -porque igual que no se debe encumbrarlas, tampoco se debe demonizarlas-, diremos que Repsol, por ejemplo, no es tan española como se dice, ni contribuye a las arcas españolas como debiera, y que Indra obtiene buena parte de sus beneficios de la venta de armamento a países del Medio Oriente.

Correr delante de los toros

Pero como, según el vídeo, los españoles corremos delante de los toros por diversión y tenemos lo que hay que tener, no debemos quejarnos o lamentarnos, sino aprender a mirar las cosas desde otro punto de vista, imitar a esos héroes que triunfan en el extranjero y dejarnos de manifestaciones o huelgas -o lloriqueos-, como la de ayer. Porque si nos manifestamos o nos quejamos seremos los culpables de nuestra propia miseria, por no haber sabido mirar la brillante realidad y el esperanzador futuro que ante nosotros se cierne.

Optimismo e ingenuidad

Y así, un vídeo que parece inocente, ingenuo, que aparentemente pretende insuflar en la población española una buena dosis de optimismo, se convierte en el mal en estado puro.

No es que no seamos optimistas, no, es que no nos harán comulgar con ruedas de molino.

#sisepuede

El rollito

Con el lanzamiento, hace pocos años, de la Canon EOS 5D Mark II (una cámara de fotos reflex digital que permitía grabar vídeo de buena calidad en alta definición) se marcó un antes y un después en la producción audiovisual. Tradicionalmente, SONY, Panasonic y JVC habían controlado el mercado de cámaras de vídeo, tanto a nivel profesional -con cámaras de 15.000 euros en adelante- como a nivel prosumer (semiprofesional) – con cámaras de hasta 7.000 euros-. La nueva Canon no intimidó a estos fabricantes, que le restaron importancia pensando que se trataba de otra cámara de fotos. Pero lo que no tuvieron en cuenta fue lo que nosotros llamamos «el rollito».

¿Y qué es el rollito?

«El rollito», básicamente, es una estética que las cámaras reflex sí consiguen y que las cámaras tradicionales de vídeo no. Cualquier espectador de cine habrá visto que en las películas, muchas veces, parte de la imagen está desenfocada. Esto permite resaltar ciertos elementos sobre otros. Por ejemplo, en una conversación, la cara del personaje estará enfocada y el fondo, desenfocado (borroso). En fotografía, esta parte enfocada recibe el nombre de «profundidad de campo».

Las cámaras de fotos (reflex) tienen una profundidad de campo muy pequeña, parecida a la de las cámaras de cine (por lo que en sus imágenes hay muchos elementos desenfocados) y sin embargo, las cámaras de vídeo -sobre todo a nivel prosumer- tienen una profundidad de campo mucho mayor (y por tanto, toda la imagen suele estar enfocada). Esto se debe al tamaño del sensor (CCD o CMOS). Las cámaras de vídeo normalmente llevan tres sensores pequeños y las cámaras reflex llevan un único sensor, pero más grande.

Este fenómeno, que tradicionalmente se había considerado un fallo del cine -ya que complica mucho el manejo de la cámara-, en realidad asemeja las imágenes cinematográficas -o las grabadas con reflex- a la visión humana. Además, los más de cien años de evolución del cine nos han acostumbrado a esta estética por lo que, cuando vemos una imagen con partes desenfocadas, nos parece mucho más «cinematográfica» -más bella- que una en la que todos los elementos están enfocados.

La publicidad, los videoclips y otras producciones en las que prima la estética han utilizado tradicionalmente este recurso, frente a otras producciones televisivas -informativos, programas, etc-, que se han beneficiado de la comodidad que supone tener una mayor profundidad de campo. Esto también ha reforzado la percepción de que una imagen es más bella -más artística- cuanto más «rollito» tenga.

DSLR y tal

En el sector profesional -sobre todo cuando hablamos de producciones de bajo presupuesto-, las cámaras reflex digitales (denominadas DSLR) han sustituido en gran medida y en pocos años a las cámaras de vídeo. Y es que, pudiendo emular la estética cinematográfica (conseguir «el rollito») con una cámara que cuesta menos de 3.000 euros, ¿quién va a comprar una cámara de vídeo? Además, a estas nuevas cámaras se les puede acoplar una amplia gama de objetivos que dan una mayor versatilidad a las producciones, lo que no pasaba con las cámaras prosumer de vídeo.

Pero claro, no dejan de ser cámaras de fotos. Y grabar con una cámara de fotos es muy incómodo. Por ejemplo, en la citada Canon no se puede escuchar el sonido mientras que se está grabando. Tampoco se puede conectar a ella micrófonos profesionales. Además, hay que grabar a pulso -no sobre el hombro como con las cámaras de vídeo- y las grabaciones tienen una duración límite de 20 minutos seguidos, ya que las tarjetas de memoria que usa están formateadas en FAT32 y no permiten archivos mayores de 4GB. Por si esto fuera poco, el formato de vídeo que emplea es h.264, lo cual impide una efectiva corrección de color en la fase de postproducción.

Por supuesto, el mercado es pujante y en poco tiempo se ha inventado toda clase de accesorios para mejorar la ergonomía y conectividad de estas cámaras (ver foto).

No obstante, muchos de los problemas -como el formato de vídeo o la limitación de los 20 minutos- no quedan resueltos con estos armatostes y además, los accesorios encarecen mucho el equipo.

Los grandes fabricantes de cámaras (SONY, Panasonic…), al ver que se les estaba escapando buena parte del mercado, han reaccionado, pero a trompicones. Han intentado incorporar «el rollito» a cámaras de vídeo de este rango de precios, como por ejemplo la Panasonic AG-AF100 o la SONY NEX-VG20. Sin embargo, ninguna de estas cámaras ha conseguido desbancar a las DSLR de su posición preeminente, ya sea por ergonomía, conectividad o precio.

La gran esperanza prosumer

Dicho todo lo anterior, ¿cómo sería la cámara perfecta para un prosumer? Para empezar, debe tener «el rollito», claro. Debe ser ergonómica, es decir, cómoda para grabar a hombro, para enfocar y para ver lo que se está grabando desde cualquier posición. Conectividad, monitorización de audio, ópticas intercambiables, un formato de vídeo que permita una buena corrección de color, gestión de archivos, medidores de señal (histograma, monitor en forma de onda)… Y un precio inferior a los 3.000 euros.

Por ahora, las que más se acercan a esta utopía prosumer no provienen precisamente de las marcas que todos podríamos esperar, sino de otras menos especializadas, como Blackmagic (empresa tradicionalmente centrada en la fabricación de capturadoras de vídeo) -con su Blackmagic Cinema Camera-, o Bolex (empresa que se hizo popular en los años 70 y 80 con sus cámaras caseras de 8 y 16mm). Ninguna de estas cámaras ha salido aún al mercado. De hecho, en el caso de la Digital Bolex, su lanzamiento está condicionado al éxito de su actual campaña de financiación colectiva.

En Canon, que no son tontos, han visto que empresas pequeñas estaban conectando mejor con las necesidades del usuario, sobre todo en lo relativo al formato de vídeo, así que han reaccionado con su Canon 5D Mark III, que emplea el codec All-I -especialmente pensado en la corrección de color-, y además permite la monitorización del audio.

Conclusiones

Como conclusión, podríamos decir que la utopía está a la vista, pero no presente. Parece que, hoy en día, a la hora de comprar una cámara de este rango, siempre tenemos que sacrificar algo, ya sea comodidad, calidad del vídeo, o el propio «rollito».

Y por otra parte, nos gustaría desenmascarar «el mito del rollito». Y es que no todo lo grabado con DSLR es artístico, por mucho «rollito» que tenga (ver vídeo), ni todo lo exento de «rollito» carece de Arte.

Confianza

En las «terapias de grupo» a menudo se realiza el siguiente ejercicio: uno de los pacientes se coloca de espaldas a sus compañeros y se deja caer, con la esperanza de que ellos lo sostengan antes de chocar contra el suelo. El ejercicio trata de poner a prueba y reforzar su confianza. El grupo siempre lo sostiene, sin excepción, pero el paciente no siempre consigue reunir la confianza necesaria para entregarse a sus compañeros.

El ejercicio se repite varias veces con cada persona y es progresivo, es decir, el grupo cada vez tarda más tiempo en rescatar al paciente, dejan que se aproxime más al suelo antes de sujetarlo.

Hay un punto crítico que demuestra la verdadera confianza en el grupo. Si uno se deja caer de espaldas -hagan la prueba-, puede oscilar unos 45 grados antes de perder definitivamente el equilibrio. A lo largo de esos 45 grados de inclinación, se pueden tomar medidas correctoras, es decir, doblar el cuerpo, echar un paso atrás -arrepentirse- pero, más allá de ese punto, la colisión contra el suelo, si no hay alguien para sostenernos, resulta inevitable. Es el punto de no retorno. Traspasar ese punto significa entregarse de verdad. Confiar.

Confianza aplicada

«Capturing the Friedmans» (2003) es el título del primer documental del estadounidense Andrew Jarecki. Narra la historia de una familia de clase media-alta de Long Island que, de la noche a la mañana, se ve envuelta en una turbia trama policial. Acusado de abusos sexuales a menores, el padre, Arnold Friedman, se enfrenta no sólo a una condena equivalente a la cadena perpetua, sino muy especialmente al linchamiento público.

Sin pruebas concluyentes, más allá de retazos de verdad, declaraciones inconexas y toneladas de prejuicios, la familia se esfuerza por entender lo que sucede y -quizás con ese propósito- graba en vídeo buena parte del proceso. El espectador asiste así, en primera persona, al desplome de una familia modelo, al derrumbe de todo un sistema de valores cuya base principal era (es) la confianza mutua.

Precisamente de eso, de confianza, habla la película. Y lo hace de tal modo que es el propio espectador quien la experimenta: des-confianza en los acusados, des-confianza en los acusadores, des-confianza en el proceso legal, en los abogados, en los detectives, des-confianza en los jueces, y des-confianza, en definitiva, en el conjunto de la especie humana.

Pero nada hay más duro que desconfiar de las personas más cercanas. Desconfiar de tu padre… Desconfiar de tu marido, de tu hijo… Uno no puede vivir así, no se puede sufrir tanto. Por eso, cuando el paciente (el hijo, la mujer, el hermano) se entrega, cuando ha alcanzado un cierto punto -de no retorno-, cuando uno ya ha puesto toda su vida en manos de los demás -cuando se ha rendido- no es posible recapitular, retractarse, echar marcha atrás.

Aunque todo el mundo te diga que estás equivocado.

Y aunque mueras en el intento.

 

Entrevista al director (en inglés)

Web oficial

Psiquiatría, cienciología y mala vida

«Odio ser bipolar: es una experiencia maravillosa» (Chascarrillo popular)

La CCHR (Comisión Ciudadana en Defensa de los Derechos Humanos) es un «grupo de presión» -o «lobby», si se prefiere- vinculado a la Iglesia de la Cienciología. Su objetivo, desde su constitución en 1969, es investigar y denunciar violaciones de los Derechos Humanos en el campo de la Psiquiatría. Cuenta con unas 300 sucursales en todo el mundo.

En el año 2006, este grupo de presión publicaba el documental propagandístico «Psiquiatría: una industria de la muerte» el cual, como su nombre indica, ataca a esta rama de la Medicina. CCHR tacha a la Psiquiatría de pseudo-ciencia, la alinea con el nazismo, con las peores dictaduras y guerras de la Historia, con el asesinato, el genocidio y la tortura; acusa a los psiquiatras de narcotraficantes… Y lo peor de todo es que tiene motivos para ello.

Desde sus primeros orígenes, vinculados a los manicomios y casas de orates, la Psiquiatría no sólo se ha mostrado altamente ineficaz para sanar a los pacientes, sino que además sus técnicas han estado estrechamente vinculadas al dolor físico, a la mutilación y a la merma de capacidades del individuo -electro-shock y lobotomía son dos buenos ejemplos de esto-. Por otra parte, la reclusión y el tratamiento forzosos del enfermo -como consecuencia de su falta de juicio- la convierten en una disciplina autoritaria e ineluctable.

Si, después de esos primeros años -o siglos- de «tanteo», la Psiquiatría se hubiera convertido en lo que anhelamos que sea, es decir, en una Ciencia que diagnostica, trata y cura enfermedades reales, quizás podría disculparse su desmañado origen. Pero, desgraciadamente, no es así. Y ya no es porque lo diga esta película, que denuncia una «invención» continua de nuevas enfermedades sin más fundamento que el de la venta de narcóticos (por intereses comerciales y de control social), sino porque la Psiquiatría está, aún hoy, absolutamente desorientada. Y es muy peligrosa.

En esta entrevista, el psiquiatra gijonés Guillermo Rendueles denuncia con contundencia la actual situación de la Psiquiatría. Asegura, basándose en sus 30 años de ejercicio, que hoy en día se prescriben toneladas de narcolépticos para males que no tienen base médica, sino social, económica, o existencial. La desintegración del tejido familiar y de las redes sociales -y no nos referimos precisamente a Facebook, sino más bien al grupo de amigos de toda la vida- han provocado que las personas acudamos al médico, al psiquiatra, en busca de un apoyo que no le corresponde prestarnos. Y el psiquiatra, motivado por diferentes intereses -entre los que destaca el económico- prescribe antidepresivos y ansiolíticos a mansalva. El paciente no se cura -pues no hay cura médica contra la infelicidad-, pero afronta su cruda situación personal con una distancia que le permite sobrellevarla.

No incurriremos aquí en el mismo error que el «documental» al que nos referimos. Ni se nos ocurriría afirmar que la enfermedad mental no existe y tampoco demonizaremos a un sector completo, respetable, como el de los psiquiatras, porque no lo merecen. Muchos de ellos se esfuerzan por sanar a sus pacientes del mejor modo posible, investigan las causas de sus males, son íntegros, competentes, cabales. Los trastornos mentales son una realidad muy dura que afecta no solo a los pacientes, sino muy especialmente a sus familiares. Y negar que estos trastornos existen, o que muchos especialistas están comprometidos en su cura, sería tremendamente injusto. Pero hay que poner las cosas en su contexto. Y para ello, la entrevista a Rendueles -cuya lectura recomendamos enfáticamente- y este documental -cuyo visionado recomendamos con menos énfasis- pueden resultar útiles, siempre y cuando no nos volvamos locos y nos dé por hacernos cienciólogos.

Subtítulos a oído

Youtube ha puesto en marcha recientemente, en una versión de prueba, «Automatic captions», una utilidad que detecta las palabras pronunciadas y las transcribe, convirtiéndolas en subtítulos para los vídeos; es decir, que crea subtítulos «a oído» automáticamente.

Si a esta nueva herramienta le añadimos la traducción simultánea de subtítulos, que ya existía en Youtube, podemos conseguir que un vídeo en japonés, por ejemplo, se subtitule automáticamente en español.

El avance que ofrece «Automatic captions» es enorme, evidentemente. Ser capaces que conseguir cualquier contenido traducido a cualquier idioma, automáticamente… es algo increíble. Y es tan increíble porque, en parte, es algo -todavía- imposible. «Automatic captions» de momento sólo está disponible para audios en inglés de determinados canales (UC BerkeleyStanfordMITYaleUCLADukeUCTVColumbiaPBSNational Geographic). Además, no siempre transcribe correctamente las palabras (depende mucho de la dicción del orador). Y cuando ese texto transcrito «a oído», lo traducimos automáticamente, la barca ya empieza a hacer muchas aguas, a menudo se pierde el sentido de las frases.

No obstante, el esfuerzo de Google-Youtube es digno de alabanza. Para hacer las cosas bien, en general es necesario hacerlas primero mal. Y en eso estamos.

Os dejamos un pequeño tutorial para que os familiaricéis con la nueva herramienta:

 

Contacto: Iñaki Arteta

Entrevista en audio al director de cine Iñaki Arteta, autor de documentales como «El infierno vasco» o «Trece entre mil», a propósito del terrorismo de ETA y sus consecuencias para las víctimas. Hablamos con él de su último proyecto de documental, «1980» y también de otros temas relacionados con el mundo audiovisual: la financiación colectiva, la función social de los documentales, nuevas vías de explotación comercial, etc.

Web oficial 

El mundo después de Megaupload

Tras el cierre, de todos conocido, por parte del FBI, de la plataforma Megaupload -que alojaba miles de películas en su versión «pirata»-, las más importantes webs de descarga directa (Fileserve, Rapidshare, VideoBB…) han retirado de sus servidores buena parte de sus contenidos «pirata», por miedo a una intervención de las Autoridades. Dicha circunstancia ha producido entre los usuarios un resurgimiento de los métodos de descarga P2P (Peer to Peer), como Emule o BitTorrent, sistemas estos que habían sido abandonados, en cierta medida, en pro de las plataformas de descarga directa.

El P2P se basa en el intercambio de archivos entre usuarios, es decir, el material no está alojado exclusivamente en un servidor -como estaba en Megaupload-, sino que está diseminado entre los ordenadores conectados en ese momento. La descarga es, por este motivo, más lenta e insegura que en la modalidad directa, pero a nivel legal, se trata de un sistema mucho más difícil de erradicar y por tanto, más efectivo para el «pirata».

La gran revelación

Si bien el documental es un género que no sólo permite, sino que también demanda al realizador una implicación mayor que otros géneros informativos, y que no sólo permite -sino que también demanda al realizador- un grado de creación artística mayor que otros géneros informativos, el documental no deja de ser un género informativo.

Circula por Internet cierto «documental» titulado «De la servidumbre moderna». Se trata de un vídeo contra el «Sistema totalitario mercantil» -o contra eso tan indefinido que es «el Poder»- en el que se insulta a la población mundial (entre la cual todos podemos incluirnos), llamándonos no sólo «esclavos» o «siervos», sino también «estúpidos, imbéciles, miserables, muchedumbre hipnótica con sueños lamentables, brutos, mediocres» y quién sabe qué más. Se declara que carecemos de criterio propio y que nos mueve la obediencia. Que somos tan necios como para no percibir el «Dogma del Mercado» en el que estamos inmersos. Y bla bla bla.

El ejercicio de creación de estos autores (Jean François Brient y Víctor León Fuentes) se limita a la redacción y locución de ese grandilocuente texto, más o menos lírico -aunque desafortunado-, propagandístico -o casi apologeta de la violencia- y nada informativo -pues nada nuevo aporta-; a la descontextualización de algunas frases de autores famosos; y a la edición -defectuosa- del vídeo. Tanto las imágenes como las músicas que se incluyen están extraídas de películas y discos hechos por otros (por esclavos, si seguimos su doctrina), muy especialmente del documental «Baraka». Por supuesto, como estos productores están en contra de la propiedad, no cuentan con el consentimiento de ninguno de los autores a los que han «fusilado», ni lo quieren.

Los temas que trata este autodenominado «documental» constituyen las grandes preocupaciones contemporáneas, en boca de todos y no precisamente gracias a ellos: la crisis medioambiental, las desigualdades que produce el Capitalismo, la cosificación de la mujer, la alienación en el trabajo, la partitocracia, la manipulación mediática… Podría añadirse a esa lista otro buen número de problemas sociales que el vídeo no aborda, pero que están en todos esos periódicos adictos al «Poder», en infinidad de libros escritos por «siervos» y en documentales producidos por «esclavos sin criterio». Citemos, a modo de ejemplo, el envejecimiento demográfico, la superpoblación mundial, el hiperindividualismo, la efebocracia, o el ascenso de la violencia.

Claro que elaborar un buen documental lleva mucho trabajo. Y para Brient y Fuentes, el trabajo es «un instrumento de tortura». Así que lo mejor, desde su perspectiva, es poner el e-mule a funcionar, irse al bar a tomar unas cañas, encontrar allí los problemas del mundo (como quien descubre el Mediterráneo), garabatearlos en una servilleta, locutarlos con voz grave, y hacer un pastiche con las películas y la música descargada, pastiche que exportaremos en formato de vídeo, o en un rancio «powerpoint», para mayor molestia de nuestros contactos. Luego podremos arrogarnos el mérito de haber generado un movimiento social de liberación de las masas oprimidas, de ser unos de los pocos intelectuales válidos -por lo incomprendidos- del siglo XXI y -consecuentemente- ligar a destajo, como buenos mesías.

Por si aún no ha quedado claro, no recomendamos este vídeo: es deficiente tanto en la forma como en el fondo. Pero si, por manifestar nuestro criterio, se nos va a acusar de imperialistas, de siervos del Capital, de censores -o de algo peor-, tendremos que aceptar la supremacía de estos dos Grandes de la Comunicación y del Pensamiento y salir esta noche a quemar cajeros automáticos, que parece ser la solución.

Menos mal que aún, a pesar de nuestros servilismo y estulticia, nos queda la ironía.

¿Ver vídeo?

Web oficial

Electric nightsNoches eléctricas

Report on the exhibition «Electric Nights: Art & Fireworks», organized by Centre for Art Education and the Centre Pompidou in Paris. Through the statements of its curator, Philippe Alain Michaud, know a new perspective of the film, that is, the film and fireworks.
Client: Laboral Center for Art and Industrial Creation.Reportaje sobre la exposición «Noches eléctricas: Arte y Pirotecnia», organizada por Laboral Centro de Arte y el Centre Pompidou de París. A través de las declaraciones de su comisario, Philippe Alain Michaud, conocemos una perspectiva novedosa del cine, esto es, el cine como espectáculo de fuegos artificiales.
Cliente: Laboral Centro de Arte y Creación Industrial.

Noches eléctricas toma su nombre de una película de 1928 de Eugene Deslaw, en la que este último escenifica, como en un espectáculo de pirotecnia, la iluminación nocturna, los letreros de neón y los escaparates de París, Berlín y Praga. Al igual que los fuegos artificiales, el cine es una proyección intermitente y efímera de luz en la oscuridad. A través de una selección de obras de la colección del Centre Georges Pompidou, la exposición pretende mostrar, mediante los recursos visuales de la pirotecnia, la continuidad que existe entre los espectáculos de fuego y el arte de las imágenes en movimiento: flores, estrellas, lluvia, fuego, tormentas, fuentes, volcanes…
La exposición comienza con una serie de grabados franceses de la época clásica y de estampas japonesas que representan fuegos artificiales, así como con un conjunto de fotografías que introducen una importante selección de películas experimentales y de obras contemporáneas de Brion Gysin, Ange Leccia, Ana Mendieta, Yoko Ono, entre otros.
Presentada en plano abierto y concebida tanto a modo de paseo y entretenimiento, como de exposición clásica, la muestra funciona conforme al principio de los fuegos artificiales, alternando instalaciones con proyecciones. Las imágenes en movimiento se presentan en pantallas de distintos formatos que cuelgan, a diferentes alturas, en el espacio. El principio de visión horizontal resulta así alterado y recorremos la exposición como si asistiéramos a un espectáculo de fuegos artificiales: mirando al cielo.

Comisarios: Philippe-Alain Michaud, Laurent Le Bon, Benjamin Weil

Artistas: Constantin Brancusi, Brassaï, John Cale, Claude Closky, Eugene Deslaw, Audouin Dollfus, Helga Fanderl, Fischli/Weiss, Cai Guo-Qiang, Brion Gysin, Andor Kertész, Ange Leccia, Jean le Pautre, Claude Lévêque, Rose Lowder, Anthony McCall, Dora Maar, Ana Mendieta, Laszlo Moholy-Nagy, Yoko Ono, Anri Sala, Roman Signer, José Antonio Sistiaga, Israël Sylvestre, Rui Toscano, Apichatpong Weerasethakul, Cerith Wyn Evans