Un cadáver exquisito
Estamos bastante tocados, en general. Y queremos estar bien.
Antaño, locos y cuerdos estaban perfectamente diferenciados. El «loco» era «disfuncional» (no trabajaba, se dedicaba a hacer el loco, o se le encadenaba) y los cuerdos eran, por eliminación, todos los demás.
Ahora la cosa ha cambiado. Los considerados «cuerdos» a menudo nos hartamos de ansiolíticos, o desembolsamos sumas astronómicas en la consulta del psicoterapeuta, y no por ello se nos considera «locos». Ahora ya no hay blanco o negro (loco o cuerdo), sino una infinita gama de grises, una relativización de la salud mental que tiene su base en la evolución científica, en los descubrimientos que sobre la psique humana se han venido realizando.
Freud
Freud fue ese eminente loco que puso las cartas sobre la mesa (de hecho, aún hoy, muchos consideran que sus conclusiones son «una locura»). Contra viento y marea, Freud fue capaz de articular una teoría que colocase al «Inconsciente» en el centro del estudio, lo cual, evidentemente, no es tarea fácil. No es fácil porque del «Inconsciente», por definición, no somos conscientes. Y además, en el «Inconsciente» residen todos esos recuerdos olvidados, los deseos reprimidos, los miedos, las envidias, que a duras penas aceptaremos, ni siquiera ante nosotros mismos.
Ocuparse de esos deseos reprimidos, de esa dimensión inconsciente, es -según esta rama del conocimiento- beneficioso para el individuo, ya que identificar lo que íntimamente deseamos -o tememos- es el primer paso para afrontarlo.
Surrealistas
El Inconsciente habla el lenguaje de los sueños, y así se comunica con «nosotros»: a través de sensaciones, de imágenes, de breves destellos, de símbolos. Y es que el humano es un ser esencialmente simbólico.
Los surrealistas, aquellos niños terribles, se propusieron indagar en el Inconsciente para aprovechar -en sus obras de arte- los símbolos que éste maneja. Consideraban, con verdad, que en el Inconsciente se encuentran los símbolos más puros, más virginales, aquellos que no han pasado por el tamiz de la razón, así que emplearon mil herramientas para acceder a él, al Inconsciente: desde los estupefacientes -¡¡absenta!!-, hasta la escritura automática; pasando por la hipnosis, o el popular «cadáver exquisito».
De este tipo de experimentos surgieron imágenes tan poderosas como el ojo de Buñuel o los relojes de Dalí.
Psicomagia
Llegamos a Jodorowsky. Se trata de un artista chileno que, en un determinado momento de su vida, decide emplear su arte para sanar a la gente. Así, emprende el viaje de la Psicomagia, una disciplina que él mismo inventa y que traza una ruta inversa a la de los surrealistas.
Los surrealistas, con sus juegos y brebajes, traían al Consciente lo que había quedado sepultado en el Inconsciente, lo que estaba oculto, para aprovecharlo. Jodorowsky intenta en cambio llevar al Inconsciente símbolos creados conscientemente: depositar allí, en la profundidad del pozo, imágenes que sirvan para sanar a la persona, para sosegar al monstruo interior.
Las críticas a esta perspectiva son muchas. Pero los casos de éxito también lo son.
Pintarse los testículos de rojo, abofetear al padre, robar la ropa interior de la madre… Los rituales psicomágicos son así de extremos, porque tratan de llegar al Inconsciente, penetrar en él, modificarlo. Y el Inconsciente no se anda con medias tintas, necesita emociones fuertes.
Ritos de paso
De manera que estos rituales se convierten para los «pacientes» en ritos de paso, de una edad a otra, de un grupo a otro, de una perspectiva a otra.
Los ritos de paso son una constante en las culturas. Tatuar la piel de un niño significa para los maoríes su acceso a la adolescencia, su abandono definitivo de la infancia. El matrimonio es asimismo un rito de paso para multitud de culturas, que suele aparejar un cambio de residencia, de estatus social, etc. El Brit Mila de los judíos, el Donga de los surma…
En la Europa contemporánea, los ritos de paso han perdido interés. O, mejor dicho, los ritos de paso prescritos por un grupo, por una cultura determinada, gozan cada día de menor seguimiento, en favor de otros ritos de paso con [aparente] carácter individual. El adolescente que se pone un pendiente a espaldas de sus padres, la niña que se tatúa un delfín en el hombro… son ritos de paso que los separan de sus progenitores y los igualan a sus pares. Esto es lo que hace Jodorowsky: proporcionar al individuo un rito de paso «a la carta», especialmente diseñado para él, para que avance, libremente, de una edad a otra.
Carta blanca
Televisión Española también ha asistido a numerosos ritos de paso en los últimos años. Allá por 2009 creó el canal «Cultural.es», en una decidida apuesta por la televisión de calidad. No duró mucho tiempo, su apuesta, ya que en junio de 2010 Cultural.es desapareció. Sin embargo, algunos de los contenidos que este canal albergó pueden aún verse en Internet.
Es el caso de «Carta blanca», aquel programa que en 2006 ideara Santiago Tabernero: misma apuesta por la televisión de calidad, semejante fracaso (sólo se grabaron 13 programas).
El capítulo número dos de «Carta blanca» le daba la palabra a Alejandro Jodorowsky.
Ver «Carta blanca» (Jodorowsky) en la web de TVE – completo
La música, el universo y Kraus
La música es vibración. La musicoterapia es una disciplina que intenta, mediante el uso de la música -esto es, de diversas vibraciones-, restablecer la salud (física, emocional, social…) del paciente.
Con frecuencia, el musicoterapeuta indaga en la identidad sonora del paciente (en su «cultura musical») para traer al presente emociones que se instalaron en su inconsciente, que quedaron tapadas, y así actualizarlas. Por ejemplo, la sintonía de Lucky Luke, la serie infantil de televisión, puede brindarnos una emoción semejante a la que experimentábamos cuando, de niños, la escuchábamos. Y quizás, hacernos llorar.
Vibraciones
Pero la música es algo más que cultura, algo más que memoria: la música, en tanto que vibración, nos afecta a un nivel físico, a nivel material, a nivel energético. Del mismo modo que un ruido fuerte nos hace saltar -sobresaltarnos-, una melodía armoniosa consigue que nos relajemos. Y de ahí el refrán «la música amansa a las fieras».
Sin entrar en demasiados tecnicismos, hay que señalar que existe una teoría científica, la Teoría M, que supone que el universo está vibrando continuamente. Es decir, que todas las partículas del universo serían una especie de «cuerdas» que vibran a una cierta frecuencia. Y nosotros, como parte del universo, también estaríamos compuestos por esas «cuerdas», también vibraríamos.
En esta línea, no deja de asombrar que tengamos un sentido tan desarrollado como el oído, que sirve precisamente para captar esas vibraciones (aunque no todas: pensemos en las ondas de radio), lo cual supone una conexión biológica con lo que no se ve, no se toca, no se huele, pero existe.
Y ahí tenemos el Yoga, con su «Om», que según las religiones dhármicas, no es más que el sonido del Todopoderoso, el sonido primero, el sonido del que emergen los demás sonidos, el sonido del universo.
Universales
Y llegamos a Bobby McFerrin. Es un célebre músico de Jazz, una especie de mago del sonido que consigue conectar con ese «todo cósmico» que nos compone. En cierta ocasión, fue invitado a un congreso sobre neurología en el que se debatía sobre la existencia -o no- de un «coro común», de una identidad sonora universal, al margen del espacio y del tiempo, al margen de la cultura. Bobby McFerrin demostró lo que sabía de la siguiente manera:
Y lo que sabía es que las notas musicales son iguales para todos, son una especie de vibraciones prefijadas por el universo, ordenadas de cierta manera, relacionadas entre sí. La música, en tanto que vibración, es un fenómeno universal.
La Ópera
Pero la música también contiene una importantísima componente cultural. El ‘rap’, por ejemplo, se asocia con un cierto tipo de personas, de vestimentas, de conductas, al igual que el Heavy Metal, o el Gospel. Los himnos, el Canto gregoriano, los ejemplos son múltiples.
¿Y la Ópera? Pues la Ópera (en su vertiente musical), efectivamente, es música culta, música asociada a personas con poder, con prestigio, posición social y riqueza, o al menos así es percibida (desde dentro y desde fuera de esa cultura). Pero en la esencia de la música de Ópera está también la vibración, mucho más pura en este caso, mucho más cuidada, especialmente trabajada. Saber cantar Ópera es saber cantar.
La Ópera busca la perfección, trata de dominar por completo el instrumento vocal, lo cual exige no sólo cualidades innatas, sino muy especialmente años de intensa preparación técnica, una excepcional forma física y un amplio marco de conocimientos intelectuales (idiomas, historia, lírica…) Por eso, el cantante de Ópera es un personaje por lo general refinado, sutil hasta el extremo y culto.
Y Kraus
De entre todos, es el mejor. Los españoles bien podemos enorgullecernos de haber alumbrado a este genio o, mejor dicho, de haber sido alumbrados por él. Porque la voz de Kraus, efectivamente, es luz, es pura vibración cósmica, es voz sin carne, energía que atraviesa el universo para penetrar, a través de nuestros oídos, en el interior mismo de nuestras células, en las «cuerdas» que nos componen.
Haced la prueba: libraos de prejuicios, olvidad vuestra cultura y escuchad una canción de Kraus como si fuerais nuevos en el mundo, como si estuvierais recién nacidos, como meros receptores de una vibración que no se sabe bien de dónde proviene. Notaréis que cala, que se instala en vosotros y que os purifica.
Deberíamos valorar la Ópera, mucho más ahora que, asfixiada por el imperialismo del ‘Marketing’, casi aniquilada por los intereses comerciales, se debate en una guerra a vida o muerte. El cantante de Ópera es un abnegado luchador, un perpetuo aprendiz, y un héroe. En él recae toda esta sabiduría, fruto de milenios de evolución humana: él es el verdadero mesías, el ungido, el iluminado.
El documental que hoy os dejamos habla de él, de Kraus:
Ver documental «Alfredo Kraus, mi propia historia»
Ver ópera «Fausto» de Gounod, con Alfredo Kraus
Y también os dejamos otro sobre los descubrimientos del Dr. Masaru Emoto, a propósito de los efectos que diversas «vibraciones» parecen tener sobre el agua:
Automatismos y esencias
Los documentales que hoy os traemos podrían cambiaros la vida, así que cuidado. Si, por ejemplo, en tu trabajo tienes que sentarte a negociar, descubrirás al verlos que la dureza de la silla es más importante que el precio que ofrezcas. Si buscas novio -o novia- sabrás que, para ligar, es mejor compartir un caldo de pollo que un refresco. Y si lo que quieres es caer bien a alguien, probablemente renuncies a ello, porque esas decisiones se toman en menos de un segundo. Pero dejad que nos expliquemos.
«El cerebro automático»
Es el título de esta mini-serie documental, dirigida por Francesca d’Amicis en el año 2011. Compuesta por dos capítulos, la serie se adentra en las maravillas del pensamiento inconsciente y revela que éste se ocupa de tomar por nosotros el 90 por ciento de las decisiones. Y es que casi todo lo que hacemos es fruto de nuestro inconsciente, o eso dicen…
La lógica del ahorro es la que se impone. Razonar consume muchos recursos (será por eso que algunos nunca lo hacen), así que nuestro cerebro intenta automatizarlo todo, al máximo, para que no tengamos que pensar conscientemente en ello.
El amor (casto) y otras cosas (innombrables)
Porque al parecer, si hacemos caso a lo que nos dice la serie, estamos vendidos. Un sinfín de decisiones inconscientes, basadas en la separación de los ojos, en la forma del mentón, en la actitud del otro, en la situación, en el trance, determinarán con quién nos quedamos a vivir de por vida. De manera que elegir pareja, lo que se dice elegir -libre, racional y voluntariamente-, no elegimos.
Se hace pesada la serie, demasiado ñoña. Los protagonistas de la parte dramatizada son unos personajes angelicales, blancos, casi asexuados, que se dedican a jugar con las plumas de las almohadas, a hacer pompitas de jabón, y que han nacido -tan eslavos ellos, tan rubitos- el uno para el otro. Y además, todos los descubrimientos sobre nuestro inconsciente terminan con un ejemplo de casto amor monógamo.
Esencialismo
Y por esto, hay que decir: «Pues no». No mezclemos churras con merinas (que son dos tipos de ovejas, por si alguien no lo sabe). Está bien claro que muchas de las cosas que hacemos, las hacemos de forma automática. También está bien saber que cuando pagamos con una tarjeta de crédito, por ejemplo, el área de alarma de nuestro cerebro se activa únicamente hasta que nos la devuelven (no así cuando pagamos en efectivo, que salimos de la tienda cabizbajos y dolidos, con menos peso en el bolsillo). Pero estos detalles, que tienen su importancia, no permiten concluir que estemos absolutamente determinados por nuestro inconsciente. Ni aún por la química de nuestros cerebros.
La Antropología -o al menos una cierta rama de la Antropología– se ocupa de prevenirnos contra estos enfoques a los que denomina «esencialistas». Y es que la sexualidad (nada angelical en ocasiones), al igual que otras manifestaciones humanas, está cargada de sociedad, está cargada de cultura -entendida como construcción simbólica, semiótica-, y por ese motivo ahora se llevan tísicas y en el Renacimiento rechonchas. Si todo fuera biología, secreción hormonal, transfusión de sustancias químicas, no habría lugar para el alma. Y el alma, indiscutiblemente, existe. Aunque sólo sea en el imaginario colectivo.
Así que podéis ver la serie, sacar algunas cosas en claro, divertiros con los juegos que propone, pero no os la creáis a pies juntillas, que hay mundo más allá del submundo.
La sociedad del crecimiento
Al final, parece confirmarse que la cosa está mal montada. Y es que, por lógica, una sociedad del crecimiento infinito no es compatible con un planeta de recursos limitados. O eso dicen algunos estudiosos de la materia.
Comprar, tirar, comprar
Es el título del documental que hoy os traemos. Aborda el tema de la «obsolescencia programada», o lo que es lo mismo, la mala calidad -intencionada- de los productos que consumimos. Para los fabricantes es posible producir -siguiendo el ejemplo principal del documental- una bombilla que no se funda. O, al menos, que dure más de un siglo. Entonces ¿por qué se funden? La respuesta es contundente: para que compremos más bombillas.
Podemos imaginar las consecuencias que esta política entraña: a nivel ambiental (toneladas de residuos), a nivel económico (millones de euros desperdiciados cada año) y a nivel moral (la ética del «tente mientras cobro»). Mucho más cuando el fenómeno no sólo afecta a la fabricación de bombillas, sino a la fabricación de cualquier cosa. Y como ejemplo, el titular que se publicaba ayer: «Monsanto [principal productor de semillas a nivel mundial] litiga contra un pequeño agricultor que replantó sus semillas». Ni las semillas están a salvo de esta «obsolescencia programada».
Frente a esto, el gran argumento a favor de la «obsolescencia programada» (y de la «sociedad del crecimiento») es el empleo. Si se fabricaran bombillas cuya vida útil fuera de -no sé- 100 años, inmediatamente quebrarían las empresas fabricantes, y todos los empleados perderían sus trabajos. Pero ésta no parece una razón de peso para mantener un sistema que evidentemente es insostenible, por varias razones. Principalmente porque, si podemos fabricar de una vez -y para siempre- productos que funcionen bien, ¿no es una pérdida de tiempo fabricar porquerías? ¿No podría destinarse esa fuerza de trabajo a tareas realmente productivas? Y además pensemos en el obrero cuyo puesto de trabajo queremos preservar: si -este obrero- no tuviera que comprar continuamente productos que se rompen, necesitaría mucho menos dinero para sobrevivir, ¿o no?
La moda
Eso sí, si lo que queremos es seguir la moda, cambiar una nevera blanca por otra gris -y luego por otra blanca- cada vez que se nos antoja, el camino es el adecuado. Pero la moda es una tirana, una caprichosa, una frívola: es nuestra perdición. Y si no estáis de acuerdo con estas palabras, o si creéis que a vosotros no os afecta, que estáis fuera de la moda, leed esta magnífica ponencia del catedrático Jorge Lozano.
Sociedad del decrecimiento
Así que, para que la cosa funcione, deberíamos empezar a pensar en otros términos. No podemos basar nuestra supervivencia en el crecimiento infinito, en el consumo exacerbado, porque se nos acaba el chollo ya. Ya de ya. Y la «sociedad del decrecimiento» llegará antes o después, lo queramos o no, forzada por las circunstancias -crisis tras crisis tras crisis-. Pero podemos adelantarnos al cataclismo, como individuos y -sobre todo- como empresarios. ¿Cómo? Con sentido común. Comprando productos que no se rompan al cuarto día, reparándolos si se estropean, aferrándonos a ellos sin importar si están o no de moda… Y fabricando responsablemente. De hecho, una empresa que garantice sus productos de por vida (como Waterman o Zippo) puede ser muy rentable: es un importante argumento comercial.
El documental
Quizás se haga corto, pero es correcto, está bien hilado, es entretenido, sorprendente, y aporta claves esenciales para entender el mundo en que vivimos. Además, dirige su mirada hacia realidades denunciables como la de Ghana -gran basurero del mundo-, o memorables, como la antigua Unión Soviética, tan demonizada (con razón en muchos casos), pero también tan ocupada en fabricar, por ejemplo, bombillas de larga duración.
Instrucciones para vencer al Capitalismo
«Para mí, no hay nadie más ladrón que los bancos protegidos». Así resume Lucio Urtubia su opinión a propósito del vigente sistema económico. Pero no vamos a hablar aún de eso…
Ficción colectiva
El dinero, esto se sabe, es una ficción colectiva, al igual que el lenguaje u otras construcciones humanas.
Es sólo como símbolo que el dinero tiene valor, porque el dinero no se come, no se bebe, y no te abraza en las frías noches de invierno. Eso sí, como símbolo, el dinero es tan poderoso que puede intercambiarse por comida, por bebida, o incluso por calor corporal.
Para que algo se convierta en un símbolo, al menos dos personas deben ponerse de acuerdo en su valor simbólico. Una bandera, por ejemplo, es una simple tela coloreada. Sin embargo, en el momento en que las personas le atribuimos valor simbólico, ese trozo de tela pasa a representar aquello que hayamos decidido simbolizar: nuestro equipo de fútbol, nuestro grupo de música preferido, o nuestra nación.
Y sucede con los símbolos que, cuantas más personas se pongan de acuerdo en atribuirles ese valor simbólico, más fuertes son; hasta el punto de llegar a matar (lo cual no es ninguna heroicidad), o a morir por ellos (lo cual sí puede serlo). El símbolo se convierte así en algo más importante que la propia vida, ésa es su fuerza: mayor que la del individuo, mayor que la del tiempo incluso.
Y hay otra cosa curiosa: cuando el símbolo ha echado a andar, cuando el símbolo es fuerte (es re-conocido), no hace falta que esté impreso en ningún soporte material, no hace falta que sea visible, no hace falta. Basta con que lo recordemos para que el símbolo adquiera toda su fuerza: una bandera (por seguir con el mismo ejemplo), después de arder -cuando ya no queda de ella ni la ceniza- sigue siendo un símbolo, quizás incluso más poderoso que antes, precisamente por el hecho de haber ardido.
Así que, efectivamente, el dinero, como otros símbolos, es una ficción colectiva. De las más fuertes que se han inventado, por cierto.
Jaque
El protagonista del documental que hoy os traemos, Lucio Urtubia, tenía esto muy claro: que el dinero no es más que un símbolo. Él no era precisamente un intelectual, pero estaba cargado de sentido común. Y el sentido común dice que aquellos que imprimen el dinero son los que ostentan el verdadero poder, en un sistema capitalista. Así que Lucio averiguó cómo hacer aquello -lo de imprimir dinero- y se convirtió -él mismo- en algo así como un «banco central». Imprimía todo el que necesitaba para sustentar una red anarquista, y lo hacía tan bien, que llegó a poner en jaque al mismísimo City Bank of America.
De este modo, imprimiendo más y más dinero, el símbolo pierde su fuerza, porque lo importante del dinero es que no haya suficiente para todos, ni para todo: ése es su valor simbólico. Si cualquiera pudiera imprimir en su casa el dinero que necesita para hacer la compra, entonces el dinero se convertiría en papel mojado, en un símbolo sin peso, sin fuerza, sin valor; sin significado. Sería el único modo de vencer al capitalismo: imprimir tanto dinero que a todos nos sobrara, que nadie lo quisiera.
Trabajar
Pero Lucio no imprimía dinero para evitar el trabajo, ni mucho menos. No pretendía lucrarse, o convertirse en un holgazán. Él cree -y así es- que el trabajo dignifica al ser humano, que el trabajo es un deber ineludible de todos, y que no importa la posición que ocupes en el sistema, no importa que tengas poder para imprimir todo el dinero que quieras: si no trabajas, no eres merecedor del pan que te alimenta. Y trabajar no es sinónimo de ganar dinero; trabajar es trabajar: esforzarse, perseverar, construir día a día un mundo mejor. Así, aunque no lo tengas, si trabajas, merecerás el pan.
El documental
Por todo lo anterior, está muy bien. Material de archivo, reconstrucciones dramatizadas, una mirada limpia y el retrato humano de un personaje a la vez sorprendente y desconocido -el cual, por cierto, hoy sigue trabajando como albañil- construyen una historia muy bella y cargada de sabiduría.
Desnudarse. Resucitar
Si «Pina» no te emociona, eres una piedra.
No estamos ante un documental cualquiera. Ni siquiera es un documental propiamente dicho, o uno de esos documentales a los que estamos acostumbrados. «Pina» es, ante todo, un homenaje al talento, al esfuerzo -a la dedicación-, a la honestidad y -cómo no- a la danza.
Ah, y a Pina Bausch.
Wim Wenders
Es un perfeccionista. Sus obras no son precisamente oropel, ni efecto o artificio. Sus obras son sencillas, puras, hechas para durar. Y son así porque tiene cosas que decir.
Para cualquiera que se dedique, de un modo u otro, al arte -a la creación-, o para cualquier amante del cine como tal, las películas de Wim Wenders suponen un referente inapreciable, un aliento limpio en mitad de un mundo sometido a la fórmula. Porque la fórmula está bien (la peli de tiros, la de besos, la de miedo, el documental de animalitos…) pero cansa. Y entonces uno busca algo nuevo, algo bueno, algo que diga algo.
Y ahí aparece Wenders, con «El cielo sobre Berlín», con su «Lisbon Story», con «The soul of a man», con «Buena Vista Social Club«… Con cada una de sus obras distinta de las anteriores. Y diciendo ¡tantas cosas! Tantas cosas que estaban por decir…
Y Pina Bausch
Por si no la conocíais, es probablemente la coreógrafa más influyente del siglo XX. El homenaje de Wenders debería bastar para afirmarlo.
Influencia… ¿A qué se debe esa influencia? ¿En qué se basa? ¿Es una cuestión de fama mercadotécnica? ¿O es que hay ciertas personas que de verdad influyen en los artistas de su tiempo, en los venideros, en quienes contemplan sus obras -en sus ideas y perspectivas- en las sociedades y, al fin, en las culturas?
Cuando veáis el documental, percibiréis el profundo amor, la sincera admiración y la infinita gratitud que sus alumnos -¡sus discípulos!- le profesan. Ella les descubrió, a todos y a cada uno, algo esencial que ellos no habían percibido. Ella les enseñó a desnudarse, en primer lugar, ante sí mismos y -después- ante el público, de modo que cada gesto, cada expresión, cada movimiento se convierte en algo puro, en un mensaje que mana del yo y se dirige a otro yo. En un aullido sin máscara. En un cuerpo inocente y desnudo.
Y este yo de aquí que soy yo
Recibe tanta fuerza de esos bailarines que no puede quedarse impávido. Este yo que observa -ese tú- se quiebra en ocasiones, se resquebraja y surge entonces el nuevo yo desnudo; el honesto.
La danza es sorprendente, después de «Pina». La danza es eso que hacemos delante del espejo al despertar por la mañana; es eso que hacemos al acostarnos y es eso que dejamos de hacer cuando morimos. Después de «Pina».
Pina, por su parte, tan humilde, tan pequeña como se sentía, después de morir, sigue bailando; en todos nosotros.
«Dance, dance… Otherwise we are lost». («Danzad, danzad… O estamos perdidos) Pina Bausch
Paraplejia mental
Hay un capítulo de los Simpson («Le encanta volar», 19×1) en el que Homer acepta a un tal Colby Kraus como asesor, como terapeuta, o algo así. Este gurú le ayuda a superar sus complejos, los de Homer, mediante el uso, en todo lugar y momento, de los zapatos que el propio Homer utiliza en la bolera. El Homer-de-la-bolera es un tipo seguro, competente, querido y respetado. Kraus quiere que Homer, fuera de la bolera, siga siendo un tipo seguro, competente, querido y respetado.
Lo consigue, Kraus, durante algún tiempo, y esto se comprueba al ver la cara de satisfacción de Marge después de una apasionada noche de sexo con su marido, siempre calzado, claro, incluso en la cama.
El inconsciente, ese hijo de puta
Luis Cencillo de Pineda, antropólogo, psicólogo, filósofo, escritor, erudito investigador, decía con frecuencia -según personas de su entorno más íntimo- que «el inconsciente es muy hijo de puta». Lo retrataba -al inconsciente- como esa realidad que está siempre controlando, sin que nos demos cuenta, nuestras conductas, a través de deseos, miedos, complejos, delirios… A través de nuestras emociones más profundas. Innatas, unas. Construidas, otras.
El siglo del Yo
Así, hoy os traemos una serie documental producida por la BBC en el año 2002 con el título genérico de «El siglo del Yo«. Son cuatro capítulos, de una hora cada uno, en los que se profundiza en temas tan cercanos para nosotros como la manipulación de eso a lo que se ha denominado «las masas», es decir, la manipulación que nosotros, como masa, sufrimos. Control absoluto sobre la sociedad a través de la propaganda. Qué sentir, qué creer, qué hacer o decir, todo viene, según el documental, dirigido por una élite poderosa que se encuentra en el origen de la información que consumimos. Élite ésta a la que el documental pone nombre y apellidos. Caras. Fechas. Y élite, además, a la que entrevista con profusión.
Se puede recorrer, desde que Freud hablara sobre esas pulsiones inconscientes, el camino que trazaron los manipuladores globales: eso hace el documental, señalar momentos históricos, acciones concretas, que demuestran que la conspiración existe, que los esfuerzos por controlarnos han sido muchos… y efectivos.
Despotismo ilustrado
Porque si en el individuo subyacen pasiones que ni él mismo reconoce, las agencias que se ocupan del orden social deberían tener en cuenta esas pasiones y regularlas, canalizarlas en un derrotero común, por el bien de todos. O eso pensaban estos clarividentes déspotas. Ya Macchiavello puso las cosas en su sitio: «Los hombres juzgan más con los ojos que con la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos pueden comprender lo que ven». Y así es. El hombre culto es aquél que está preparado para juzgar con criterio. El inculto se deja llevar por lo que parece evidente.
El debate es largo, extenso, delicado y peligroso. ¿Es la democracia, como sistema de gobierno, algo legítimo? Alguien que no conoce cómo funciona el sistema, ¿está capacitado para decidir sobre él? ¿Es el sufragio una verdadera herramienta de control? ¿De quién? ¿Del pueblo sobre los gobernantes? ¿O de las élites sobre «las masas»?
De todo esto habla el documental.
Universo propaganda
Y desgraciadamente no podemos analizar la serie completa, todo lo que en ella se apunta, pero podemos asegurar que es un documento de primer nivel, dirigido a aquellos que aún quieren hacer el esfuerzo de pensar con libertad. Los «medios de comunicación de masas» nos han convertido en «masas», y conviene darse cuenta de ello lo antes posible, ahora, mientras aún podamos. Y podemos -todavía- porque ha surgido un nuevo medio de comunicación que ya no es tanto «de masas», como «entre individuos»: Internet. Pero también en Internet se deja sentir el influjo de los grandes manipuladores. También en Internet rigen los mismos principios, la asociación irracional, la simplicidad de los mensajes, la imitación, lo insidioso. Y los pensadores del pueblo, nosotros, los que no tenemos a nuestra disposición grandes herramientas propagandísticas, los que queremos haceros pensar, a vosotros, a los que consideramos nuestros iguales -en lugar de haceros tragar más de lo mismo-, tenemos todo en nuestra contra. Porque el propio sistema se ocupa de hacernos aparecer como una amenaza. Porque demandamos esfuerzo a una población habituada a ser cómodamente manipulada. Porque casi nadie lee este texto hasta aquí.
Falsa democracia, consumismo, prosperidad vacía, existencia esquizofrénica… Creemos que los temas son lo suficientemente importantes como para divulgarlos. Y creemos que vosotros también los reconoceréis así.
Para concluir, os planteamos un último interrogante, a modo de ejemplo: ¿Por qué las drogas siguen estando prohibidas, en su uso recreativo? Su consumo, su posesión, su tráfico. Si nos atrae lo prohibido -y esto se sabe- y conseguir lo prohibido implica un esfuerzo -el de ocultarse, el de desenvolverse entre forajidos, el de pagar-, quizás haya alguien interesado en que consumamos drogas, pero también en que no estén a nuestro alcance inmediato. Para mantenernos ocupados. Para que nos sintamos realizados tras su obtención (qué traviesos, nosotros, qué listillos). Y para que la recompensa a nuestro «saltarse las reglas» sea una buena dosis de incapacidad, de paraplejia mental, de inmovilidad inducida, que siempre viene bien. Pensad sobre ello.
Ver «El siglo del Yo» Capítulo 1
Ver «El siglo del Yo» Capítulo 2
Habitantes
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. (Declaración Universal de Derechos Humanos. Artículo 25.1)
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos. (Constitución Española. Artículo 47)
Dice una de las entrevistadas que solo tomando el Derecho Humano a la Vivienda como punto de partida esencial podremos elaborar una política de vivienda que rompa con el paradigma actual. Un paradigma que se caracteriza, según ella misma, por tener -de un lado- a cientos de miles de familias en la calle y -del otro- millones de pisos vacíos.
Tiene razón.
En los juegos de naipes, la cosa está clara: la carta más alta, gana. Y en el mundo de las leyes sucede lo mismo: la ley más alta, gana. Por eso no todas las leyes -ni todos los tribunales- tienen la misma posición en la jerarquía. La Constitución está arriba, es nuestra norma más importante, y todas las demás están por debajo. Del mismo modo, el Tribunal Constitucional está en la cúspide de la judicatura, y todos los demás se someten a él.
Porque sucede con las leyes algo curioso: que no se pueden contradecir entre sí. Es una regla lógica: todas deben ser coherentes unas con otras. ¿Y en caso de duda? Pues sí, en caso de duda, la más alta, gana.
Sucede además otra cosa con las leyes, y es que tienen algo a lo que se ha llamado «espíritu». Como en las personas, el «espíritu» de las leyes no se puede ver, no se puede tocar ni oler, pero se puede intuir. Y ese «espíritu» es al final el que debe guiar las interpretaciones de la Ley. Pero ahora lo veréis más claro, con el ejemplo que os hemos preparado.
Espíritu, principios y normas
Nuestra Constitución, ya en el preámbulo -pero también en su Artículo 10- abraza la Declaración Universal de Derechos Humanos. De hecho, dice que «las normas relativas a derechos fundamentales […] se interpretarán de conformidad» con dicha Declaración.
Recordemos algo obvio: que los Derechos Humanos son aplicables a cualquier humano, por el hecho de serlo. Y teniendo en cuenta que nuestra Constitución -la española- reconoce esos derechos, podemos concluir que la Declaración de Derechos Humanos -en España- tiene valor de Ley. No una ley cualquiera, sino la más importante, la que está por encima de todas.
Si ése es el espíritu de nuestra Constitución, si esos son nuestros principios fundamentales, ninguna ley española debería contradecir ese espíritu. Y si el Derecho a una vivienda digna está allí contemplado, podemos concluir que ninguna ley que se interponga en el cumplimiento de este Derecho es válida. Ninguna.
Órdago
Así que, con la Constitución en la mano, podemos lanzar un órdago a la grande. Sin miedo. Porque nuestras cartas son las más altas, es imposible que perdamos.
¿Y si nuestro contrincante saca la carta de la Ley Orgánica? Da igual: ganamos. ¿Y la carta del Decreto Ley? Pues ganamos por goleada. ¿Y si recurre a las demás normas, a contratos, a sentencias, o a la mismísima carta a los Reyes Magos? Pues da igual: nuestro órdago prosperará.
Porque no se ha legislado para que todos tengamos una vivienda digna, sino para que todos tengamos el derecho a comprar una vivienda. ¿Y si no podemos comprar ninguna vivienda? Pues a la calle.
Visto así, el panorama cambia. Cualquier acción encaminada a despojarnos de nuestras viviendas, sin realojarnos en una digna, es ilegal. Porque -recordemos- nuestra Ley es la más importante, nuestra Ley gana.
Pero es que, además, desahuciarnos para dejar nuestro apartamento vacío va más allá de la ilegalidad: es una inmoralidad. Y eso no se puede permitir.
PAH
Por lo tanto, la famosa PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) está reivindicando que se cumpla la Ley, nada más. Y de paso, que volvamos a la moral que nos legitima como pueblo, a los principios que nos rigen, al espíritu que nos alienta.
Es un nombre horroroso, PAH. Hubiera sido mejor «Colectivo Vivienda» o simplemente «Habitantes». Porque quizás no todos estemos «afectados por la hipoteca» -de hecho, muchos no podemos siquiera pensar en que nos concedan una hipoteca-, pero todos somos «habitantes», todos necesitamos un techo para guarecernos de este frío. Y todos tenemos derecho a él. Por humanos.
El documental
Es correcto. Alineado, como es lógico, con el colectivo (y por tanto con la Constitución Española), ofrece una panorámica coral de este fenómeno, en la que se escuchan voces cualificadas -un juez, un notario…-, pero en la que sobre todo resuena un trágico aullido de miseria compartida, de injusticia asentada, de pánico.
Es nuestro aullido, el de las víctimas… Bien arropado.
Concejo abierto
La mirada de Tierravoz -ya lo habíamos dicho- es limpia, es honesta, es constructiva. Carmen y César (sus promotores) son nuestros amigos, así que nuestro apoyo a su trabajo se presupone, pero no vamos a tirar de emoción fraternal, sino de argumentos, para defender su obra «Concejo abierto», la cual acaba de ser -a nuestro entender merecidamente- premiada en el Festival de Cine de Gijón.
Lo universal en lo local
Una de las tareas más difíciles para el director de documentales es la de escoger el tema a tratar (y la perspectiva). Los buenos temas, los bien escogidos, ejemplifican dilemas universales a través de hechos particulares. Da lo mismo dónde hayas nacido, o dónde vivas: «Concejo abierto» habla de ti. Habla de lo que no tienes, de lo que podrías tener y por tanto, habla de lo que eres y de lo que podrías (o incluso pudieras querer) ser.
En concreto, «Concejo abierto» se acerca a los vecinos de Madarcos, un pueblo de la provincia de Madrid en el que sus menos de 100 habitantes han tomado las riendas de la administración local. Es pura Democracia participativa: el pueblo gobernando al pueblo. Y por ese motivo, el tema es tan candente que afecta tanto al Presidente de la Unión Europea como al último habitante del planeta, en un momento, además, en que a nivel global se está cuestionando -y atacando con fiereza- las bases del actual sistema socio-económico.
Casos de éxito
Así que, partiendo del ejemplo, del caso de éxito, Carmen y César critican lo depauperado del sistema vigente, sin mencionarlo. Es tanto lo que se puede criticar y condenar -y de hecho se critica y se condena, desde múltiples tribunas- al sistema, que centrarse en retratar sus múltiples injusticias no tiene apenas mérito. Lo difícil es dirigir la mirada a lo otro, a lo bueno, y no por desconocimiento de lo uno -de lo malo-, sino por elección moral.
Es muy inteligente «Concejo abierto». Esperanzador, real, actual, puro.
Y desnudo
Como las grandes obras. Carente de efectos y alejado de efectismos, nada hay de superfluo en este corto documental, ni un plano. Desde el árbol con el que da comienzo -grabado en detalle, en armonía, en un ejercicio poético de gran belleza-, hasta el árbol con el que concluye la pieza y se ilustra la cita de uno de nuestros más grandes historiadores (y etnógrafos) de todos los tiempos: Julio Caro Baroja. Nada es accidental. Todo está hilado, minuciosamente seleccionado y abordado desde la más absoluta pobreza de medios. Es la razón -y la poesía- la que se abre camino por sí sola: no hace falta 3D.
Conexiones
Pero es que, además, «Concejo abierto» es un trabajo que Tierravoz le regala al mundo. Y para eso lo comparte en Internet, lo licencia mediante Creative Commons y lo imbrica en 100jours.org, una iniciativa que durante los primeros meses de 2012 ha publicado en la Red, gratuitamente, un documental por día.
Así que vayan desde aquí nuestro agradecimiento y nuestras más sinceras felicitaciones, no a nuestros amigos Carmen y César, sino a los fabulosos directores de esta pequeña joya documental.
Que viene el Awakening
A lo mejor alguien no se ha enterado todavía: los mayas hicieron no sé qué y el 21 de diciembre hay que agarrarse los machos. O algo así.
Muchas son las doctrinas que se adhieren a este pronóstico maya, que al parecer habla de un cambio brusco en 2012; cambio que unos han interpretado como el Apocalipsis puro y duro (se acabó lo que se daba) y que otros han visto como un «despertar» o, en su versión inglesa, un «Awakening». Todo va a ser diferente, dicen que dicen los mayas.
La cosa ha servido como excusa a feligreses de toda tribu para refrescar sus rituales más rocambolescos. Desde el «Señora, que vienen los marcianos» hasta el «¿Dónde guardaste la cartilla de los ahorros, Manolo?, que te me has muerto y ya no vienes ni a cenar», los médiums y los ufólogos tienen nicho de mercado.
Pero, oportunistas aparte, esta amenaza de «awakening» ha facilitado también que estudiosos de perfil serio hayan encontrado el terreno no sólo abonado para la investigación, sino sobre todo para la divulgación de un cierto tipo de sabiduría ancestral que al parecer nos había sido vedada y que ahora se echa en falta para explicar no sé qué relacionado con el Bosón de Higgs. O algo así. El caso es que los científicos ahora necesitan a Dios.
Energía
O llamémoslo «energía», una palabra con la que parece que nos sentimos más cómodos. La energía «permite que tengas luz, agua caliente, y que no pases frío ni calor en casa, en el colegio…» Así que la energía es algo chachi.
Como se sabe, la energía «no se crea y tampoco se destruye, sino que se transforma«, y además la propia materia es energía en un cierto estado (de superconcentración Fairy), por lo que podemos concluir que nosotros mismos somos energía en plena transformación.
Y esta afirmación debería bastar para que dirigiéramos la mirada hacia nuestro interior y nos viéramos como una bombilla gigante (eso creo que los mayas no lo decían) que necesita ser alimentada por múltiples vías. La comida, el reposo, el juego, la meditación, el deporte. Son actividades que alimentan nuestra longitud de onda. Como tantas otras. Y nos hacen brillar. Y nosotros, al brillar, alimentamos a otros en este flujo de perpetua recarga mutua. Nuestra bombilla luce gracias a las ovejitas que despellejamos, descuartizamos, y asamos a fuego lento, para Navidad. Sí, también.
Canalizando
Y los científicos buscan esos canales por los que la energía se transforma, se propaga, se comparte y arrebata, y la verdad es que descubren cosas interesantes. Como por ejemplo que la energía está íntimamente unida a las distintas emociones de la persona. Y que con esas emociones podemos cambiar el mundo, en tanto en cuanto intervenimos en el gran flujo energético que nos une a todos.
Practicando la canalización consciente de energía, según parece, se vive mejor. De hecho, se puede sanar a otros, o incluso tener telepatía con ellos, y también crear tormentas cuando se te ponen los ojos en blanco, y doblar metales con la mente… Y tener garras de Adamantium…. Ah, eso no, que era de otra película. Bueno, pero canalizando se vive mejor.
Visualización
Y así llegamos al documental de la famosa ex-modelo, maltratada en su infancia, que ahora se ha convertido en una de las autoras de mayor éxito en el gremio de la autoayuda: Louise L. Hay. Dice esta señora que debemos visualizar el mundo (y a nosotros mismos) como quisiéramos que fuera y así contribuiremos a convertirlo en eso. Porque la energía, basada en nuestras emociones, se ocupará de imbricarnos en la dimensión correspondiente, de entre esas infinitas que los científicos dicen que hay.
Suena también rocambolesco, qué duda cabe, sobre todo a la luz de una mente consumista que quisiera tener millones de euros y que no los tiene y que por mucho que se concentre nada; pero tras el tamiz de la incredulidad condescendiente, después de la mofa ridiculizante, queda el deseo de que eso sea verdad. Y también la sospecha de que algo de eso hay.
Mundo bombilla
Así que el mundo se convierte en un mar energético, en un pulpo luminiscente, en una red de bombillas navideñas que si se funde una se apagan muchas. Y uno quiere brillar y hacer brillar, con fuerza, para siempre. Y llegar lejos en el camino de la luz.
Y la Muerte
Es ese estado de dispersión. La energía se pierde por los cuerpos, se transforma, y volvemos a ser lo que éramos antes de nacer: una nada energética, unida a todo, sí, pero sin el álbum de cromos guardado en el trastero. Somos -muertos- fuerza a disposición del apasionado que, en su éxtasis lascivo, crea vida.
Y la meditación
Se convierte en un modo de recordar nuestra mismidad, nuestra nada energética, nuestra condición de bombillas. Si lucimos mucho, ya sea en el eje del tiempo, ya sea en el de la intensidad, nos apagamos. Y si -extáticos ya- despreciamos nuestro chasis material, si nos convertimos en pura luz trascendente, es que nuestro cuerpo ha muerto. Por lo que conviene acercarse a la luz, atraerla hacia uno mismo (porque es bueno: nos recarga, nos recompensa), pero no irse del todo, no dejarse llevar por completo hacia ese estado imperecedero, porque para «imperecer», para ser luz, primero hay que desprenderse de la materia, hay que perecer.
Por todo lo anterior, y como dice Nacho Vegas, «entre el dolor y la nada, elegí el dolor».
Y el famoso awakening, si va a traer felicidad para todos, que venga. Pero si va a convertirnos en un reflejo perdido de todo lo que una vez sentimos, en un destello que se olvida, que se quede en mito maya, la verdad.
Dejamos aquí algunos vídeos que pueden resultar de interés. La documentación al respecto es abundante (y heterogénea). Y es que, no en vano, ésta -la «New Age»- es la religión mayoritaria en nuestro floreciente siglo XXI.